Panorámica. Colores y fiesta para empezar un nuevo ciclo
Nangdaon, India. Con la cercanía de la primavera llega Holi, el festival de los colores y su celebración del renacer
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Rojo por el amor, azul por Krishna, amarillo por la cúrcuma, verde para volver a empezar. Cuatro colores, un festejo, toda la India sumergida en la fiesta que borra distancias, etnias, clases, géneros, orígenes.
Es marzo, mes que este año sumió al mundo en la guerra, pero que en India –a pesar de los pesares y de la crueldad que inunda los servicios informativos– sigue siendo el mes de Holi, el festival de los colores. Y cómo dejar que la bruma del presente empañe el colorido de esta tradición.
Desde siempre el festival celebró el triunfo del bien sobre el mal. Alguna vez, en el comienzo de los tiempos, el dios Vishnu rescató al virtuoso príncipe Prahlada de las garras asesinas de su padre y su tía: ese instante fue renaciendo una y otra vez en los colores y cantos de Holi, a instancias del calendario lunar, en las cercanías del equinoccio de primavera. Por eso, hoy en día se celebra no solo la certeza de que el mal siempre será vencido, sino la esperanza de que siempre habrá un renacer. Entonces el rojo, color del amor, es también el de la fertilidad, y el verde, color vegetal, el del regreso de la vida tras el letargo del invierno.
Todo parece ser cíclico y aunque las fronteras entre el bien y el mal a veces asomen mucho más porosas de lo que las antiguas leyendas suponían, el derecho a comenzar de nuevo, una y otra vez, sigue siendo el más benévolo de los dones.
Las fogatas nocturnas anuncian el festival. La gente se reúne en torno al fuego, canta, baila y arroja a las llamas aquello de lo que quiere deshacerse: comienza Holi, tiempo de mudar de piel.
A la noche encendida de las fogatas continúa el día encendido de colores. En otros tiempos, los polvos de colores –gulal– estaban hechos de cúrcuma y extractos de flores. Con la industrialización llegaron las versiones sintéticas y, en una vuelta acorde con esta época, hoy se intenta regresar a los viejos componentes naturales.
Todo parece ser cíclico y aunque las fronteras entre el bien y el mal a veces asomen mucho más porosas de lo que las antiguas leyendas suponían, el derecho a comenzar de nuevo, una y otra vez, sigue siendo el más benévolo de los dones.