Panorámica. A 25 años de su muerte, todos aman a Lady Di
Londres, Reino Unido. En el 25° aniversario de la muerte de Diana Spencer, gestos de afecto frente al palacio de Kensigton
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En la película Spencer, el cineasta chileno Pablo Larraín recrea –desde la ficción–, los tres días de diciembre de 1991 en los que la familia real británica celebró la Navidad en la residencia de campo de Sandringham House, en Norfolk.
Las primeras escenas muestran a una princesa Diana (Kristen Stewart) agobiada, terriblemente triste y, de repente, algo asustada: está en su auto, sola, manejando en dirección a la mansión donde se harán los festejos navideños, y acaba de darse cuenta de que está totalmente perdida. Divisa una modesta taberna sobre la ruta, detiene la marcha, ingresa. Los contertulios la miran, la vuelven a mirar, no pueden creer a sus propios ojos. “¡Diana!”, exclama la dueña del lugar mientras se acerca con una singular mezcla de respeto, sorpresa y cariño. La princesa de Gales, en la cúspide de su celebridad y en lo más hondo de su crisis afectiva, sin guardia personal, vulnerable y cercana, responde con un susurro: “¿Dónde estoy?”.
La película de Larraín se concentra, precisamente, en los días de profundo trauma que impulsarían a Lady Di a divorciarse del príncipe Carlos y alejarse de una realeza que, para una personalidad como la suya, era más una cárcel que un sueño.
Casi un emblema pop, el charme de Lady Spencer se nutría de su fragilidad, delicadeza estética y una particular combinación de timidez y gestos cálidos. Algo pasó allí, una química imposible de descifrar, como cada vez que alguien captura el sentir de las multitudes, lo trasciende e ingresa en el territorio abierto de los mitos.
“Todos te aman”, le dice un integrante de la corte en otra escena del film. Y ése es el punto: menos su familia política, a la princesa la adoraban todos, nos dice Larraín. Y la siguen adorando hoy, como lo evidenciaron las muestras de afecto que, a 25 años de su muerte, tuvieron lugar durante esta semana, en Londres y en París.
Casi un emblema pop, el charme de Lady Spencer se nutría de su fragilidad, delicadeza estética y una particular combinación de timidez y gestos cálidos. Algo pasó allí, una química imposible de descifrar, como cada vez que alguien captura el sentir de las multitudes, lo trasciende e ingresa en el territorio abierto de los mitos.