Pandemia: un temor que destruye la economía
Por Agustín Etchebarne y Dulcinea Etchebarne
"Quien renuncia a su libertad por un poco de seguridad temporaria, merece perderlas a ambas", dijo una vez Benjamin Franklin.
Los antiguos griegos contaban que, en su camino de vuelta a Itaca, Ulises debió sortear a Escila y Caribdis; dos monstruos situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua. Para sobrevivir, los marinos debían esquivar el remolino producido por Caribdis, que conducía al abismo, arriesgándose a acercarse al acantilado en el que se escondía Escila, un peligroso monstruo de seis cabezas que emitían chillidos aterradores y tenían tres filas de colmillos. Los navegantes temerosos indefectiblemente eran absorbidos por Caribdis. Los demás luchaban contra Escila y perdían más o menos tripulantes en función a la habilidad de estos y de sus comandantes.
De la misma manera, el mundo enfrentó este año el dilema de minimizar las muertes provocadas por la pandemia y evitar el congestionamiento de los hospitales y, al mismo tiempo, evitar el desastre económico.
El miedo se transformó en pánico porque se habló hasta la exageración de las muertes que provocaría la pandemia. John Ioannidis, científico de Stanford y especialista en medicina basada en evidencias, confirmó que se cuentan todas las muertes que "probablemente" hayan sido causadas por el Covid-19. Sin embargo, en la información que se divulga se evita mencionar la palabra "probable" y se engrosa el número de muertos. También que se exageró la tasa de mortalidad (hasta 10 o 20 veces) porque no se sabe cuál es el número real de infectados, con lo cual las cifras divulgadas carecen de un mínimo rigor científico.
El biólogo Matt Ridley explica que los seres humanos tenemos una tendencia natural al pesimismo que se encierra en la amígdala, una glándula cerebral. Por eso los titulares más negativos suelen tener éxito, y como el negocio de algunos medios de difusión depende del rating, se multiplica el pesimismo. Esto explica por qué el artículo de Neil Ferguson, epidemiólogo del Imperial College, obtuvo 40 millones de lectores rápidamente a pesar de que sus anteriores predicciones en temas como la Vaca loca o el SARS también habían fallado miserablemente. Su modelo matemático alertó sobre posibles millones de muertos en el mundo y de 510.000 muertos solo en el Reino Unido si no se establecía la cuarentena. Hoy Ferguson redujo su proyección a menos de la décima parte del original. Podría argumentar que eso se logró gracias a la cuarentena. Pero su modelo matemático pronosticaba cientos de miles de muertos por Covid-19 para Suecia y los suecos fueron laxos, tomando medidas mayormente voluntarias. También allí fracasó su proyección. Suecia nos sirve de caso testigo por no haber hecho cuarentena estricta. Tuvo menos muertos por millón de habitantes que el Reino Unido, España, Francia, Bélgica o Italia, aunque más que otros países como Noruega, Dinamarca y Finlandia. ¿Cómo lo hicieron? En las palabras de la ministra de salud, confiaron en que los suecos "mantengan su distancia y sean responsables". La población económicamente activa es la menos afectada por el virus y con protocolos adecuados de sanidad, distanciamiento social y uso de barbijos la mayoría de las actividades se pueden llevar a cabo sin mayor riesgo. Naturalmente, quienes pueden trabajar desde sus casas lo hacen, pero los negocios siguen abiertos y los cuentapropistas pueden continuar con su trabajo.
Hong Kong, Taiwán o Japón tampoco hicieron cuarentenas compulsivas extensas, sino que tomaron medidas más puntuales y mejor planificadas. Taiwán, por ejemplo, tuvo solo 5 víctimas fatales. Aplicó un protocolo contra la epidemia temprano: restricción de vuelos, uso de alcohol en gel, testeos y tomas de temperatura al azar, además del uso habitual de barbijos que se contrapuso a la política de la OMS que siguieron la mayoría de los países europeos. A esto se le sumó el uso de geolocalización telefónica para controlar que los 55,000 ciudadanos que podían estar infectados cumplieran una cuarentena de 14 días.
Queda claro que la cuarentena obligatoria estricta y generalizada, no era la única alternativa ni la mejor. Poco a poco se va confirmando que las claves del éxito frente a la pandemia han sido la cantidad de testeos, la responsabilidad de la población en mantener los protocolos de higiene y distanciamiento social, y la colaboración público-privada. Merece especial consideración el caso del Veneto que, siendo vecino a uno de los peores focos de muertos en Italia, logró sortear la pandemia con muy pocas bajas. Su receta fue atender a los contagiados en sus casas en lugar de amontonarlos en los hospitales, evitando de ese modo incrementar la carga viral en el aire, que al ser muy intenso puede provocar la muerte incluso de médicos y enfermeros jóvenes.
El problema es que nuestros gobernantes, temerosos, eligieron dejarse atrapar por el remolino de Caribdis y el daño ya es inmenso. La actividad económica va caer entre un 10 y 15% en el año, sumado a la caída de los dos años anteriores. Ese promedio esconde una realidad aún más trágica: decenas de miles de personas se están fundiendo, cerrando sus comercios, restaurantes, gimnasios, salones de belleza, etc. Además, vamos a tener un salto inflacionario en el segundo semestre, provocado por un déficit fiscal que superará el 5% del PBI. El desempleo y la pobreza generarán miseria y, por supuesto, un salto de los muertos por ataques cardíacos, ACV, cáncer, suicidios y hambre. También crece la violencia intrafamiliar por el confinamiento prolongado. Ya hubo, al menos, 28 femicidios y subieron un 20% los llamados a la línea 137 del Ministerio de Justicia.
Urge acabar con la cuarentena y restablecer la libertad para trabajar y circular, conteniendo el enorme daño que se está haciendo al tejido social de la Argentina.
Licenciada en Ciencias Políticas y MA en Comunicación
Director General de la fundación Libertad y Progreso