En la Argentina está surgiendo una nueva camada de pobres, que se suma a los que ya teníamos: los que viven en villas y barrios vulnerables. Los nuevos pobres son franjas de clase media que, privadas de sus ingresos por la cuarentena, empiezan a hacer lo que jamás imaginaron: pedir comida en las intendencias del conurbano o asistencia al estado.
Estamos hablando de gente que, por ejemplo, alquila en barrios de clase media, que presta servicios, los que tienen pequeños emprendimientos, la empleada de una tienda de ropa o el mozo de un pequeño local de comida que trabaja a comisión. Gente que trabaja en negro en comercios chicos o medianos del conurbano, que no se van a levantar tan fácilmente una vez que la vida se normalice.
Es gente que no está acostumbrada a vivir de la asistencia social y, aunque reciba los 10 mil pesos del Gobierno, es pobre igual porque con su trabajo ganaba entre 30 y 40 mil pesos.
Los datos que te estoy adelantando surgen de una encuesta flamante que hizo el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, que dirige Agustín Salvia, y que se van a conocer la semana que viene. Datos que estarán mañana en el escritorio del presidente Alberto Fernández.
Según el Indec, la pobreza era del 38 por ciento a fines del año pasado. Según las nuevas estimaciones, hoy alcanzaría al 45 o 50 por ciento de la Argentina. El explosivo aumento de la pobreza se da cuando empieza a preocupar el fuerte aumento de infectados en los barrios más vulnerables de la ciudad y del conurbano.
Como dijo Toty Flores en un tuit de esta semana: en el conurbano hay dos peligros: el virus y el hambre. El riesgo de contagio es concreto porque la gente tiene que salir a changuear igual.
Según la nueva encuesta de la UCA, que te adelantamos, el shock en la economía es mucho más fuerte en el conurbano, donde el 65 por ciento de la población fue fuertemente golpeada por la crisis de la pandemia. El golpe fue primero sobre la marginalidad, pero ahora empieza a pegar en la clase media baja.
Las muertes de Ramona Medina y Víctor Gircoy, dos referentes muy queridos de la villa 31, sacaron a la luz lo peor de la política y nos pusieron frente al espejo de nuestra propia decadencia.
Un pequeño paréntesis para comprender la película completa, y no quedarnos solo en la foto: en la década del 60 y principios de los 70, cuando nacieron las organizaciones armadas que supuestamente buscaban tomar el poder para hacer un país más justo, la Argentina tenía apenas un 4 por ciento de pobres y una de las clases medias más pujante de América Latina.
Habría que avisarle al gobernador Kicillof que le echa la culpa a Larreta por la muerte de Ramona Medina, a Alberto Fernández que la culpa a Vidal por el calamitoso estado de los hospitales bonaerenses o a la intendente de Quilmes, Mayra Mendoza, que culpa a Martiniano Molina por la falta de agua en la Villa Itatí, que esta película de terror empezó mucho antes.
Por el contrario, todos los dirigentes con alguna responsabilidad –y también nosotros, la sociedad- deberíamos preguntarnos qué hemos hecho con este país que en 1970 tenía un 4 por ciento de pobres y hoy tiene un 50.
En medio de la pandemia, la política no abandonó la lucha por el poder y ya empezó a pensar en las elecciones de medio término. Tanto en el oficialismo como en la oposición se hacen preguntas.
Por ejemplo, el país empobrecido que dejará la pandemia, ¿fortalecerá el liderazgo de Alberto Fernández o se lo llevará puesto? ¿La respuesta será más populismo o será la oposición la que tendrá una oportunidad en 2021, como piensan algunos referentes de Juntos por el Cambio?
Las opiniones están divididas, como todo en la Argentina: hay quienes sostienen que Alberto Fernández podrá usar de excusa a la pandemia, como hizo Néstor Kirchner con 2001 para zafar de la responsabilidad por el derrumbe económico. La gente se sentirá agradecida de no haberse muerto gracias a la cuarentena estricta y habrá muchos más dependiendo del estado, por largo tiempo. "Alberto se puede convertir en Gardel", dicen.
Desde la oposición, piensan todo lo contrario: una vez que la gente se sienta a salvo, va a pensar en comer y luego en volver a la vida que tuvo. Ya no tenemos un país que crece al 9 por ciento, como sucedía con Néstor en 2003, cuando asumió. Con plata, hacer relatos exitosos es más fácil. La situación va ser muy difícil y, tarde o temprano, se la van a facturar al Presidente.
Lo que piensa Vidal en privado es esto: los nuevos pobres van a querer volver a vivir de su trabajo, no tienen valores populistas, y es ahí donde Juntos por el Cambio puede tener su oportunidad. "La única manera de que la oposición pierda es que vaya dividida", supone ella con un optimismo asombroso.
La cuarentena estricta es el paraíso ideal para el populismo: el Presidente es el papá de todos, puede gastar como quiera, tiene poco o nulo control de la oposición, la oposición está limitada para hablar porque la gente tiene miedo de contagiarse y morir y la popularidad del Presidente crece a niveles astronómicos.
Te voy a adelantar otra parte de la encuesta de la UCA. El 63 por ciento de la gente está "totalmente de acuerdo" con la cuarentena y el 31 por ciento "algo de acuerdo". Suman el 94 por ciento.
La verdad es que el miedo al virus fue funcional a todos los presidentes de América Latina. Con algunas excepciones, como Bolsonaro o el presidente de Ecuador Lenin Moreno, todos subieron exponencialmente los niveles de aprobación. Según la ONG Directorio Legislativo, cuanto más duras y restrictivas son las medidas, más aumenta la imagen positiva de quien las implementa.
¿Cómo no se va a enamorar Alberto Fernández de este estado ideal? No somos tontos los que lo señalamos, como dijo esta semana el Presidente. La tontería sería no darse cuenta de lo funcional que esta emergencia le resulta al Gobierno.
¿Cómo no va a subir en las encuestas Larreta, cada vez que se muestra junto con Alberto Fernández? Alberto y Horacio son hoy las dos figuras políticas más populares del país, pero tienen un problema común: desde el kirchnerismo duro y desde el macrismo duro, cada vez que se sacan una foto juntos los destrozan dentro de sus propias coaliciones. El kirchnerismo lo hace en público; el macrismo duro, en privado.