Pandemia: no miramos ni lo que nos pasa por al lado
Hace un año y pocos días, un anuncio del presidente Alberto Fernández nos marcó una hoja de ruta que asustaba; por un tiempo indeterminado, ya no volveríamos a vivir con normalidad. Desde ese momento tuvimos que acatar un tipo de cuarentena estricta y obligatoria, para poder salvar nuestras vidas de la amenaza de un virus que circula a enorme velocidad, contagiando y matando personas en todas latitudes. Es sabido que el sistema de salud argentino lleva años, décadas, de deterioro, y que ponerlo en forma iba a requerir tiempo, y esto pareció entenderlo prácticamente la totalidad de los argentinos, que en su mayoría apoyaron las medidas preliminares de emergencia que indicaban #YoMeQuedoEnCasa.
Nos quedamos en casa y se fortaleció el sistema de salud, principalmente en la zona del AMBA, que es la región que cuenta con la mayor densidad de población del país. Se paralizaron todas las actividades comerciales (excepto las relacionadas a los trabajos esenciales, tales como gastronomía, farmacias, ferreterías o de salud), se suspendieron las clases presenciales en todos los niveles, inicial, primario, secundario y universitario. Se prohibieron las reuniones sociales y familiares. Se limitó la utilización del transporte público. El confinamiento se acató con enorme obediencia y en cada conferencia de prensa quincenal que daba el presidente, aprovechaba para felicitar el comportamiento de la ciudadanía por cumplir con la norma de aislamiento social obligatorio.
Nos decían que el pico iba a llegar en mayo, en junio en julio, mientras seguíamos encerrados, mientras cerraban cantidad de pequeñas y medianas empresas para no abrir nunca jamás, mientras nuestras mentes seguían perturbándose, transcurriendo nuestros días, semanas, meses, aislados y con permanente temor. Pero el pico no llegaba, y en rigor nadie tiene muy claro si en algún momento lo alcanzamos. Sí sabemos que cuando menos lo esperábamos, en primavera-verano, los casos de contagios y muertes por coronavirus empezaron a resonar con fuerza en todo el país. Y por esas cosas que pasan en la Argentina tan a menudo, cuando los contagios y las muertes comenzaron a arrojar cifras preocupantes, empezaron a flexibilizarse todas las actividades, económicas, sociales y posteriormente educativas.
¿Era necesario flexibilizar estas actividades? Por supuesto que sí, un país con un porcentaje elevadísimo de desempleo y con la mitad de su población debajo de la línea de pobreza no puede permanecer con su economía paralizada. Las mentes de los argentinos tampoco pueden soportar eternamente del encierro y del aislamiento físico y social. Y la educación es vital para los niños y adolescentes, tanto en términos de aprendizaje como en términos sociales.
¿Era necesario flexibilizar estas actividades sin matices cuando el virus empezó a golpear cada vez con más fuerza? No, no era necesario, y es altamente peligroso que así haya sido, y siga siéndolo, en medio de una pandemia que continúa lastimando al mundo entero con más virulencia que antes.
Es muy común en la Argentina que se justifiquen malas medidas presentes en nombre de malas medidas pasadas. Se escuchan con frecuencia expresiones tales como “¿si observábamos un montón de pibes apilados en las plazas o en los parques, por qué no van a asistir a las escuelas con total normalidad?”. Y suena absolutamente razonable tal deducción. Pibes apilados en las plazas o en los parques cuando, según el sitio worldometer, ocupábamos en la primavera el 4° lugar en cantidad de muertos por cada millón de habitantes, suena mal. También lo suena que, cuando nos ubicamos en el lugar 29° en cantidad de muertos por cada millón de habitantes (sobre un total de 221 países) y por fin comienzan a abrirse las escuelas, los protocolos no contemplen que las burbujas amplias, con hermanos que también se enferman y continúan trasladando el virus a otras burbujas, con docentes que circulan por varias aulas, aumentan las posibilidades de contraer el virus y seguir contagiando en escala. Hoy el gobierno porteño propone flexibilizar más el regreso a las aulas, mientras no se testea aquello que ya está ocurriendo y que puede repercutir de modo lapidario en apenas semanas. Lo mismo ocurre con los clubes, restaurantes y bares, continúan las flexibilizaciones en todos los niveles de gobierno, porque aun las terapias intensivas no están al tope, hasta que lo estén, como ocurrió en el resto de la región y en el mundo entero.
Chile y Uruguay testean constantemente a sus habitantes. Y mientras Chile ocupa el lugar número 32° en cantidad de muertos por cada millón de habitantes por Covid-19, Uruguay el 94°, la Argentina ocupa, como se mencionó, el lugar número 29°. Uruguay y Chile muestran preocupación por el estado de situación que padecen y comenzaron ya a incrementar sus protocolos para la contención del virus. Casi la mitad de las 52 comunas de Santiago de Chile volverán desde el jueves próximo a un tipo de cuarentena total por la tremenda expansión del virus. Uruguay registró el lunes último, el día de más contagios y muertes desde que comenzó la pandemia; al mismo tiempo ya se detectaron contagios de la variante brasileña de Covid-19, P.1 en 7 departamentos de los 19 que tiene el país. De tal modo, se convocó a un consejo de ministros y numerosas organizaciones médicas y científicas del país uruguayo emitieron un comunicado expresando su profunda preocupación y exhortando al gobierno de Lacalle Pou a seguir tomando medidas de emergencia para controlar la pandemia.
La Argentina cuenta con un sistema de salud mejorado, pero aun precario (en algunas provincias y localidades muy precario). El país ingresó en el otoño y cuenta con escasas dosis de vacunas, y sus gobernantes no tienen claridad o no expresan con claridad como continuará el stock de éstas, hoy extremadamente limitado. La Argentina sigue sin leer correctamente los diarios del lunes de los países del norte edición 2021, que nos muestran lastimosamente lo mal que nos puede ir si no se plantean buenos protocolos, con aperturas moderadas, para todas aquellas actividades que ya recomenzaron o sigue flexibilizándose. Y la Argentina tampoco cuenta con la capacidad de mirar lo que ocurre cruzando un río o una cordillera. Si Uruguay o Chile están viviendo una terrible crisis sanitaria, con sus unidades de terapia intensiva al límite, pero con enorme y continuo acceso a las vacunas contra el coronavirus ¿qué le hace pensar a la Argentina que su situación no será terriblemente más comprometida que la de sus países hermanos, si además de padecer fuertemente del virus en escalada, no tenemos como prevenirlo? Chile cuenta con un 30% de su población ya vacunada con al menos una primera dosis contra el Covid-19, Uruguay con un 9,9% y la Argentina con un 5,6%, según el sitio ourworldindata. Y ambos países hermanos siguen recibiendo de modo constante cantidad de vacunas, la Argentina no.
A un año de nuestra primera cuarentena por coronavirus, aquí y ahora, mis hijos y yo estamos con coronavirus, una gran cantidad de argentinos están con coronavirus y otra gran cantidad seguirá contrayéndolo. Y llega el frío, y aquello que pasa en otros hemisferios o en naciones pegadas a nosotros parece no importarnos, y no tenemos prácticamente vacunas. ¿Seremos tan afortunados como para quedar ilesos contra la segunda ola del coronavirus? ¿O nuevamente predomina la osadía entre los argentinos y volveremos a lamentarnos por no haber observado con mayor responsabilidad aquello que nos pasa por el costado?
Politóloga y Profesora (UBA)