Palos en la rueda de la República
Tras la derrota en las elecciones, el kirchnerismo se dedica a bloquear y a complicar las iniciativas del Gobierno, que sin embargo ya cosechó significativos logros políticos y económicos
Pese al evidente progreso que logró nuestro país en las recientes elecciones, aún flaquea la lógica en muchos debates. Tan profunda ha sido la grieta generada por el fanatismo, tan intensa la alienación hipnótica del repiqueteo que se propagaba por la cadena nacional, tan perversa la esclavitud mental que imponía una limosna llamada subsidio, que aún cuesta articular la mirada de corto plazo con el saber profundo. Se parece a la conclusión risible a la que llegan dos borrachos cuando no consiguen ponerse de acuerdo en si está más cerca Brasil o la luna. Triunfa quien insiste en la luna: "¿Acaso podés ver a Brasil desde acá, estúpido?".
No sólo la mirada puede ser corta, también el pensamiento. Hasta la Biblia lo confiesa. Por ejemplo, en el Libro de Josué un versículo narra que fue detenido el movimiento de la luna y el sol para que terminasen de triunfar los israelitas. Ese texto fue utilizado con insistencia en el juicio a Galileo para invalidar su teoría de la rotación terráquea y poder quemarlo vivo.
Tras la derrota del Frente para la Victoria, a sus dirigentes aún los convulsionan la perplejidad y el resentimiento. Se sentían dueños del país y no entra en su cabeza que hayan sido relegados a un segundo lugar. Entonces, hiperactivos, se dedican a poner palos en la rueda. Como esclarece Nik con su humor, no son los "palos" robados (que ni sueñan devolver), sino otros, con los que buscan impedir que la nueva gestión beneficie a una Argentina saqueada y desprestigiada. Insomnes, permanecen alertas ante el menor descuido de las flamantes autoridades para hundirles la piedra en el ojo.
Resultaba tentador, por ejemplo, el apuro presidencial por designar en comisión a dos nuevos miembros de la Corte Suprema, aunque fueran de un gran prestigio y, con su presencia, resolviesen la parálisis parcial de la que adolece el máximo tribunal. La designación no violaba la legalidad, pero muchos expertos coincidieron en que era poco aconsejable o reñida con el ánimo de reforzar la institucionalidad. Pero ocurrió que, antes de lo imaginado, hubo una rectificación presidencial, decidida a buscar el mejor camino. Esta actitud conciliadora y dialoguista – inconcebible bajo el mando autoritario del kirchnerismo– no recibió el aplauso debido. No lo recibió porque los opositores no han digerido aún su derrota y no entienden que deben ocupar su papel cuestionador sin dañar el país y sus instituciones, que han quedado tan debilitadas. Por eso siguen apareciendo los palos que se suceden sin clemencia, planifican movilizaciones poco racionales y hasta golpean con discursos escatológicos. Pareciera que el flamante gobierno dirige el país desde hace años. Poco falta para que le echen la culpa por las inundaciones en la Mesopotamia o la corrupción que reina en las penitenciarías.
Sin un mínimo de pudor, la ex emperatriz ordenó privar de quórum al Congreso bonaerense para que no se trate el presupuesto. Clara actitud egoísta y obstruccionista, acatada sin rubor por sus legisladores esclavos. No se trataba de un gesto político destinado a impulsar algo mejor, sino de bloquear, frustrar, complicar. Al no tratarse el presupuesto, muchos son los que pierden, incluso gran cantidad de gente que fue o es kirchnerista. Dañan así a los docentes, a los jubilados, a los comedores escolares. ¿No les da vergüenza? La ex emperatriz acaba de poner bajo los reflectores que el bienestar del pueblo y la marcha del país le importan menos que gozar de la obediencia que le rinde su tropa servil.
Pero claro, para los derrotados las sorpresas que produce Macri son excesivas. El nuestro era un país que vivía bajo el sopor de la "década ganada". No se lo esperaban. El Presidente no proviene estrictamente de la política, sino del deporte y de la gestión; no desborda carisma; no amenaza; no degrada a sus rivales. Equivale a la antipolítica o a la no-política. Una suerte de Konrad Adenauer que debe sacar su país de la ruina, con pocas chances de lograr una victoria a corto plazo. Para colmo, el poder saliente no tuvo la hidalguía de concederle ni un minuto adicional para que examinase qué le dejaba, para que hiciera un inventario, para que caminase una transición civilizada y amistosa. En todas partes se suelen destinar dos o tres meses para esa tarea. Así ocurrió hasta cuando se pasó de un gobierno militar a uno civil: cuando Frondizi sucedió al general Aramburu, cuando Cámpora sucedió al general Lanusse, cuando Alfonsín sucedió al general Bignone. El arrogante kirchnerismo, en cambio, no cedió ni una jornada.
Pese a ello, las iniciativas provocaron estupor. El Presidente, recién consagrado, recibió de modo oficial a cada uno de sus rivales y desarrolló con ellos una charla enfocada en la recíproca colaboración. Fue un gesto que los jóvenes argentinos desconocían. A renglón seguido llegó el turno de los gobernadores, a quienes calificó de socios (para las buenas y para las malas). Los gobernadores fueron los primeros en sorprenderse, porque ya se habían resignado, tras la década del saqueo, a ser ignorados. La anterior jefa del Estado se limitaba a saludarlos desde lejos con un leve movimiento de mano, bastante despectiva.
Pero ocurre que hemos reingresado en los sanos rieles de la República. ¡Bienvenida, deseada República! Es lógico que el nuevo presidente converse con sus rivales. Es bueno que agasaje y respete a los gobernadores, porque expresan el carácter federal de la Argentina. Es bueno que los medios de comunicación llamados "públicos" vuelvan a ser públicos y dejen de ser abusivos instrumentos de propaganda gubernamental pagados por la sociedad en su conjunto. Es bueno que se mantengan los disensos, pero que se apoyen en la seriedad y en la lógica. Nuestro país emerge de un modelo populista devastador. Y debe comenzar a inhalar el oxígeno de su reinserción en el mundo.
Sin contar con una sobreabundancia de recursos humanos, el nuevo gobierno –¡en sólo pocos días!– unificó exitosamente el mercado de cambios. Dio un paso que era motivo de especulaciones llenas de angustia. De ese modo puso en orden el caos de la divisa extranjera y desactivó, aunque de un modo heterodoxo, la bomba de tiempo que significaba. Como suele ocurrir con algunos medicamentos, al principio pueden generar una reacción desagradable, pero si es el remedio es correcto, pronto se iluminará la mejoría. Igual pasó con la quita o la baja de las retenciones agropecuarias e industriales, lo que no sólo se tradujo en alivio, sino en un estímulo poderoso para seguir invirtiendo, que es lo que el país necesita. Con igual propósito se eliminaron las declaraciones juradas para importar. Y, sin medidas forzadas, el Banco Central cambió su desinversión imparable por una creciente llegada de dólares.
Otra novedad robusta sucedió en política exterior. No sólo se dejó atrás una alianza con la dictadura que hunde a Venezuela, sino que la Argentina ahora es observada con esperanza en el mundo. En numerosos medios de Europa y Asia se afirma que el triunfo de Cambiemos influirá en toda América latina. No sólo por razones políticas, sino también económicas. En efecto, la manifestación de incorporarse a la Alianza del Pacífico implica un reacomodamiento del tablero mundial. La Argentina, de ser un país austral que había elegido segregarse bajo una conducción autoritaria, se coloca en un sitio notable y puede llegar a convertirse en el piloto de una América latina que transforma el continente. En otras palabras, un continente donde reine una cabal democracia, donde se combata con decisión el narcotráfico, donde se luche de modo firme contra la corrupción y donde los ciudadanos sientan previsibilidad y esperanza.
¡Bienvenida, ansiada República! Donde caben las críticas y también los elogios. Pero donde prevalecerá la verdad sobre la ceguera, y la lógica sobre el fanatismo.