Páez Vilaró, un hombre de dos orillas
Los franceses dirían de él que era un homme a femmes, porque era tremendamente seductor, galante y cálido
La noticia de la muerte de Carlos Páez Vilaró me llegó cuando estaba con un pie en el avión regresando de Madrid. Solo me dio tiempo a mandar un tuit y recordarlo durante el vuelo como el tipo genial que fue. Amaba la vida, los franceses dirían de él que era un homme a femmes, porque era tremendamente seductor, galante y cálido. La última vez que lo vi fue en el Tigre, en la casa de memoria victoriana recuperada con respeto, que había sido de los Erhardt del Campo y eligió como su residencia en Buenos Aires. Allí levantó una pequeña réplica de Casa Pueblo con los muros y los "pollos" blancos a la cal, en el estilo propio de las islas griegas. Respetó la fachada de la casa original a la que le dio el carácter de museo personal, con sus recuerdos y sus pinturas.
Un rioplatense de lindo hablar que hizo suya la larga y fecunda tradición pictórica del Uruguay
Ese mediodía glorioso de sol, el invitado de honor era el intendente Sergio Massa que llegó en compañía de Diana Saiegh, entonces directora del Museo de Tigre. De remera y jeans, Massa se sentó codo con codo con el maestro para cerrar proyectos conjuntos que junto con el MAT proyectarían un aura de arte para Tigre. Lo ilusionaba a Paéz Vilaró seguir imaginando proyectos cuando había cumplido hacía rato los ochenta. Quizás en ese entusiasmo estaba la clave de su eterna juventud, con un aire de galán de cine a lo Anthony Quinn. Escorpiano imbatible, sobrevivió un cáncer de diagnóstico reservado. Dicen que el médico le dijo "tiene un veinte por ciento de posibilidades de salir". Él contestó: "Entonces vamos con el veinte".
La mesa redonda del Tigre estaba trazada alrededor de un árbol que actuaba como sombrilla vegetal, la ambientación de sus casas tenía siempre una chispa de gracia del Páez Vilaró que amaba las reuniones con amigos, los asados bien hechos y las largas sobremesas.
Es cierto que era un hombre de dos orillas. Un rioplatense de lindo hablar que hizo suya la larga y fecunda tradición pictórica del Uruguay, representada por los candombes de Figari, el constructivimso de Torres García y el Barradas, eximio paisajista de calles orientales.
La pintura de Páez Vilaró tenía la espontaneidad del gesto y lo representaba tanto por la elección de los temas como por la paleta intensa. A decir verdad, nunca fue un hombre de medias tintas.