Paciencia social y oxígeno político, claves de la gobernabilidad
Entre las dificultades de gestión, la mala praxis, los errores no forzados y los problemas de coordinación que rozan el absurdo, el Gobierno viene sufriendo derrotas frecuentes y significativas: desde la designación de Martín Lousteau al frente de la Comisión Bicameral de Inteligencia hasta el rechazo de los diputados a asignar vía DNU una partida precisamente para la SIDE. Desde la aprobación de la movilidad jubilatoria –que impacta en las ecuaciones presupuestarias– hasta la implosión de sus bloques de senadores y diputados. La gestión encabezada por Javier Milei encuentra a cada paso obstáculos para alcanzar sus objetivos, sufre cada vez que necesita negociar por su condición de minoría y hasta instala piedras en su propio camino. Ejemplo: Guillermo Francos, el personaje con más muñeca política de LLA, terminó siendo un desgastado fusible. Pasó de ser catalizador de la demanda de los principales actores políticos del país a responsable en las quejas de los gobernadores aliados por la acumulación de promesas incumplidas.
“¿Milei es un kirchnerista de derecha?”, preguntó hace días un prestigioso intelectual italiano, académico de renombre en las ciencias sociales. “Sus ideas son extremas, ataca a la prensa y no muestra interés alguno en la calidad de las instituciones”, elaboró su interrogante. “Y se perfila como un típico hiperpresidente con vocación de acumular poder y cambiar el país desde arriba”.
Un análisis comparativo permite entender las diferencias entre ambos fenómenos. Néstor Kirchner tenía una larga experiencia política, había sido gobernador y jefe de su partido en Santa Cruz y supo aprovechar el aparato del peronismo. Cuando confrontó con Eduardo Duhalde en 2005, pretendía monopolizar el control de la estructura partidaria. Tuvo tanto éxito que las sorprendentes críticas del senador José Mayans nada menos que a CFK se explican por su dilatado dominio del debilitado PJ, por el que nunca sintió afecto, pero del que no puede ni ahora quiere prescindir. Milei carece de trayectoria en la política, a la que desprecia y busca reinventar con la cuestionable hipótesis de que la motosierra y la licuadora constituyen instrumentos efectivos. Al contrario que los Kirchner, es un militante antiestatista y ve (o imagina) comunistas por todos lados, como si viviéramos en pleno macartismo. Sin embargo, al igual que Néstor (no tanto que Cristina), demostró siempre un enorme pragmatismo: al margen de sus convicciones económicas, una versión extrema del credo libertario, no tuvo inconvenientes en trabajar para un grupo empresarial hiperregulado ni colaborar en la campaña del por entonces candidato oficialista Daniel Scioli. Ese mismo atributo emerge hoy en su programa económico, mucho más gradual e intervencionista de lo esperado. El Milei economista y candidato sería extremadamente crítico del Milei presidente, que a su vez lo acosaría por las redes sociales por “libertonto”.
Otra penosa coincidencia del actual mandatario con el kirchnerismo es la obsesión por los medios de comunicación críticos, la lógica de confrontación permanente y el desdén por las formas. Su narrativa ignora los valores fundamentales y la retórica de la democracia y reivindica la Constitución de 1853, que no está vigente y tiene diferencias ideológicas y conceptuales muy importantes con la de 1994, comenzando por el artículo 14 bis. Más aún, como argumentó el doctor García-Mansilla el miércoles pasado en su solvente audiencia ante la Comisión de Acuerdos del Senado, no puede desconocerse la legislación vigente en materia de identidad de género (ley 27.643), cosa que el Gobierno preferiría ignorar.
A propósito de la dinámica de confrontación, Milei se asemeja a sus predecesores kirchneristas (Menem siempre sostuvo un discurso de unidad nacional) y tiende a imitar a sus congéneres globales de la antipolítica, como Bolsonaro y Trump. Esto debería ser un motivo de reflexión, si no de alarma, en el campo libertario: estos últimos fracasaron en sus reelecciones y algunas de sus principales iniciativas sufrieron reversiones absolutas, al margen de las complejas causas que enfrentan en la Justicia. Tal vez por eso decidió ceder ante la preocupación de Mauricio Macri y desplazar a los abogados de la “nueva” SIDE, que pretendían impulsar algunos expedientes complejos, como la vieja causa del Correo. Cerca del expresidente argumentan que “armaron una opereta berreta para tener algo que negociar”, mientras continúa la puja por recursos, la “madre de todas las batallas”, entre la Nación y la CABA. A pesar del fallo y de los esfuerzos de la Corte Suprema para que las partes lleguen a un acuerdo, el Poder Ejecutivo continúa retaceando el dinero que le corresponde a la ciudad. La sucesión de encuentros en la quinta de Olivos no impidió que los desacuerdos persistieran. La razón es tan sencilla como estructural: ambos compiten por el mismo electorado, en la ciudad y en toda la Argentina “del medio”, incluyendo Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y parte de Buenos Aires. Como indicó Álvaro González, si a LLA le va bien, Pro tenderá a desaparecer.
“Haría lo mismo, pero más rápido”, afirmó Macri cuando le preguntaron cuál sería su nuevo programa de gobierno. El espacio para la diferenciación es casi nulo. Esto lo entienden muy bien algunos gobernadores radicales, como Alfredo Cornejo: en Mendoza el electorado que apoya a Milei es casi el mismo que valora positivamente su gestión.
Ambicioso, el gobierno nacional dobla la apuesta y pretende seducir a intendentes del Gran Buenos Aires. No solo a los “afines” (como Diego Valenzuela o Ramón Lanús), sino incluso a varios ¿ex? integrantes del universo K, pragmáticos y más que dispuestos a acompañar. Como la “transversalidad” y la “concertación plural” que permitieron a Kirchner cooptar a tantos líderes radicales, ahora el objeto del deseo son los sobrevivientes del último naufragio K. Parece sencillo puentear a Kicillof para avanzar con obras públicas a punto de terminarse cediendo la responsabilidad de la ejecución. Un juego “ganar-ganar” en el que Milei fortalece su gobernabilidad y los intendentes locales se llevan el rédito político.
El clima de relativa tranquilidad que impera en el país se explicaría no solo por este compromiso o sesgo progobernabilidad que predomina en el sistema político: un porcentaje no menor de sus integrantes consideran que el ordenamiento de las cuentas públicas que hace el Gobierno y otras reformas estructurales necesarias, como el RIGI, le permitirán más margen de acción. “No hubiéramos podido ir tan a fondo”, reconoce un integrante del equipo económico de Sergio Massa. Además, si bien un sondeo reciente de D’Alessio-IROL/Berensztein sugiere un cierto desgaste en la imagen presidencial y en la consideración que la sociedad tiene del Gobierno, incluyendo la confianza en la recuperación de la economía, los datos que reportó el Indec sobre el EMAE (estimador mensual de la actividad económica) permiten conjeturar que la caída del PBI habría sido bastante inferior a lo que muchos observadores esperaban: alrededor del 2%. Esto explicaría parcialmente la “paciencia social” que a tantos sorprende. El analista debe contener la ansiedad, esperar el dato duro y basar sus reflexiones en la evidencia empírica, no en las impresiones anecdóticas que se recogen en la vida cotidiana.ß