Paciencia, mucha paciencia
“Creo que deberían ser más pacientes, que para 2023 faltan dos años”. (De Máximo Kirchner.)
- 3 minutos de lectura'
Paciencia, paciencia, le decía el campesino al chico que se había caído sentado sobre un cactus mientras trataba de sacarle las espinas con una pincita de depilar.
Paciencia, que para 2023 faltan dos años, le advirtió Máximo Kirchner a la oposición, que le acababa de negar el quorum para una sesión de Diputados a la que el kirchnerismo había convocado de sopetón y sin consensuar nada con nadie.
¿Cómo no tener paciencia si uno vive en un país tranquilo, donde ya nadie se desploma de espaldas sobre un cardo, no porque escaseen, sino porque de tanto pincharse se aprende a esquivarlos?
No es verdad que la paciencia tenga un límite. No señor. A la paciencia se la cultiva tomando el ejemplo del poroto: al tipo –el poroto– lo ponen entre vidrio y papel secante e igual se abre paso. Con el argentino promedio sucede lo mismo: años, décadas poniéndolo entre la espada y la pared y el tipo –el argentino– rema y rema tratando de llegar a una orilla que pareciera que siempre se la van corriendo.
¿Y qué pasa cuando al que le corren la orilla es al propio Presidente? Ahí lo tiene: un ejemplo cómo la está remando. Dejó la Casa Rosada en manos de un exgobernador, los principales lineamientos políticos los concentra una expresidenta y la campaña electoral la decide un catalán mientras él les toca timbre a los vecinos, toma nota de los reclamos en un cuaderno, hace una publicidad de cerveza, rompe el aforo en la cancha de Nueva Chicago y repasa el abecedario con L-Gante.
Como en toda regla siempre hay una excepción, no debería llamar la atención la falta de paciencia que muchos argentinos demostraron el 12 de septiembre en las PASO votando en contra del Gobierno. Tampoco que en la última marcha piquetera por el centro de la ciudad la gente haya cantado: “La polenta no mata el hambre. Basta de polenta. No somos chanchos”.
No se trata de gente impaciente, sino descreída. Es como dice uno de los personajes de Después, la penúltima novela de Stephen King: “A los adultos les cuesta una barbaridad creer y te explicaré por qué. Cuando de pequeños se enteran de que Papá Noel es un farsante, de que Ricitos de Oro no es una niña real y de que el Conejo de Pascua es una soberana gilipollez (son tres ejemplos, podrían ser más), les entra una especie de complejo y dejan de creer en lo que no pueden ver con sus propios ojos”.