Pablo Dacal rescata a Ignacio Corsini
El cancionista publica un lúcido y atrapante ensayo sobre “El Caballero Cantor”
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“El rock ya no nos representa sino en parte, como el tango o la música romántica “, escribió Pablo Dacal en su ya célebre manifiesto Asesinato del rock (2006), incluido en la cuarta reedición, revisada y aumentada, del clásico Cómo vino la mano, el libro de Miguel Grinberg publicado originalmente en 1977, que retrataba los orígenes del rock argentino.
Mi primer contacto con la obra de Pablo Dacal fue hace casi 20 años, cuando el colega Martín Pérez, el Gavilán, me acercó a la redacción de Rolling Stone una serie de EPS, el primero con arte de tapa de Max Cachimba: tres volúmenes de Música de salón, donde Dacal mostraba sus canciones y revisitaba piezas de Ramón Ayala (fue la primera vez que escuché “Cosechero”), George Brassenes, George Gershwin y Violeta Parra. (A cambio, el Gavilán se llevó mi copia de North, el hilarante disco donde Dani Umpi versionaba en inglés las canciones de Sur, el clásico de Jaime Roos).
Al tiempo que construía su cancionero, Dacal estaba recogiendo un legado de artistas de distintas épocas y latitudes. Un ejercicio de arqueología que mantuvo a lo largo de una carrera marcada por la diversidad de inquietudes, que exceden el ámbito puramente musical, y que encuentra un importantísimo mojón ahora con la flamante publicación de Por qué escuchamos a Ignacio Corsini (Gourmet Musical).
Entre la biografía y el ensayo, Dacal cuenta la vida y analiza la obra del Caballero Cantor con una prosa atrapante, como si fuera una novela que empieza con una cita del propio protagonista: “Quienes se acuerden de mí lo harán con la imagen de un muchacho rubio, siempre vestido de oscuro, casi triste, excesivamente sensible, que muchas veces debió contener el llanto en mitad de una canción”.
Fue en un viejo Wincofón que Dacal escuchó por primera vez a Corsini, en un vinilo que había conseguido de oferta en el Parque Rivadavia. “La primera sorpresa fue que había muy pocos tangos: en su mayoría eran valses, estilos, milongas y canciones criollas muy sencillas, pero distintas del folclore que yo conocía”, explica. “Los tangos también me contaban historias diferentes de las que había oído hasta entonces. En una escena, narrada en primera persona, un hombre juraba vengar la muerte de su hermano frente a su tumba, en el cementerio; en otra, abandonado por su enamorada, el narrador se hundía en un torbellino de emociones desesperanzadas hasta que la llegada de la primavera arremetiera con su florecimiento. Era un tango romántico, pero en él no había lugar para el resentimiento ni el desprecio de la mujer amada.”
Hacia 2013, con su trío de guitarras, Las Guitarras del Tiempo, Dacal abordó canciones del repertorio Corsini, el cantor de ritmos criollos que había nacido en Sicilia y después de un paso por el barrio de Almagro, había tenido su educación sentimental en la inmensidad de la pampa, aprendiendo el canto de los pájaros (jilgueros, tero-teros y zorzales), absorbiendo la belleza del paisaje (los algarrobos, los ombúes, los ranchos, los bueyes y las tranqueras) y las melodías de los gauchos (estilos, cifras, vidalitas, valses, milongas) en el fogón.
Este libro es sólo la punta de lanza de un proyecto ambicioso que tiene una pata audiovisual en una inminente producción dirigida por Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu, y en un disco en el que Dacal volverá sobre ese repertorio que incluye, entre sus temas más emblemáticos, “La pulpera de Santa Lucía”.
Se trata de un nuevo hito en su ambiciosa obra de afán renacentista, que incluye incursiones en la radiofonía (condujo El medio es el mensaje en Nacional Rock), en el cine (fue el anfitrión y protagonista de Charco, canciones del Río de la Plata), en el teatro (compuso bandas sonoras para artes escénicas) y la literatura (publicó en Mansalva la antología Las canciones escritas).