Un ensayo de estilo. Sara Gallardo periodista
INNOVADORA. Un libro rescata las columnas que la escritora hizo para Confirmado, una bisagra en su literatura, hoy objeto de relecturas
"Aquí tiene una página en blanco. Sáquese una foto y escriba lo que quiera." Con esta invitación, para nada despreciable, Félix Garzón Maceda, el director de la revista Confirmado, le daba la bienvenida a Sara Gallardo. Era 1967 y la escritora tenía treinta y seis años. Había publicado dos novelas –Enero (1958) y Pantalones azules (1967)– y un año después publicaría su gran éxito: Los galgos, los galgos. Confirmado era otro de los proyectos de Jacobo Timerman –creador de Primera Plana–: una publicación semanal de noticias que circuló entre 1965 y 1973 y que contó en su staff con Horacio Verbitsky, Enrique Raab y Rodolfo Terragno y entre sus colaboradores a Miguel Briante, Felisa Pinto, Carlos Ulanovsky, Juan Gelman y Marcelo Pichon Rivière.
No era la primera vez que Sara Gallardo incursionaba en el periodismo. Escribía en medios gráficos desde fines de los años cincuenta. Más tarde, participaría en programas de radio y televisión. Conocía el oficio, de manera que hizo lo que tenía que hacer: se sacó una foto –que fue cambiando a lo largo de los años–, le dio pulso a su firma y se puso a escribir.
Eran años en los que se podía encontrar a muchas mujeres en las redacciones. Como la poeta Olga Orozco, quien detrás de varios heterónimos escribió en la revista Claudia, Sara Gallardo fue más allá: construyó un personaje, el de la chica frívola, la "que no sabe", y se rio de lo que se podía esperar de ella. Utilizó el espacio que le ofrecían para desplegar un estilo propio que, sin duda, distinguía su columna del resto de la publicación.
Si la revista estaba dirigida a un público masculino, más precisamente al hombre de negocios, era su mujer quien leía las columnas de Gallardo. Con humor y un tono que es difícil encontrar hoy en publicaciones similares –una pluma por momentos erudita, por otros desenfadada, punzante, con ironía y un vuelo a lo César Aira– tomó temas como la peluquería o la obsesión por las dietas. Pudo cruzar a Raquel Welch y el método cuantitativo de la sociología. Son textos exquisitos, verdaderos hallazgos. No fue lo único que escribió para Confirmado. Gallardo estaba también detrás de otra columna, "La donna è mobile", la cual no firmaba pero con la que establecía un diálogo desde la columna que sí llevaba su firma.
Relecturas de su obra
Toda esta información y la posibilidad de acceder a las crónicas llegan de la mano del libro Macaneos. Las columnas de Confirmado (Ediciones Winograd) y del detallado estudio preliminar de Lucía de Leone, investigadora del Conicet, quien se ocupó de seleccionar y ordenar los textos.
El libro forma parte de una relectura de la obra que se viene dando desde hace varios años. De hecho, De Leone y Paula Bertúa, también investigadora del Conicet, de la mano de Paula Pico Estrada, hija de Gallardo, publicaron en 2013 el conjunto de ensayos Escrito en el viento, Lecturas sobre Sara Gallardo. Ocurre que, si bien sus primeras novelas fueron muy leídas y las últimas celebradas por la crítica, después de su muerte en 1988 Sara Gallardo padeció el destino de los raros, los inclasificables. Sumado a esto, cargó con el peso de su clase –su nombre completo era Sara Gallardo Drago Mitre, nieta del naturalista Ángel Gallardo, bisnieta de Miguel Cané y tataratanieta de Bartolomé Mitre– y esto hizo que, como señala De Leone, las lecturas basadas en su biografía no hicieran más que impedir otras que tomaran en cuenta matices y posibilidades.
Si se piensa en sus primeras novelas en relación con sus contemporáneas, las "bestselleristas" Beatriz Guido, Marta Lynch y Silvina Bullrich, enseguida se encuentra en Gallardo un plus de sentido, una operación que la aleja de lo convencional. En Enero, por ejemplo, narra la violación de la hija de un puestero que luego es obligada a casarse con el abusador. Hoy, sus obras más celebradas, Eisejuaz (1971) y El país del humo (1977), son libros de difícil filiación dentro de la literatura argentina. Hacía atrás podemos pensarlos en relación con Zama, por ejemplo, de Antonio Di Benedetto, y hacia delante quizás sea la obra de Mariana Docampo y la novela La hija de la cabra, de Mercedes Araujo (ganadora en 2011 del premio del Fondo Nacional de las Artes) las que mejor despliegas la herencia Gallardo.
Leopoldo Brizuela es uno de los escritores que más se ocupó de volver a poner la obra en circulación. En diálogo telefónico, recuerda una escena interesante. Tendría trece, catorce años y había sido invitado a un casamiento en pleno campo, en Lezama. Era una de esas fiestas llenas de invitados, como ya casi no se hacen. Brizuela cuenta que se apartó un poco y se sentó a leer bajo un árbol. El libro era El país del humo, cuyos cuentos, en gran medida, transcurren ahí mismo, a unos kilómetros del campo en el que se encontraba. El recuerdo es el de levantar la vista y ver la pampa transformada por el relato que de ella hacía la autora. Se trata de todo un descubrimiento: la capacidad que tiene la literatura de modificar lo que se ve. La pampa estaba ahí –los árboles, la línea plana del horizonte– y sin embargo todo había cambiado a partir de la voz que, desde el libro, nombraba el mundo sensible. El espíritu de estos cuentos pudo verse en la puesta en escena que de ellos hizo la directora Andrea Chacón en Todo lo demás no importa.
Brizuela también recuerda la imagen, la foto de Sara que lo miraba desde las páginas de Confirmado. "En estas crónicas –dice– recoge los prejuicios que de ella se podía tener, hace un personaje, el de la chica frívola, y escribe con frescura, salta de un tema a otro." Sigue: "El periodismo, sin duda, la ayudó a franquear los límites de su clase, la acercó a realidades a las que de otra manera no hubiera llegado; es maravilloso que dentro del personaje que construyó haya podido escribir sobre cosas menores como las máquinas, la gente que va en el tren, cuestiones mínimas." Textos que tienen un tono que se emparienta con los Hebe Uhart, otra escritora que se siente muy cómoda con la crónica y que a través de un personaje que también se instala en cierta ingenuidad –"escribo sobre lo que escucho al pasar, lo que me cuenta la empleada que viene a casa", ha dicho en alguna presentación– construye una literatura para nada ingenua.
Del periodismo a la literatura
La relación entre periodismo y literatura suele ser problemática. La premura por la entrega, la necesidad de llegar a un número determinado de caracteres, de responder al tono general de la publicación; se trata, claro, del oficio que encuentra el escritor para subsistir. Algunos ven estas pautas como obstáculos, una piedra en el zapato. Otros encuentran ahí una posibilidad, algo así como un desafío, un ejercicio que suele darle versatilidad al estilo. Roberto Arlt es el mejor ejemplo del periodista-escritor. Según explica Brizuela, para Gallardo las crónicas fueron una bisagra: habilitaron el camino para que escribiera su novela más particular, Eisejuaz.
"No hay que olvidar que es gracias a Confirmado que Sara viaja a Salta", dice De Leone. "Ahí conoce a Lisandro Vega, que va a ser el protagonista de Eisejuaz, y escribe dos crónicas que va a publicar en la revista bajo el nombre de ‘Reportajes antisensacionales I y II’ y ‘La historia de Lisandro Vega’ y que funcionan como precuelas de la novela."
En una de ellas, por ejemplo, Gallardo cuenta el diálogo con los directivos de la revista: "‘¿Así que está aburrida de su página, quiere cambiar, se siente histérica? –dijo Confirmado–. ¿Qué quiere hacer?’ ‘Quiero ir a Salta.’ ‘¿A Salta? ¿Y cuánto tiempo piensa atosigarnos con Salta? No mucho ¿eh?’ ‘D… dos números.’ ‘Dos números, ¿eh? Bueno, dos números. Pero nada más. Buen viaje.’"
A pesar de que los preliminares de la travesía se narren con esta liviandad, el quiebre que va a significar para la escritura de Gallardo es notable. Abandona el escenario del campo, de personajes más vinculados a la experiencia vital de su clase y se adentra en la voz de un indio mataco, pobre, con delirios místicos, al cual le inventa un idiolecto; se trata de una historia trágica que hizo que Manuel Mujica Lainez le planteara en una carta su sorpresa frente al hecho de que la misma mujer que escribía en Confirmado pudiera construir una historia de estas características.
"La Seria", como la llamaba su abuela; "Gallardo, ese bicho", como tituló Confirmado una entrevista que le hiciera, Sara Gallardo fue una escritora excepcional. Quien se asome a estas crónicas va a tener la posibilidad de corroborar que se puede escribir de manera exquisita en cualquier publicación, no importa la banalidad del tema, si quien lo hace tiene un mundo propio, algo para decir.