Ovación de pie para la gran Marilú Marini
La ovación de pie de todo el público de la Sala Argentina, en el Centro Cultural Kirchner, los bravos y los gritos de entusiasmo no eran suficientes para celebrar y agradecer el espectáculo que se había presenciado: El día de una soñadora (y otros momentos), de Copi, interpretada por la inalcanzable Marilú Marini, con las voces grabadas de Marcial de Fonzo Bo, Michel Londsdale y Pierre Maillet. El mérito no sólo fue suyo. El director, Pierre Maillet, condujo con un pulso preciso y certero ese prodigio. Maillet adaptó y ensambló la pieza El día de una soñadora con Río de la Plata, un texto autobiográfico, destinado a ser el prólogo de una novela que Copi nunca terminó. Por si fuera poco, estaba el excelente pianista Lawrence Lehérissey. Al principio, tocó durante quince o veinte minutos oculto por una cortina y cuando Marilú la corrió, se lo vio sentado al piano con un calzoncillo blanco y una corbata como toda vestimenta. Parecía un pianista de sala de cine mudo. Y lo es, porque su tatarabuelo fue nada menos que Georges Méliès, el célebre cineasta del cine mudo, que le inspiró a Martin Scorsese su film La invención de Hugo.
Lamentablemente sólo hubo cuatro funciones. Hernán Lombardi, a la salida de la segunda función, comentaba: "Deberíamos planear una temporada larga. ¿Cuándo se ve algo así?".
En sus comienzos, Marilú fue una bailarina de danza contemporánea. Ese pasado está presente en sus movimientos. En uno de los episodios de la obra de Copi, la soñadora está en una góndola. La pose lánguida de su cuerpo, estirándose como el de una cortesana de la Belle Époque o el de la Santa Teresa de Bernini, era la parodia admirable y, al mismo tiempo, la síntesis perfecta de la estética que ha enlazado la muerte, el sexo y a Venecia como capital de la belleza decadente. Al principio, Marilú está sentada (la célebre "mujer sentada", el personaje de cómic con el que Copi conquistó París) y dormida. Ronca. Nunca nadie roncó así. Hace falta un entrenamiento de diva de ópera para arrancar de la garganta esos sonidos como de cañería de lavabo atragantada. Los ritmos y las voces que ella inventa parecen no tener fin. Uno tiene la impresión de que Marilú está escribiendo sus líneas al mismo tiempo que las dice por primera vez. Porque se ha convertido en Copi y despliega en sus palabras el humor delirante, el absurdo, pero también la melancolía de Buenos Aires y de Montevideo, donde transcurrió la infancia y la adolescencia del escritor, donde el sexo estaba a la vuelta de la esquina, donde transcurrieron las peripecias familiares hechas de exilios, persecuciones políticas y excentricidades. Por momentos, Marilú es una niña cursi y adorable o una histérica, cuyo dedo meñique arde de fetichismo bajo la mirada de un pasajero de colectivo y, sin transición, se convierte en la ogresa sexual, la mujer jaguar que devora pálidos jovencitos cuando canta "Blanche Neige", de Brigitte Fontaine. Con un vestido blanco, de novia, evoca al Copi travestido. Por último, aparece con un vestido todo paillettes, envuelta en una boa de plumas como en una pasión mortífera. Es una especie de Marlene revisitada por Copi, arquetipo de todas las divas, de la hechicera cargada de amantes, joyas y desencantos.
Cuando terminó la obra, una actriz de una estética casi opuesta a la de Marilú, admirada, comentó: "¡Qué generosidad y qué valentía! No teme caer en el ridículo y borra todo lo personal". Sólo en parte tenía razón. Porque a Marilú le resultaría imposible hacer el ridículo; pero es cierto, se vacía de sí misma, de toda vanidad, para ser otros. Ya en el camarín, muy emocionada, le decía al público que la fue a saludar: "Estoy hecha un sopapo. No doy más".
En ese público, estaban sus amigos del Di Tella, los que vivieron con ella aventuras peligrosas en Buenos Aires y París, como Juan Stopani, Marta Minujin, Marcial Berro, Jorge Tarditti, Lía Jelin, Renata Schussheim, Jorge Schussheim, Claudio Segovia y, por supuesto, los amigos y conocidos que fueron surgiendo a lo largo de la vida: Adriana Rosenberg, Paolo Rocca, Leonor Benedetto, Susana Rinaldi, Martín Bauer, los diplomáticos franceses Jean-Michel Casa, Jean-François Guéganno y Hélène Kelmachter, y el director del Centro Kirchner, Gustavo Mozzi.