La "antipolítica" desafía a las democracias
A tres décadas de la caída del Muro del Berlín, la desintegración del bloque comunista y el inicio de la globalización en la era de la "hiperconectividad", hoy el nacionalismo aparece como un valor político que se revitaliza en el ámbito global.
Lo que une al presidente Donald Trump con su colegas Xi Jinping y Putin, a los primeros ministros de la India (Modi) y de Japón (Abe), es que cada uno de ellos tiene un liderazgo en el cual el nacionalismo es un valor relevante. El primero, con el "American First"; el segundo, con la reivindicación de la cultura milenaria de su país, China, y el tercero con la reconstitución de la "Madre Rusia". En el caso de Modi, con el nacionalismo hindú frente a la minoría musulmana de 280 millones. Y Abe, por su parte, fue el primer jefe de gobierno de su país que visita el monumento en homenaje a sus soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial.
A esto se suman una serie de potencias "regionales", cuyos liderazgos hoy también hacen del nacionalismo una fuerza de sustento político. Tal es el caso de Erdogan en Turquía, Sissi en Egipto, la teocracia que gobierna Irán, la asediada monarquía saudita y Netanyahu en Israel.
La revitalización del nacionalismo es un fenómeno global. En Occidente, coincide con el surgimiento de la denominada "antipolítica", que para existir requiere de la vigencia del sistema democrático.
La "antipolítica" se da tanto en el mundo anglosajón como en la Europa continental, acompañada por lo general de la cultura política populista, el cuestionamiento a las elites, el rechazo a las fuerzas políticas tradicionales y la antiinmigración, además del nacionalismo. Tanto el Brexit como el triunfo de Trump en Estados Unidos fueron manifestaciones de este fenómeno. En Europa, lo es la victoria de la coalición de la Liga y Cinco Estrellas en Italia.
En esta línea se inscribe la segunda fuerza francesa, liderada por Marine Le Pen, y también Alternativa por Alemania, de orientación nacionalista xenófoba, que podría ser la segunda fuerza electoral del país. En Suecia, Dinamarca, Holanda y Austria, agrupaciones de esta naturaleza ocupan el segundo o tercer lugar electoral y en algunos casos forman parte de las coaliciones de gobierno.
Los cuatro países de Europa Central (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) tienen hoy gobiernos de orientación nacionalista, que con matices cuestionan a la Unión Europea y son muy restrictivos en materia de inmigración. Aun en un país báltico como Letonia, en la última elección el primer lugar lo obtuvo un partido prorruso y el segundo uno de orientación nacionalista xenófobo.
América Latina es "el extremo Occidente, pero Occidente al fin" de acuerdo con el politólogo francés Alain Touraine.
Es así como las elecciones presidenciales de México y Brasil –ambos países sumados son dos tercios de América Latina en términos de PBI, población y territorio– muestran que esta tendencia, que combina la revitalización del nacionalismo a nivel global con el surgimiento de la anti-política en Occidente, llega también a esta región.
La elección presidencial mexicana tuvo lugar a comienzos de agosto y el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, tuvo un triunfo contundente que le permitió quedar con mayoría propia en las dos cámaras, algo que no lograba ningún presidente desde 2000, cuando el país se abrió a una democracia plural. Si bien es un hombre que proviene del ámbito político, ha sido la figura más contestataria contra la política tradicional, que ha tenido como eje al Parido Revolucionario Institucional (PRI) y desde hace dos décadas también al Partido Acción Nacional (PAN).
AMLO (al nuevo presidente mexicano se lo suele llamar por sus siglas) ha logrado destruir el dominio de la política por parte de las fuerzas tradicionales, y es populista en cuanto a que su liderazgo es muy personalista y tiene connotaciones de "antipolítica". Sin embargo, al mismo tiempo, en lo ideológico implica un retorno al nacionalismo tradicional del PRI del expresidente Lázaro Cárdenas.
Desde esta perspectiva, más que cultura política populista, lo que aparece detrás el nuevo presidente mexicano es una combinación de nacionalismo y antipolítica, y él se ha encargado de subrayar ambas cosas.
El triunfo de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de la elección presidencial brasileña el 7 de octubre, que probablemente se verá confirmado en forma contundente el domingo próximo, es la irrupción de la "antipolítica" en el país más grande de la región. Por sí solo equivale a la mitad de los doce sudamericanos, por PBI, territorio y población.
Bolsonaro tiene todos los ingredientes de la "antipolítica": confronta y desprecia a la política tradicional, cuestiona a las elites, dice y propone lo políticamente "incorrecto" (en esto parece tener puntos de contacto con Trump), se mueve con un estilo de líder populista y exalta el nacionalismo. Una de las mayores autocríticas que ha realizado el candidato del PT derrotado, Haddad, es haber utilizado el rojo como color de identidad política, dejando los "nacionales" (verde y amarillo) para su adversario.
Corrupción, inseguridad y desigualdad son tres grandes problemas que afectan tanto a México como a Brasil. A su manera, los tres subyacen detrás de los reclamos de la anti-política en el ámbito occidental.
Es decir, las condiciones para la "antipolítica" se crean cuando las fuerzas de centro-derecha y centro-izquierda que dominaron la política occidental desde la posguerra (y generaron consenso sobre el centro) se muestran impotentes frente a estos problemas.
Pero el fenómeno se desarrolla de acuerdo a la máxima del filósofo español José Ortega y Gasset: se trata de "el hombre y las circunstancias". Pueden existir en un país condiciones para el surgimiento del la "antipolítica", pero si no está el líder que pueda representarla, el fenómeno puede continuar subyacente. Asímismo, pueden existir líderes novedosos y disruptivos, pero si no hay condiciones para que emerjan, no lo harán.
A esto hay que agregar que la "hiperglobalización" de comienzos del siglo XXI está generando una reacción en la cual los conflictos de "identidad" se han hecho más relevantes. Y esto es difícil de procesar para la política tradicional.