Otro punto de vista. Políticos desorientados y en busca del rival perdido
A la falta de un oponente definido, la política argentina suma un desafío adicional: las críticas provenientes del interior del propio equipo, que suelen desmoralizar y empeorar el desempeño
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“¡Miren, miren, miren!”, fueron los gritos con los que el director técnico de la selección argentina, Carlos Bilardo, despertó a los jugadores aquella mañana del 3 de julio de 1990. Estaban en pleno Mundial y la Argentina llegaba a la semifinal a los ponchazos: había clasificado a duras penas gracias a las habilidades de Sergio Goycochea para atajar penales y ese día le tocaba enfrentar nada menos que a los locales, invictos y candidatos indiscutidos.
Cuando los jugadores escucharon los gritos de Bilardo, salieron al balcón y vieron que la bandera argentina de la concentración estaba hecha girones. Muchos años después, a casi nadie le quedan dudas de que Bilardo tuvo bastante que ver con lo sucedido: “La cortó él mismo para hacernos calentar, para levantarnos –dispara Oscar Ruggeri, exmiembro de aquel plantel–. Y nos levantó; porque tuvimos un gran partido”, recuerda con una sonrisa pícara el exjugador, entrevistado para el documental El Doctor del Fútbol. ¿Final del cuento? La Argentina le ganó a Italia, la dejó afuera del Mundial y llegó a la final.
Las coaliciones que hoy dominan la política argentina encontraron su fortaleza en el rechazo al rival
Al igual que lo que sucedió en aquella oportunidad, las coaliciones que hoy dominan la política argentina encontraron su fortaleza en el rechazo al rival: Juntos por el Cambio se erigió como una coalición antikirchnerista mientras que el Frente de Todos se consolidó para derrotar al macrismo. Tener un rival común sirve como elemento de cohesión aun cuando los integrantes del colectivo no tengan grandes coincidencias.
Un duelo a la mexicana
Estos no son casos aislados ni se trata de un invento vernáculo. Numerosos estudios dan cuenta del poder motivador que tiene sobre un equipo el tener un rival definido. Heidi Grant, una psicóloga social experta en motivación, explica que aquellos que tienen experiencia en una determinada área buscan proactivamente las críticas porque intuyen que es eso lo que les permite mantenerse a la delantera.
Sin embargo, la cohesión frente a un oponente puede ser un arma de doble filo: cuando ese antagonista desaparece, todo empieza a desmoronarse. Es lo que sucedió, por ejemplo, luego de la Guerra Fría. En su libro El ocaso de las democracias, Anne Applebaum explica por qué el fin del conflicto produjo profundas divisiones dentro de los Estados Unidos. Según la autora, el rechazo al comunismo y a la Unión Soviética logró durante años la cohesión de un grupo heterogéneo, que aglutinaba desde republicanos conservadores hasta demócratas moderados con preocupaciones diversas como la guerra nuclear, los derechos humanos o la fe religiosa. Una vez que la amenaza de la Unión Soviética desapareció, la razón que unía a estos actores con diferentes motivaciones también se desvaneció y surgieron con más claridad las divisiones y fracturas internas.
Es allí donde aparecen nuevos jugadores, como Javier Milei, que empiezan a sacar ventaja al calificar a todos –o a casi todos– como parte de la casta política y los transforma en ese rival al que hay que desterrar
En la Argentina no faltan rivales con quienes contrastar. La inflación, el desempleo, la pobreza, la inseguridad y la corrupción son solo algunos de los oponentes que cualquiera de las coaliciones podría elegir para aglutinarse y conseguir apoyo. Pero el problema es que, al haber gobernado recientemente, las dos facciones mayoritarias son vistas como responsables –por acción u omisión– de muchos de estos problemas.
En consecuencia, el “ah, pero Macri” o el “vuelve Kristina” arman una suerte de duelo a la mexicana, en el que ninguno de los dos bandos puede disparar sin salir dañado. Es allí donde aparecen nuevos jugadores, como Javier Milei, que empiezan a sacar ventaja al calificar a todos –o a casi todos– como parte de la casta política y los transforma en ese rival al que hay que desterrar. Así, logra construir una coalición diversa que excede la representación de sus ideas libertarias.
Críticas que duelen
Ante la desaparición de la amenaza de un rival claro, ambas facciones empiezan a fragmentarse y surgen de forma cada vez más visible las distintas opiniones dentro de cada uno de los espacios. La semana pasada, Juntos por el Cambio mostró sus diferencias respecto de un comunicado sobre la incorporación de Milei a la coalición y en el Frente de Todos dirigentes kirchneristas cuestionaron abiertamente la legitimidad del gobierno de Alberto Fernández, ya sin eufemismos.
A la falta de un rival definido, la política argentina suma un desafío adicional: las críticas provenientes del interior del propio equipo, que suelen desmoralizar y empeorar el desempeño. Investigadores de la Universidad de Exeter, Inglaterra, realizaron un experimento en el que un grupo de personas debía tirar dardos a un blanco con los ojos vendados. Mientras lo hacían, algunos eran expuestos a críticas de miembros de su equipo y otros, a críticas del rival. Aquellos que recibían las críticas de ajenos se motivaron y tuvieron mayor puntería, mientras que los que fueron blanco de críticas de su propio equipo registraron un peor desempeño.
En un momento en que más de tres cuartos de los argentinos son pesimistas sobre el rumbo del país y un 62 porciento quiere cambiar de rumbo por completo, los políticos están paralizados por las críticas internas y son incapaces de dar en el blanco. No en vano siguen apareciendo como el grupo que menos confianza genera en la sociedad.
No caben dudas: a los jugadores argentinos del Mundial ‘90 el presunto ataque de un rival los motivó para jugar mejor. Quizás hoy la política argentina necesita seguir el ejemplo de Bilardo y encontrar una nueva bandera que ayude a apagar el fuego amigo y a unir a los argentinos detrás de un propósito común.