Otro punto de vista. Desconfianza o confianza selectiva, esa es la cuestión
Desaciertos: es tan difícil predecir como confiar en lo que van a hacer los demás, políticos incluidos
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“Cinco razones por las que Putin no invadiría Ucrania”, vaticinaba la BBC tres días antes de que los tanques rusos irrumpieran en territorio ucraniano. “Macri no va a ser candidato”, sentenciaba la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, el mismo día en que Gerardo Morales, miembro de la coalición Juntos por el Cambio, aseguraba lo contrario. Mi fail favorito es la predicción que le escuché hacer a un político de mucha experiencia luego de la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010. Él aseguraba que Cristina Fernández no se presentaría para la reelección a la Presidencia en 2011, a pesar de que contaba con índices de aprobación excepcionales, para concentrarse en el cuidado de su familia. ¿Por qué somos tan malos para predecir lo que van a hacer los demás?
JUICIOS EQUIVOCADOS
Malcolm Gladwell explica en su libro Hablando con extraños que este no es un fenómeno nuevo. En 1938, después de un encuentro con Adolf Hitler, el primer ministro inglés Neville Chamberlain aseguró que no habría una nueva guerra mundial porque el líder alemán era una persona en la que se podía confiar. Según Gladwell, estamos constantemente interpretando las palabras, las intenciones y el carácter de otros a los que no conocemos y somos increíblemente malos para entender a los extraños.
La raíz de nuestras equivocaciones para juzgar a otras personas está en que solemos confiar en que la mayoría dice la verdad. Es esta predisposición para creer lo que nos permite funcionar en nuestra vida cotidiana ya que, en general, nuestras interacciones son honestas y sería increíblemente disruptivo andar por la vida poniendo todo en duda de manera constante. Y es también en esta confianza en la que se sustenta una parte esencial de nuestra democracia. Según el investigador David Bersoff, en la democracia usamos un entendimiento común de los hechos y de la información como base para la negociación y, cuando eso desaparece, el fundamento mismo de nuestra democracia tambalea.
Hoy el mundo atraviesa una profunda crisis de confianza que tiene su correlato a nivel local: según datos de la Encuesta Mundial de Valores, solo dos de cada diez argentinos consideran que se puede confiar en la mayoría de las personas. Las cifras en otros países evidencian una situación similar: la mayoría considera ser sumamente precavida para con el prójimo.
Hoy el mundo atraviesa una profunda crisis de confianza que tiene su correlato a nivel local: según datos de la Encuesta Mundial de Valores, solo dos de cada diez argentinos consideran que se puede confiar en la mayoría de las personas. Las cifras en otros países evidencian una situación similar: la mayoría considera ser sumamente precavida para con el prójimo.
Esto no significa que desapareció la confianza interpersonal, sino más bien que somos selectivos a la hora de decidir en quién la depositamos. Datos del Barómetro de Confianza, realizado por la consultora Edelman en 2017, muestran que no todos nos despiertan la misma confianza: los reformistas resultan más confiables que los defensores del statu quo; los oradores espontáneos se ven más transparentes que los coacheados; y las personas francas y directas merecen más confianza que las que son diplomáticas y educadas.
Este fenómeno es el que explica parcialmente el ascenso de líderes populistas en muchas regiones del mundo. “Lo que ven y lo que escuchan no es lo que está pasando. Confíen en mí”, repite Donald Trump como una muletilla que promueve la confianza selectiva… en él mismo. Y la semana pasada los resultados de las elecciones presidenciales de Colombia pusieron en segunda vuelta a otro populista de derecha, Rodolfo Hernández, que también apeló a la confianza selectiva al autojustificarse por la bofetada que le dio a un concejal: “Él también fue con violencia. Lo que pasa es que ustedes no saben”. Confiemos. ¿Confiemos?
El lado B de este long play es que, cuando los ciudadanos pierden la confianza en las instituciones, se involucran más en aquellas cuestiones que les interesan para obtener el resultado esperado. En la Argentina, lo vivimos durante el debate por la legalización del aborto: miles de ciudadanos se alinearon con una causa que los interpelaba y se movilizaron más allá de sus preferencias políticas.
OTRA REACCIÓN
Y más recientemente, en los Estados Unidos, la tragedia de Uvalde –en la que un adolescente de 18 años entró a una escuela con armas de fuego y mató a 21 personas– produjo reacciones diferentes que en tiroteos anteriores, en los que primaba el acuerdo tácito de no politizar estas matanzas por respeto hacia las víctimas y sus familiares. Pero esta vez la reacción fue diferente. Durante una conferencia de prensa, Steve Kerr, el entrenador del equipo de básquet Golden State Warriors, responsabilizó directamente a los senadores que se negaron a votar una ley para propiciar el control de armas y, luego, se levantó abruptamente. En la misma línea, Beto O’Rourke, candidato demócrata a la gobernación de Texas, irrumpió en la conferencia de prensa del gobernador republicano Greg Abbott, y lo increpó por no haber hecho lo suficiente para prevenir la tragedia. A estas reacciones se sumaron miles de personas expresando su hartazgo hacia las respuestas blandas y demandando acción.
A pesar de que la confianza es la herramienta que nos permite seguir una vida socialmente normal, cuando muchos quieren un cambio radical esa confianza –que propicia que todo siga su curso– se convierte en un obstáculo para la transformación. Hoy, en la Argentina, el 62 por ciento quiere un cambio completo de rumbo y para lograrlo está desarrollando una confianza cada vez más selectiva: demandan pruebas y se reservan el derecho a revocar su apoyo de forma inmediata. Quizás, desarrollando la confianza selectiva nos encaminamos hacia un futuro con menos fails y más certezas.
Politóloga