Otro punto de vista. De la inercia a la honestidad brutal
Detención: hoy por hoy, es difícil identificar un camino claro por donde avanzar
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Un cuerpo no modifica su estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme, a menos que actúe sobre él una fuerza externa. Esta es la primera ley de Newton, también conocida como principio de inercia, un término de la física que describe a la perfección el estado de la política en nuestro país. En una semana convulsionada por conflictos simultáneos –tomas en colegios secundarios, el conflicto de los neumáticos y usurpaciones en la Patagonia–, la pregunta del millón es: ¿estamos paralizados en el caos o estamos moviéndonos sin pausa hacia el abismo? A esta gran duda se le puede agregar otra, no menos inquietante: ¿qué forma puede tomar una fuerza externa que nos saque de la inercia actual?
En los últimos tiempos pareciera que en el mundo todo estuviera yendo de mal en peor. La polarización política nos divide, los costos de la energía son cada vez mayores, China está entrando en una recesión, Ucrania está empantanada en una guerra desde hace meses y muchos países de África enfrentan una crisis alimentaria. La convergencia con la que soñamos después de la Guerra Fría ahora parece solamente eso: un sueño. Un estudio reciente de V-Dem, que evalúa los niveles de democracia en el mundo, encontró que, en los últimos diez años, aumentó del 49% al 70% la población mundial que vive en autocracias.
Sin embargo, en medio de este pesimismo global, la Fundación Bill y Melinda Gates lanzó el Goalkeepers Report en el que se muestran optimistas respecto de la dirección en la que está yendo el mundo: destacan que la pobreza y el hambre se redujeron, mientras que la esperanza de vida se extendió en todos los continentes. El reporte resalta también que, cuando el mundo invierte en soluciones innovadoras y de largo plazo, se pueden revertir tendencias en cuestiones tan importantes como la epidemia de VIH, donde las muertes cayeron un 60% en los últimos 20 años.
Pero a la Argentina todavía no llegó el optimismo de los Gates: el 75% de los jóvenes de nuestro país asegura que se iría a vivir a otro lugar si pudiera y la mitad de los adultos cree que sus hijos van a tener peores condiciones económicas que las que tuvieron ellos.
Pero a la Argentina todavía no llegó el optimismo de los Gates: el 75% de los jóvenes de nuestro país asegura que se iría a vivir a otro lugar si pudiera y la mitad de los adultos cree que sus hijos van a tener peores condiciones económicas que las que tuvieron ellos. Esta falta de horizonte hace que sea difícil proyectar y planear. Cada vez más, el futuro de los argentinos es hoy; se trata simplemente de sobrevivir, de pasar el día. Y sin un propósito es muy difícil sobrellevar los vaivenes cotidianos. De hecho, un estudio global de Ipsos confirma que encontrarle un sentido a la vida es una de las cinco cosas que más felicidad les da a las personas.
Por eso, más allá de los datos objetivos que nos confirmen si estamos yendo en la dirección correcta, en la incorrecta o, simplemente, paralizados, la verdadera pregunta es si logramos encontrarle un sentido a nuestra existencia. Si el estado actual no parece conducirnos a un destino feliz, sería razonable soñar con la aparición de algo que nos haga cambiar de dirección. ¿Cuál será esa fuerza externa y qué forma va a tomar? Todavía es un misterio.
Hay diferentes opciones a la hora de pensar en una posible salida. Algunos apuestan al recuerdo de un pasado mejor, como lo hizo la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en el discurso en el que aseguró que durante su gobierno “ningún argentino puede decir que no se vivía mejor que ahora y que se había vivido mejor que nunca hasta ese momento”. Otros apuestan al camino del enojo y el resentimiento, lugar que ocupa más claramente Javier Milei cuando afirma que quiere ir “contra el victimario que son los políticos chorros, la casta política”.
Quizás haya una tercera posición, que es la que vienen pregonando diferentes líderes mundiales en el último tiempo y que defiende la honestidad brutal. En un discurso reciente, el presidente de Francia Emmanuel Macron adelantó que estamos enfrentando “el final de lo que podría parecer una era de abundancia” y que el primer deber es “decir las cosas por su nombre, con gran claridad”. En Reino Unido, la recientemente electa primera ministra Liz Truss se inspira en el estilo rígido de Margaret Thatcher y, al mismo tiempo, se autoproclama la jefa de disrupción y dice estar lista para tomar decisiones impopulares.
Algo parecido se está gestando de este lado del océano: Hernán Lacunza, el economista estrella de Horacio Rodríguez Larreta, prepara sus planes de gobierno y está cada vez más lejos del gradualismo que moldeó el gobierno de Mauricio Macri. Hace poco, dijo que no se puede gastar más de lo que ingresa y que se debe hacer una terapia de shock: “No caigamos en la trampa de la timidez. No nos quedemos cortos. No tengamos vergüenza de lo que hay que hacer” agregó.
Sin embargo, la sociedad todavía no acompaña esa salida. Una encuesta publicada recientemente por Zuban Córdoba muestra que dos tercios de los argentinos reconoce que el país debería aplicar políticas de shock, pero grandes mayorías se niegan a aceptar sacrificios en jubilaciones, ingresos o aumentos en las tarifas de gas y energía.
Mientras tanto, sectores cada vez más amplios de la sociedad no se sienten representados por la política y se encuentran hoy más huérfanos que nunca. Nadie habla de los problemas que los interpelan y los políticos muestran cada vez menos sentido común. Por ahora, lejos de salir a las calles para manifestar su indignación, quienes se encuentran desamparados eligen dejar de mirar la película.
A lo mejor, después de tantos años de marketing político en el que todos se esforzaban por mostrar el costado amable de los candidatos, sea necesario incursionar en el camino de la honestidad brutal. Y eso, totalmente disruptivo e innovador, sea la manera de volver a interpelar a los que han perdido el interés en la política para sacar al país de la inercia.
Politóloga