Otra vez Gramsci
Por Julio César Moreno Para LA NACION
Cada diez años la figura de Antonio Gramsci aparece en la Argentina, como un fantasma que se retira al poco tiempo de llegar, sin dar mayores precisiones sobre la misión que lo trajo a estas tierras. Nunca trascendió al gran público, aunque su pensamiento fue seguido con interés en algunos círculos intelectuales y políticos.
Para cierta izquierda, más vinculada al debate europeo, su teoría era como una vía de escape a esa escolástica del marxismo tradicional teñida de estalinismo o encerrada en las limitaciones de la socialdemocracia.
Para cierta derecha, Gramsci era el nuevo rostro del comunismo, el mentor de una nueva estrategia de la toma del poder, basada en una lenta infiltración en el mundo de la educación, la cultura y las ideas, antes que en un choque directo de "clase contra clase" o en una revolución inmediata y violenta.
Lo cierto es que el pobre Gramsci, muerto al poco tiempo de salir de la cárcel fascista, en 1937, quizá tenga poco que ver con el legado que a veces se le atribuye. No tenía nada que ver, en efecto, ni con la incipiente guerrilla de los años 60, ni con el montonerismo de los 70. Fue, eso sí, uno de los más brillantes e incisivos pensadores políticos de su época, que escribió la totalidad de su obra mientras estuvo diez años preso, en forma de notas y comentarios breves. Lo hizo a mano en unos cuadernos escolares, que la industria editorial recogió después con el nombre de Cuadernos de la cárcel .
Hoy se estudia a Gramsci en las principales universidades estadounidenses y europeas. Se lo considera uno de los teóricos más estrictos y refinados de la "sociedad civil", en contraposición a las diversas teorías del Estado que acapararon durante décadas la atención de los pensadores políticos. Fue él quien advirtió el potencial revolucionario -porque Gramsci era un revolucionario- que anidaba en los repliegues de la cultura popular, la escuela, la religión y el periodismo. El filósofo y jurista Norberto Bobbio, hace poco fallecido, le dedicó uno de sus escritos más importantes: Gramsci y la concepción de la sociedad civil .
Pero considerar a Gramsci como un marxista más, como "el otro Lenin", que proponía nuevas alternativas para la toma del poder o nuevos modelos de socialismo, quizá sea un error. En todo caso, Gramsci iba más allá.
Hace unos años estuvieron en el Instituto Italiano de Cultura de Córdoba dos pensadores italianos, Umberto Curi y Remo Bodei, que dieron una versión distinta de Gramsci. Para ellos Gramsci debe ser ubicado en la cultura filosófica europea e italiana y en la tradición liberal-democrática, al lado de Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca, Robert Michels y Benedetto Croce.
Existe la costumbre, decían Curi y Bodei, de leer a Gramsci en el interior de la tradición marxista, cuando en realidad fue uno de los más rigurosos críticos del marxismo. En la tierra de Maquiavelo, habría que considerar entonces a Gramsci como un pensador clásico.
Y en este punto tal vez haya que volver a Bobbio, que consideraba que había un hilo conductor entre liberalismo, democracia y socialismo, aunque admitía que había fuertes tensiones entre estos tres momentos de la modernidad. Esta compleja relación fue uno de los temas fundamentales de la reflexión de Antonio Gramsci.