Otra verdad incómoda
Recuerdo escuchar el título Una verdad incómoda cuando Al Gore lanzó su documental. Un título perfectamente elegido para abordar los efectos devastadores por la manera en que estamos “abusando” actualmente de nuestra tierra. Y que indica que nos enfrentamos a algo que no queremos enfrentar porque, al hacerlo, tendríamos que desafiar nuestra comodidad y conveniencia.
Hay una verdad mucho más incómoda. Una verdad sobre la pobreza y los efectos devastadores que tiene en el cerebro de niños inocentes. Que también es un “abuso”, por muy controvertido que pueda parecer. Porque también fue creada por el hombre.
La pobreza siempre fue un tema lejano para mí, que he vivido los primeros 33 años de mi vida en el lujo de los Países Bajos, teniendo acceso a alimentos nutritivos, vivienda y cuidados. Sí, se nos concientizaba de la situación de los distintos países de África, presentándonos colectas anuales y eventos como “Ayuda a África”. Pero la “pobreza” era, como se dice en una expresión holandesa, een ver van m’n bed show. Traducido libremente, “un evento que tiene lugar demasiado lejos para poder entenderlo”. Y, por lo tanto, siempre pensé que la pobreza y el hambre eran sólo un problema de distribución de la riqueza y los alimentos, por muy terrible que sea. No sabía que la desnutrición en los niños provoca daños cerebrales irreversibles. No sabía que los primeros 1000 días después de la concepción son vitales para el desarrollo saludable de un niño, tanto físico como intelectual. En tan solo un año después de nacer, el cerebro crece hasta un 80% del peso que tendrá de adulto, alimentando y estimulando bien al niño. ¡Sólo un 20% después hasta la edad adulta! Y tampoco sabía que el desarrollo del cerebro en los niños no solo tiene que ver con la nutrición. Es más, la nutrición es sólo la mitad.
Me quedó muy claro que todo lo que hacemos con respecto a la educación y los resultados que esperamos obtener de este esfuerzo, dependen de la “sustancia” a la que dirigimos esta educación. Y donde una semilla nunca florecerá hasta su potencial genético si se planta en un suelo pobre, parasitado o seco, la educación, ya sea cognitiva o social, nunca encontrará su plena expresión en una persona con un cerebro dañado. Preservar el cerebro para luego educarlo. Esta es la esencia de lo que siempre cuenta el doctor Abel Albino, fundador y presidente de Conin en la Argentina. Palabras que siguen después de mencionar que, en tiempos donde las economías tendrán que convertirse hacia economías basadas en el conocimiento, se requiere un capital humano sano, siendo una población con su capacidad intelectual intacta. Cuando ese capital humano está dañado, no sólo el individuo se queda atrás, el país entero se queda atrás.
El viernes 11 de marzo de 2022 se celebró la inauguración del nuevo hospital para niños desnutridos en Las Heras, Mendoza. Un hospital construido con la ayuda de un sinfín de donaciones de todo tipo. Este nuevo hospital ha sido un sueño largamente vivido por el doctor Albino, sabiendo que los niños fuertemente desnutridos no tienen muchas posibilidades de sobrevivir en un hospital común debido a la presencia de bacterias hospitalarias que probablemente maten los cuerpos ya “indefensos” de los niños desnutridos.
Ha sido una celebración. Pero también un momento de reflexión, un momento en el que se piensa que es ridículo tener que crear semejante hospital en un país como la Argentina. Un país con poco más de 45 millones de habitantes que produce alimentos para más de 450 millones de personas al año.
La buena noticia es que hay una solución. No mágica ni instantánea, por supuesto. Pero sí una solución, que ha demostrado ser extremadamente eficaz a lo largo de los últimos 50 años: la metodología Conin.
El doctor Monckeberg, fundador de Conin en Chile, comenzó a detectar y tratar la desnutrición al haber descubierto la relación entre ésta y el crecimiento económico de un país. Albino siguió adelante e incorporó todos los conocimientos adquiridos en un modelo de prevención. Un modelo que se puede resumir con las siguientes palabras: preservar el cerebro para luego educarlo. Pero, como siempre, “se necesitan dos para bailar el tango”. Esta metodología sólo es eficaz cuando se dan ciertas condiciones ambientales e infraestructurales. Y estas condiciones corren por cuenta del gobierno de un país. Imposible de conseguir a nivel individual. Cloacas, agua corriente y caliente y luz eléctrica. La metodología de prevención de Conin, en combinación con lo anterior, dará a cada niño la posibilidad de desplegar su potencial genético, obtener los conocimientos técnicos y sociales necesarios para pacificar una sociedad y generar igualdad de oportunidades para todos. Igualdad de oportunidades, otro punto clave en la acción. Porque no viene solo como resultado de prevenir el daño cerebral.
En Chile esta parte fue largamente pasada por alto. O mejor dicho, descuidada. Porque ya en 1998, en su libro Contra viento y marea, uno de los muchos libros del Dr. Monckeberg, escribió el siguiente texto visionario: “Para alcanzar el desarrollo se requieren muchos elementos que deberían coordinarse y comenzar a actuar simultáneamente. Uno de ellos es la nutrición, pero otros, tan importantes como ese, son también la educación y la capacitación. Podríamos teóricamente, llegar a prevenir el daño sociogénico-biológico que se engendra en los primeros años de vida, pero a la vez se requeriría iniciar un proceso educativo masivo para que esos niños pudieran posteriormente, insertarse eficientemente en las estructuras sociales correspondientes. ¿Como sería el problema social que se provocaría si se consiguiera erradicar la desnutrición y los niños crecieran y se desarrollaran sanos física e intelectualmente, pero no se les proporcionaran una educación y capacitación adecuada? Estaríamos formando una pléyade de pequeños monstruos que necesariamente, por falta de alternativas, reaccionarían violenta y agresivamente, incrementando el lumpen, la delincuencia y la violencia. Hasta ahora la delincuencia, si bien es un problema, no ha alcanzado una gran dimensión, ya que en su mayoría son jóvenes pasivos, dañados ya durante los primeros años de vida”.
Chile tendrá sus desafíos pero tomo un gran paso ya. Ahora duele ver a la Argentina como está. El país que una vez fue el quinto país más grande del mundo medido por su PBI, el primer país del mundo en erradicar el analfabetismo, el país que después de Moscú, Paris, Londres y Nueva York tenía su tren subterráneo, el país donde cuando Standard Oil construyó su primer kilómetro de oleoducto, Mendoza ya tenía 35 km, el país donde el famoso National City Bank of New York (hoy Citibank) decidió establecer su primera sucursal extranjera en 1913.
Para volver a ver ese esplendor, hay que entender que este absoluto cuidado del niño en su primera infancia, preservando su capacidad intelectual genética, no es un costo, si no la mejor inversión que un país puede hacer. Algo científicamente probado por el economista profesor James Heckman, ganador del premio Nobel de Economía (2000) para su labor (junto a un consorcio de otros economistas, psicólogos del desarrollo, sociólogos, estadísticos y neurocientíficos) que demuestra que el seguimiento estricto durante la primera infancia influye enormemente en los resultados sanitarios, económicos y sociales de los individuos y de la sociedad en general.
En simples palabras: es cuidar al niño de forma estricta durante su primera infancia o pagar los altos costos de por vida asociado al daño cerebral. Al entender esto, no se puede perder un día más para empezar y hacer de la metodología Conin una política de estado.
Economista