Otra mirada sobre Charlie Hebdo
Francia acaba de perder una elite de humoristas en un terrible atentado, y un estremecimiento de cólera y horror conmociona justificadamente a la sociedad. París se lanzó a la calle y Charlie Hebdo , el periódico dirigido por esos humoristas, recibe miles de miles de euros de resarcimiento espontáneo. Nadie podría dejar de condenar el atentado, y todos, desde Bergoglio hasta Obama, pasando por Merkel, han cumplido con su cometido. En el aire enrarecido de un conflicto que va adquiriendo proporciones desmesuradas, debería haber, sin embargo, algo más que el espacio destinado a sentenciar el fanatismo causante de la catástrofe.
El discurso que convalida la democracia y la libertad de expresión en las sociedades occidentales no debería olvidar que estas instancias básicas e inamovibles no pueden disociarse totalmente de otras leyes que no por no estar escritas son menos básicas e inamovibles: particularmente, las leyes de convivencia.
Uno de los pilares fundamentales de estas leyes es la conciencia de que no cabe subestimar la importancia de ciertos símbolos, en particular, los religiosos, para aquellos que los sustentan. Por lo tanto, las ofensas en este nivel no pueden ser trivializadas ni descontadas en aras de una libertad todo terreno. El laicismo que se considera, con justa razón, garantía de progreso en los Estados modernos no puede consentir ni consistir en degradar las expresiones religiosas que no atenten contra los derechos humanos, en especial cuando provienen en general de minorías explotadas económica y socialmente. El racionalismo puede también convertirse en la religión de la soberbia cuando considera a los creyentes en su totalidad como seres inferiores, supersticiosos e ignorantes.
En ese sentido, no parecería una estrategia particularmente iluminada el oponer a los feroces degüellos televisados de la Jihad la pluma irreverente de Charlie Hebdo, que trata de estúpidos a los seguidores de Mahoma. Azuzar con palabras e imágenes fuertemente ofensivas a un enemigo fanático, en momentos en que arde la contienda internacional, no parece la actitud más prudente ni esclarecida por parte de quienes se asumen como líderes intelectuales de la prensa europea. Ser mártir de la libertad de prensa no es incompatible con ser responsable de imprudentes escarceos al borde de un cráter dispuesto a estallar. Pero quien adopte esta perspectiva que, sin justificar en ningún modo la horrenda represalia, relativiza el heroísmo intelectual de las víctimas será instantáneamente fusilado por la ola de indignación bien pensante que atraviesa el planeta en estos momentos.
Miles y miles de musulmanes, fanáticos o no, cayeron bajo las bombas estadounidenses en Afganistán e Irak. Pero morir a manos de terroristas musulmanes en París o en Nueva York viste más que morir bajo bombas cristianas en desiertos de nombres impronunciables en Medio Oriente.
Fanatismo, no. Hipocresía, tampoco.
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