Otra gramática de la fantasía
Si Caperucita no fuera roja, ¿qué pasaría? Al italiano Gianni Rodari (1920-1980, periodista, pedagogo, escritor y ganador del premio Andersen) le divertía un tradicional juego que él mismo llamaba "el de equivocar historias". Experto en creatividad infantil, argumentaba que cuando a cierta edad a un niño se le decía: "Había una vez una niña llamada Caperucita Amarilla", y el pequeño marcaba la equivocación, se lo ayudaba, entre otras cosas, a librarse de ciertas fijaciones.
No es que resulte estrictamente comparable, pero en esta Argentina con dificultades para crecer y desarrollarse, donde en los bares se protesta a diario por las eternización de los mismos dirigentes políticos o por la reaparición de personajes oportunistas en tiempos de crisis, nadie parece estar echando mano de la creatividad. Como decía una frase atribuida al general norteamericano George Patton (1885-1945): "Si todos están pensando lo mismo, entonces alguien no está pensando".
Cuando éramos pequeños, nos resistíamos, enojados, a seguir comprando figuritas cuando siempre salían repetidas. Invertíamos dinero en el quiosco, y cuando el sobre traía lo que ya habíamos pegado en el álbum el día anterior nos enfadábamos por haber invertido en vano. Ahora, una figurita repetida nos desilusiona, pero insistimos en comprarla. Y seguimos invirtiendo en ella, como si careciéramos de las facultades para rescatar de la imaginación alguna equivocación de la historia, en la que el lobo no esté allí para devorárselo todo.
Prestar atención a sesudos análisis oportunistas de los que no hablaron cuando debían hacerlo, soportar a megalómanos con ansias inexplicables de poder, ser pasivos frente a estadísticas de ficción y dar crédito a los émulos mediocres del millonario romano Licinio Craso, que subestiman a sus adversarios, no son más que formas diferentes de desplegar esa costumbre argentina de repetir el mismo cuento, cuyo editor responsable está en cada casa, en cada empresa, en cada institución, en cada bar, en la esquina. En nuestras discusiones de café, Caperucita siempre es roja.
Como explicó Rodari en su Gramática de la fantasía (Colihue/Biblioser, 1973), no es que los seres humanos no necesitemos aferrarnos al argumento tradicional del cuento, para reconocerlo y aprenderlo de principio a fin, como manera de encarrilarnos en el mundo. Todo lo contrario. Sólo que, en cierto momento de nuestras vidas, Caperucita Roja no tendrá mucho más que decirnos, y estaremos listos para separarnos de ella como de "un viejo juguete gastado por el uso". Crecer implicará desafiar a los mayores, corrigiendo sus arbitrariedades y equivocaciones, y afrontar la libertad de inventar nuevas historias con ese cuento que se nos presenta. Seremos capaces de "revivir la historia en otro plano", puesto que el juego de equivocarse "desdramatiza al lobo, ennoblece al ogro, ridiculiza a la bruja, establece una división más clara entre el mundo de las cosas verdaderas (...) y las imaginadas", como afirma Rodari.
Si la imaginación no está en el poder, eso no exime a los ciudadanos comunes de la responsabilidad de abandonar el regodeo cotidiano en el berrinche, en las frases hechas, en las discusiones con total ausencia de lo nuevo, para embarcarse en el ejercicio de equivocar, imaginar, dejar de repetir la historia como si estuviera escrito en algún sitio que nuestro devenir siempre estará ligado con el fracaso inexorable. Hay un lugar que es seguro: el de caminar por un paisaje medieval de fábula, sin atreverse a cruzar el bosque para llegar a otra parte. Quedarse ahí, confortablemente inactivo, y comerse los pastelitos de la canasta. No ver que en el futuro inmediato están esperándonos un lobo y el riesgo, con los que habrá que lidiar mientras nos hacemos grandes.
Crecer. Dejar de pensar que el problema radica en una madre desalmada que nos ha enviado a cruzar el bosque solos para no hacer nada con eso, mientras otros que nosotros subestimamos se atrevieron a hacer algo. Y ser creativos: no para comer frío el plato de la venganza contra los que sólo imaginan beneficios para sí mismos, sino para pensar y armar, en equipo, un álbum de país donde las figuritas resulten responsablemente elegidas. ¿Estaremos listos?
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