Oscar Oszlak: "La tecnología avanzará a pasos agigantados; no veo que nuestros líderes estén discutiendo sus consecuencias"
Mientras en el mundo toma impulso una revolución tecnológica que tendrá enorme impacto en numerosas áreas de la vida, el futuro continúa siendo un tiempo verbal que cuesta conjugar en la Argentina. Así lo entiende el doctor en Ciencia Política y Economía Oscar Oszlak, también investigador superior del Conicet y cofundador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES), junto con Guillermo O'Donnell.
Referente indiscutido en materia de procesos de modernización de la gestión pública, Oszlak sostiene que el término "políticas de Estado" es otro invento argentino: "Ningún europeo o japonés sabría de qué se trata. En sus países, una política pública es siempre una política de Estado. La discontinuidad política de la Argentina, los sucesivos cambios de régimen y la renuencia a construir sobre la obra de los predecesores han sido los factores fundamentales del cortoplacismo que caracteriza a las políticas públicas de nuestros gobiernos", dice el especialista.
-Todas las proyecciones futurológicas plantean que, en pocas décadas, quizá menos, el mundo que conocemos cambiará radicalmente. ¿Es el futuro una dimensión a la que se le otorgue importancia en la Argentina actual?
-Definitivamente, no. No hay duda que el mundo seguirá cambiando a pesar de que el futuro no sea un tiempo verbal que se conjugue en la Argentina. En las próximas décadas, la tecnología avanzará a pasos aún más agigantados que hasta el presente. La especialización internacional de la producción cambiará radicalmente y el capitalismo ingresará resueltamente en la cuarta revolución industrial. Varias de las ciencias más importantes se volverán más intensivas en el uso de la informática, la inteligencia artificial y la robótica. Múltiples oficios y profesiones desaparecerán definitivamente, generando incertidumbre y desocupación en el mercado de trabajo. Pronto nos transportaremos en vehículos autónomos que requerirán regulación. La manipulación genética de cultivos hará obsoletos ciertos procesos productivos en la forma en que los hemos conocido hasta ahora. La internacionalización del Estado, junto con la descentralización, ejercerá un efecto de pinza sobre los Estados nacionales, que tenderán a resignar su papel como proveedores de bienes y servicios para transformarse en órganos de conducción política y negociación en el marco de bloques regionales que harán más acentuada la multipolaridad del mundo. Todos estos desarrollos tendrán, a no dudarlo, un significativo impacto sobre la cultura, los valores, las opciones de política, las formas de producción económica y sobre los lugares que los países ocuparán en el mundo. Y no veo que nuestros líderes políticos estén discutiendo las consecuencias de estos procesos sobre el futuro de esta sociedad. Sí observo esa toma de conciencia en los países más avanzados y me preocupa que la brecha se ensanche y la dependencia tecnológica nos haga más vulnerables frente a las transformaciones que ya están ocurriendo.
-Estar preparados para el futuro requeriría de planificación. ¿Qué debe hacer un Estado para prepararse para lo que venga?
-Lamentablemente, la planificación en la Argentina no existe ni existió de verdad. Alfonsín puso en marcha el traslado de la Capital sin analizar a fondo sus pros y contras, costos y secuencia decisoria a seguir. Menem estatizó, descentralizó y desreguló a troche y moche sin reparar en sus prerrequisitos ni consecuencias. El kirchnerismo anunciaba iniciativas que casi de inmediato debía desechar por haber sido lanzadas sin real conocimiento ni seria programación de su implementación. Y el gobierno actual confió demasiado en la mano invisible como regulador automático de los mercados. Hemos tenido organismos de planificación, planeamiento y programación cuya existencia ha sido puramente formal.
-¿Qué consecuencias puede acarrear esta falta de preparación?
-Si uno no sabe adónde va, todos los caminos lo llevan. La política se convierte en una decisión cotidiana, sin perspectiva ni horizonte temporal. Con ello también se elimina el pasado, es decir, el seguimiento, control y evaluación de lo que se hizo. Porque si no se sabía hacia dónde se iba, ¿contra qué se controlará? Y si no se evalúa lo hecho, tampoco hay aprendizaje para modificar los cursos de acción erróneos o inconducentes. Este es uno de los mayores déficits del estilo decisorio de nuestros gobernantes. Como decía mi maestro Albert Hirschman, "la motivación prevalece sobre la comprensión".
-Está bastante instalada la noción de que, a nivel local, las políticas de Estado son siempre a corto plazo. ¿Qué lógicas, ideas o razonamientos podrían estar obstaculizando la posibilidad de pensar medidas que se sostengan más allá del propio mandato?
-Es una contradicción hablar de políticas de Estado a corto plazo. En realidad, el término "políticas de Estado" lo inventamos en la Argentina. Ningún europeo o japonés sabría de qué se trata. En sus países, una política pública es siempre una política de Estado. Aquí usamos el término para referirnos a decisiones, generalmente consensuadas con otras fuerzas políticas, que suponen compromisos de largo plazo que trascienden una o más gestiones de gobierno. Eso existe, por ejemplo, en Chile, donde con independencia del signo político de los gobiernos, se advierte una notable continuidad en los grandes lineamientos de políticas macroeconómicas y sectoriales. La discontinuidad política de la Argentina, los sucesivos cambios de régimen y la renuencia a construir sobre la obra de los predecesores han sido los factores fundamentales del cortoplacismo que caracteriza a las políticas públicas de nuestros gobiernos.
-En pocos meses la Argentina elegirá presidente. ¿Qué ideas debería abrazar alguien que se proponga genuinamente mejorar las perspectivas de nuestro país?
-Deberíamos pensar que toda persona que aspira a conducir los destinos del país debería proponérselo genuinamente. No puedo concebirlo de otro modo. Como mínimo, debería tener un conocimiento profundo de los problemas de la Argentina, de sus raíces históricas, sus conflictos y contradicciones, del contexto internacional que deberá enfrentar en su gestión, de las potencialidades de las diferentes regiones y sectores productivos y de sus prioridades. Debería, además, tener capacidad para seleccionar a líderes capaces de conducir las diferentes áreas de gobierno, estar dispuesto a coordinar y negociar, a resistir presiones, a rendir cuentas y a no aferrarse al poder. No hay muchas personas con este perfil y competencias.
-¿Qué ideas, hoy fuertemente instaladas en el entramado político, deberían dejarse de lado?
-Más que en ideas pensaría en prácticas y en conductas, que se han convertido en verdaderas enfermedades de la política. Las sintetizaría en cinco patologías: hubris, panquequismo, presentismo, autismo y patrimonialismo. El síndrome de hubris, o enfermedad del poder, es la pérdida de perspectiva, la desmesura, la confianza exagerada en uno mismo. Quien sufre de hubris probablemente sufrirá de una o más de las otras cuatro enfermedades. El panquequismo, o arte de cambiar reiteradamente de bando o de partido, equivale a la absoluta ausencia de convicciones o valores. Como en la célebre propuesta de Marx, de Groucho Marx, cuando decía que "si no te gustan mis principios, tengo otros". El presentismo o cortoplacismo es la ausencia de visión, la eliminación del futuro como horizonte de la acción política. El autismo es el encapsulamiento de esa acción política, el ensimismamiento, la renuencia a la coordinación y la búsqueda de consenso, el exceso de confianza en el propio juicio, desdeñando el de terceros. Por último, el patrimonialismo es la confusión de la cosa pública con el interés privado, la tendencia hacia formas de actuación y decisión autocráticas, la desconfianza en las instituciones y la apropiación individual de los bienes públicos. Son todas enfermedades de la política y los políticos, que deberían desterrarse de su práctica.
-¿Qué percepción tiene la ciudadanía sobre la clase política? ¿En qué medida esa percepción está basada en certezas?
-Una abrumadora mayoría de los ciudadanos desconfía de la clase política y las instituciones públicas y no cree que puedan solucionar los problemas del país. Esta percepción se extiende a los parlamentarios, las autoridades gubernamentales y los jueces. La falta de transparencia conspira contra la posibilidad de obtener evidencias claras, porque si las hubiera, las percepciones serían certezas. De todos modos, la convicción generalizada de la ciudadanía es que la política no es más que colusión, irregularidades y conflictos de intereses. Las declaraciones retóricas sobre apertura y transparencia no consiguen convencer y las encuestas corroboran año a año la crisis de confianza ciudadana en sus dirigentes.
-¿Cuáles cree que son las principales demandas de la ciudadanía hacia la clase política en la actualidad?
-"Que se vayan todos" fue, tal vez, la única consigna que podría atribuirse colectivamente a la ciudadanía de nuestro país. Fue lanzada durante la peor crisis socioeconómica de la historia argentina y sintetizó el hastío de la sociedad civil frente a la incompetencia de los dirigentes que sucesivamente intentaron instalar y consolidar un modelo de país que asegurara mínimas condiciones de buen vivir para todos. Los cacerolazos, los movimientos sociales y los escraches son formas de protesta que a veces tienen destinatarios individuales o institucionales, pero expresan demandas, intereses o valores específicos. En la agenda de problemas sociales, las prioridades cambian (inseguridad, corrupción, inflación, desempleo), pero creo que, en el fondo, hay una demanda implícita de coherencia, de estabilidad, de continuidad y de eliminación definitiva de la incertidumbre permanente que acompaña la vida cotidiana de los argentinos.
-¿Qué se necesitaría para que, en la Argentina del futuro, haya un mayor involucramiento ciudadano?
-En las últimas décadas se ha producido, indudablemente, un notable incremento en el número y la actuación de organizaciones de la sociedad civil, así como en diversas modalidades de movilización ciudadana. El desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación, sobre todo la web 2.0, ha facilitado una relación de doble vía entre ciudadanía y gobierno. La difusión de los principios del Estado Abierto (transparencia, participación y colaboración) ha promovido la posibilidad de que los ciudadanos puedan cumplir un triple papel frente al Estado, sea en la formulación de las políticas, en formas de gestión público-privadas y en el seguimiento, control y evaluación de la gestión pública. Sin embargo, pese a que se han multiplicado los canales de acceso y se ha legislado sobre derecho a la información, la participación ciudadana sigue siendo reducida. Casi nadie niega el valor de la participación, pero por múltiples razones, se prefiere que sean "otros" los que hagan el esfuerzo. Creo que es un problema cultural, fruto de un desconocimiento generalizado de que el Estado es un agente de la ciudadanía y esta, su mandante, la parte principal de la relación. Cuando esta noción se adquiera desde el proceso formativo en la infancia, es posible que como ciudadano adulto se asuma su condición de mandante y no de simple "administrado".
-Si usted fuera convocado para pensar tres ideas para esa Argentina del futuro, ¿cuáles serían?
-Mis tres ideas, naturalmente, tendrían relación con mi formación y mi experiencia de trabajo, es decir, la modernización de la gestión pública. Mi primera preocupación sería instalar la idea de que los gobiernos necesitan planificar sus dotaciones de recursos humanos. Para ello hay que conocer, en primer lugar, los datos básicos del personal, su distribución, tareas que realiza, formación, competencias, tasas de rotación, necesidades funcionales de las áreas, reemplazos futuros, etcétera. Y, por supuesto, utilizar esta información para que las dotaciones tengan la composición y el perfil requeridos por el papel que desempeñen las diferentes instituciones estatales. La segunda idea sería pensar en la reconversión laboral que será necesaria frente a la desaparición de empleos que anticipa la era exponencial en ciernes, incluyendo la promoción de procesos formativos que requiera el mundo del trabajo en el futuro. Y la tercera, fortalecer la capacidad institucional del aparato estatal para que esté en condiciones de hacer realidad la filosofía de gobierno abierto con la que el país se ha comprometido formalmente, pero cuyos avances han sido, hasta ahora, escasos y dispares.
-¿Cuál es su reflexión sobre la Argentina del futuro?
-Más allá del determinismo de la globalización y los avatares del azar, todavía queda espacio para el ejercicio de una voluntad colectiva que debe nacer del acuerdo de las clases dirigentes para superar los enfrentamientos y erradicar las mil formas de violencia de la vida política. También hallar denominadores comunes que permitan la convivencia civilizada, el diálogo, el intercambio de ideas y el respeto por la opinión ajena. Todo esto, en pos de un objetivo claro: construir políticas de Estado que permitan que las sociedades se conviertan en protagonistas de su historia, y no en simples marionetas a merced de los vientos de frente o de cola que les depare el azar o el destino.
* Oscar Oszlak es Doctor en Ciencia Política y Economía, Oszlak cofundó el CEDES junto con Guillermo O'Donnell
Tres propuestas
- Planificación. "Es necesario instalar la idea de que nuestros gobiernos deben planificar su dotación de recursos humanos"
- Reconversión laboral. "Los desafíos de lo que se viene requerirán también la promoción de procesos formativos"
- Fortalecimiento institucional. "Es fundamental para hacer realidad la filosofía de gobierno abierto"