Ortega y Gasset, ética y vida auténtica
La filosofía de la razón vital, alumbrada por José Ortega y Gasset (1883-1955), y sistematizada por Julián Marías (1914-2005), constituye una profunda reflexión sobre el significado de una vida auténtica. Para Ortega, el hombre es futurizo, está orientado al futuro. Como tal, en su circunstancia presente, encuentra una gran variedad de formas de vida para elegir y realizarse como persona, pero su vida será auténtica si es fiel al proyecto de vida que lo constituye y lo hace único y diferente. Un tribunal insobornable nos exige cada día que rindamos cuentas de lo que hacemos con nuestra vida. Que nos ha sido donada sin nuestro consentimiento. Y con la obligación de tener que elegir nuestro destino personal. No acertar en esta elección crucial equivale a vivir una vida inferior, a resignarnos a una vida éticamente pobre con respecto a nosotros mismos. Por eso, la justificación de la elección de nuestro proyecto de vida es el primer principio de una ética del hombre. No sabemos porqué nacimos aquí y ahora, como tampoco sabemos por qué ciertas figuras de vida son imprescindibles para sentirnos plenamente realizados. Estamos mágicamente instalados en nuestro proyecto de vida, como en nuestra realidad corporal o en un determinado contexto histórico. El dilucidar por qué el hombre no atina a descubrirlo, o por qué habiéndolo hecho no pone su vida a ese proyecto, es el gran desafío para la concreción de una ética personal, no masificada según los moldes de la sociedad.
La búsqueda por el hombre de su auténtico proyecto de vida es un tema añejo del conflicto entre individuo y sociedad. Eso es así porque el imperativo ético de descubrir nuestro proyecto de vida nos conecta directamente con las presiones que ejerce la sociedad sobre nuestra pretensión personal. En nuestra juventud, la aspiración por personalizarnos en la sociedad se enfrentaba con una encrucijada tradicional: ser atraídos por más de un proyecto de vida. En esa etapa inaugural entrevimos que el futuro tenía múltiples rostros; que nuestro destino se encarnaba en perfiles de vida incompatibles entre sí. Al tiempo que se desbordaban esas pasiones, crecía nuestra incertidumbre. ¿Qué significa vivir en incertidumbre?
En la sociedad actual, el cambio acelerado introduce graves fisuras en nuestros sistemas de ideas y creencias. Lo que funcionaba hasta ayer, hoy ha quedado obsoleto; los valores en los que nos educamos, son cuestionados; la cultura política no logra dar respuestas a las demandas de los ciudadanos. La suma de estos factores nos ponen en estado de permanente incertidumbre sobre el futuro. La incertidumbre no es simplemente “no saber”, en el sentido de ignorar, sino un concreto no saber a qué atenerse. Al no saber a qué atenerse sobre su propio destino, el hombre contemporáneo se deja presionar o seducir por las formas de vida estandarizadas que impone la sociedad. Y así renuncia a descubrir su proyecto de realización personal, de vida auténtica. El hombre que actúa de ese modo y se rinde a las imposiciones de la sociedad, infringe su escala ética personal, es infiel a sí mismo
Frente a la desorientación vital en que vivimos conviene recordar que, en su ultimidad, la ética consiste en aceptar lo que somos; y en el quehacer de transformar nuestra vida en una suma de actos y decisiones atenta a sus reclamos. No hacerlo es degradarla, vivir de acuerdo con las pretensiones de los otros. La riqueza de las personas se manifiesta con superior intensidad al respetar la razón vital profunda que nos constituye como seres personales. El hombre contemporáneo se encuentra confundido entre las posibilidades de vida disponibles en su circunstancia. Ortega nos enseña que la autenticidad de nuestra vida se mide por la fidelidad a nuestro proyecto de vida. Solo de ese modo seremos éticamente valiosos.