Orientaciones para educar positivamente y prevenir el abuso sexual infantil
Pocos días atrás Unicef publicó nuevas cifras mundiales: “más de 370 millones de niñas y mujeres vivas en la actualidad –esto es, una de cada ocho– han sufrido violaciones o abusos sexuales antes de los 18 años (...) Cuando en estos cálculos se incluyen, además, formas de violencia sexual sin contacto físico, como el abuso verbal o en línea, la cifra de niñas y mujeres afectadas en todo el mundo se eleva hasta los 650 millones –una de cada cinco–, un hecho que subraya la urgente necesidad de adoptar estrategias integrales de prevención y apoyo para hacer frente de forma eficaz a toda forma de violencia y abuso”.
Cobra cada vez más importancia la conciencia de que tenemos que preparar a nuestros hijos e hijas para un mundo donde la cultura de la banalización del sexo dibuja límites borrosos, exponiendo así a los más vulnerables. Organismos internacionales, campañas gubernamentales, pediatras, psicólogos/as y demás actores involucrados en el cuidado de la salud, coinciden en la importancia indispensable de la prevención.
A nuestro alcance están una serie hábitos de prevención primaria que pueden ayudarnos a crear una cultura de los espacios seguros para niñas, niños y adolescentes.
En primer lugar, podemos promoverles aquellos hábitos que tienen que ver con el cuidado del cuerpo y de la intimidad. Desde temprana edad, por ejemplo, tenemos que explicar qué es la intimidad y qué es la privacidad; llamar a las partes del cuerpo por su nombre y distinguir las partes íntimas; explicar al niño o a la niña que nadie puede tocar sus partes íntimas (sólo lo hacemos papá/mamá/cuidador cuando los ayudamos a bañarse o a limpiarse) y que él o ella tampoco debe tocar las partes íntimas de nadie; anticiparles, cuando toca la visita pediátrica, que los revisarán para conocer su estado de salud y que eso ocurre sólo cuando va al médico con papá o mamá (o el adulto a cargo).
En segundo lugar, nosotros podemos también asumir hábitos de prevención y cuidado hacia ellos, evitando algunas actitudes, como por ejemplo: no besar a los niños en la boca, ni obligar a un niño o una niña a dar besos o abrazos si no lo desea; no bañarse con ellos para que no naturalicen el hecho de estar desnudos frente a un adulto desnudo; no tener relaciones sexuales en la misma habitación donde está el niño o niña ni exponerlo a escuchar o a ver esta situación en contenidos digitales; no filmar ni sacar fotos en el momento del baño o momentos donde los niños están desnudos, de modo que se refuerce el concepto de intimidad y privacidad; no acostumbrarnos a demostrar cariño a través de tocamientos (por ejemplo, palmadas en la cola); no acariciar ni hacer cosquillas en las partes íntimas.
Finalmente, en tercer lugar, comparto algunas pautas específicas de prevención de abuso, como, por ejemplo: enseñar al niño o a la niña a decir que no, o a defenderse ante una situación incómoda, y a contar después a mamá o papá o el cuidador/a de referencia sobre esa situación; dejar muy en claro que puede contarnos cualquier cosa que le haya pasado o que sienta. Es muy importante que los niños y niñas sepan que no tienen la culpa de estar en esa situación y que nosotros estamos siempre presentes. Explicar que no tienen que guardar secretos que los hagan sentir incómodos (y nosotros no acostumbrarnos a pedirles que guarden secretos).
Nosotros, padres y madres, establecemos (conscientemente o no) dónde está la vara: la manera en la que tratamos a nuestros hijos es la manera en la que ellos van entendiendo que merecen ser tratados. Es muy importante que niños y niñas, desde muy temprana edad, aprendan a distinguir el afecto del abuso.
El solo hecho de pensar en este tema, tan sensible y doloroso, expone también a padres y a madres a la vulnerabilidad. No se trata de rigidizar los comportamientos que tenemos, ni de vivir en estado de alerta. Se trata de acostumbrarnos a vivir en clave saludable: así como incorporamos hábitos alimenticios que nos ayudan a cuidar nuestro cuerpo, es importante incorporar hábitos relacionales que nos ayuden a cuidar nuestros vínculos y el desarrollo saludable de nuestros hijos e hijas. Y los padres y madres tampoco estamos solos: siempre podemos pedir ayuda y aprender nuevas pautas, no desde el temor de lo que les pueda pasar, sino desde la confianza de que el amor y el esfuerzo por educar positivamente dejará siempre una huella profunda.
Dra. en Psicología. Investigadora en temas de educación sexual y trayectorias afectivas. Profesora de Comportamiento Humano del IAE Business School de la Universidad Austral.