Orgías de sexo y violencia del hombrecito gris
En estas horas de perplejidad, indignación y vergüenza, todos probablemente se estén preguntando: ¿es el fin del peronismo? Quiero llevar certidumbre al pueblo argentino: no; definitivamente, no. En algún hogar del país, en algún rincón de esta bendita tierra crece y hace sus primeras travesuras un niñito que ya es peronista y al que el azaroso destino cubrirá un día de votos. O una niña con rodete Evita y aires de supremacía. En una de las tantas familias Fernández puede esconderse la sorpresa, y a no dejarse llevar por señales equívocas: tampoco Alberto se veía en las grandes ligas. Hay peronismo de sobra. Que suene la música, maestro.
¿Existe defensa posible para el profesor Alberto? Calculo que sus abogados sostendrán la siguiente línea argumental: es la dramática historia de un “hombre común” –certera definición de sí mismo– al que una conjura demoníaca pone frente a responsabilidades para las que no había sido diseñado; probablemente adjunten el detalle de las advertencias con que salió de fábrica. La desproporción entre instrumento y objetivos provocó fatiga de material. “El último Alberto –dirán los bogas– es fruto de las fantasías de un tipo vulgar convertidas en realidad cuando lo hacen presidente: poder, dinero, mujeres, impunidad”. Suena convincente. Me creo eso: el culpable no es él, sino Cristina. Cristina es la madre de la criatura. Parió un monstruito. Del mismo vientre salieron Aníbal candidato a gobernador de Buenos Aires, Boudou vicepresidente, Kichi ministro de Economía, Massita salvador de la patria. Para compensar tantos fallidos, ahí está Máximo.
Seguramente Alberto dará su propia explicación. “Fueron tiempos muy difíciles. Me tocó la pandemia, la guerra en Ucrania, la sequía…”.
Perdón: lo de “monstruito”, dicho con ánimo de caracterizar al personaje. Es el tono lo que le confiere carácter a un término tan versátil: “Che, impresionante cómo Alberto le hizo subir la temperatura a Tamara Pettinato en el sillón de Rivadavia. ¡Qué monstruo!” “¿Viste las fotos de Fabiola? Alberto la cagaba a palos: un auténtico monstruo”. Nadie más versátil que el profesor: podía someter a su mujer, dejarle en la cara la firma de sus puños, y también podía ser un dulce de leche con la pintora mendocina, con una docente a la que supo frecuentar en José C. Paz, con señoras y señoritas que quizás pronto conoceremos en nuevos videos. Un hombre común: se escapaba solo de Olivos manejando su auto para visitar amigas. Monstruo, monstruito, monstruoso.
Cuando Fabiola le dice en un whatsapp que ya iban tres días seguidos golpeándola, él contesta: “Me cuesta respirar. Por favor, pará”. Digamos: al “pará de pegarme” reacciona con “pará de recriminarme”. Un médico ahí, por favor. Y diez patrulleros.
¿La vida privada de los funcionarios explica sus peripecias públicas? Alberto tomaba, las series y Twitter no lo dejaban irse a dormir antes de las 4 o 5 de la mañana, a la Casa Rosada solía llegar tarde y con ojeras, la agenda del corazón fue colonizando sus días y sus noches. Sin embargo, se dio tiempo para las tareas inherentes al cargo: era broker de seguros, anunciador de planes fulminantes contra la inflación, lector de las cartas incendiarias que le mandaba Cristina, visitante de emisoras de radio, robador de selfies con celebridades en foros internacionales, piropeador de Putin, figura estelar en las fiestas de Fabiola, diligente espectador de los desórdenes del gobierno. El Alberto público era igualito al privado.
Las fotos del escándalo, dijo ayer Cris, delatan “aspectos sórdidos”. Cuánta razón. Cómo no pensar también en las fotos y videos de La Rosadita, de Josecito López en el convento, de los cuadernos de Centeno.
El país y el mundo deben estar preguntándose por qué Alberto grabó la escena hot con Tamara en el despacho presidencial. O por qué, después de extasiarse en su contemplación, no la borró. La respuesta es obvia. El hombrecito gris que nunca dejó de ser no lo podía creer, y, claro, tampoco le iban a creer sus amigos. Ese momento glorioso, e irremediablemente fugaz, tenía que ser perpetuado. Puede haber sido desprolijo en otros órdenes, pero no con la videoteca de sus conquistas. Un verdadero tesoro si no compitiera con la cara desfigurada de Fabiola. Tamara, pura espontaneidad, gracia y espuma, parece haber asimilado mejor que Alberto el peso institucional de esas paredes. “Te quiero un montón –le dijo–, y siempre te voy a querer, y nunca más te voy a votar”.
Bueno, lo que nos espera son nuevos detalles escabrosos sobre orgías de sexo y de violencia. Nos espera el desfile por los tribunales de los socios del silencio, de los cómplices del horror. Porque hoy sabemos que eran muchos los que sabían.
Mientras, Kichi y el gobernador riojano, Quintela, traman un regreso del peronismo en 2027.
Que siga sonando la música, maestro.ß