Organizaciones internacionales: el campo de juego para la diplomacia
¿Cuántas organizaciones internacionales existen? Nadie lo sabe. La Enciclopedia Británica dice que son más de 250; el proyecto Correlates of War de la Universidad de Michigan estima que son 325. El Anuario de Organizaciones Internacional registró 265 en 2013. Cualquiera sea el número, hay dos cosas para señalar.
La primera es que el incremento en la cantidad de organizaciones internacionales ha sido formidable. En un cálculo conservador, entre 1909 y 2016 se crearon dos organizaciones internacionales por año. La mayoría de ellas no son universales, como Naciones Unidas o la Organización Mundial de Comercio, sino regionales, como la OEA o la Unión Africana. La segunda es que la tasa de mortalidad de estas organizaciones es muy baja. Desde los años 60 hasta hoy, sólo unas 20 han desaparecido, como la Unión Latina o el G-33.
Por regla general, las organizaciones internacionales suelen desarrollar una amplia capacidad para sobrevivir. Para muestra, tenemos el Movimiento de los No Alineados, una reliquia de la Guerra Fría que se reunió días atrás en Venezuela. Tiene 120 miembros pero asistieron 15 presidentes y 19 cancilleres. Otra regla es que cuanta más amplia y heterogénea es la membresía mayor es la cantidad de demandas que se plantean y menor es la cantidad de recursos. Los asistentes a la cumbre de Margarita, por ejemplo, demandaron refundar Naciones Unidas y reemplazar el capitalismo por algo más justo. Nobles objetivos, tremenda inocencia.
Si es así, ¿por qué aumentan en número y por qué persisten en el tiempo? A mayor interdependencia, mayor demanda para arribar a equilibrios entre Estados. Las organizaciones internacionales ayudan a crearlos. También, a resolver conflictos y a monitorear el comportamiento de sus miembros, aumentando los costos de reputación por mala conducta. Una vez creadas, las organizaciones reducen costos de transacción. En una cumbre del G-20 tienen lugar decenas de encuentros bilaterales que serían difíciles de coordinar de otro modo. Las cumbres son espacios de socialización. Los jefes de Estado escuchan, hablan, murmuran, observan los rostros, perciben climas.
La mayoría de las organizaciones no se orienta por resultados sino por procesos. A veces, poco importa el resultado de una cumbre. Importa que se haga. Y que se defina la fecha y el tema de la próxima. Suena superfluo, pero el juego de la diplomacia parlamentaria consiste en no dejar de pedalear y encontrar el momento oportuno, resultado de una crisis o de un liderazgo, para definir nuevas acciones y compromisos.