Se le reprocha al gigante asiático un secretismo que habría favorecido la rápida propagación del coronavirus desde Wuhan; aunque eso empeoró su imagen, la interdependencia global en un contexto de necesidad por el Covid-19 haría que la economía china siga creciendo
En los últimos meses, China exhibió un carácter de doble epicentro. A la par de ser una de las piezas fundamentales de la economía mundial, se transformó en el lugar de origen de la pandemia del nuevo coronavirus. Mientras la economía del gigante asiático se recupera después de las dificultades que trajo la crisis sanitaria, su imagen se deteriora en buena parte de los países desarrollados. Incluso el presidente norteamericano, Donald Trump, busca capitalizar electoralmente el creciente desprestigio de China y responsabilizarla por la pandemia. Acusado de ocultar información, de desoír las primeras advertencias que alertaron sobre el surgimiento del virus, y de dar avisos tardíos a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el régimen chino, con sus rasgos autoritarios, se ubica otra vez en el centro de la escena.
¿Cómo impactará esto en el ascenso chino? ¿Puede desacelerarlo o se trata de un proceso en marcha imposible de frenar? ¿Cuál es el precio que deberá pagar China si se la identifica como supuesta responsable de la propagación del virus? ¿Puede esto deteriorar sus vínculos con el resto del mundo? ¿Qué otros problemas se esconden detrás de los intentos de responsabilizar a China?
Aunque los analistas prevén que un freno en el ascenso chino es improbable, advierten que China efectivamente puede pagar un costo si se la señala como responsable. Parte de ese costo ya se vio reflejado en el aumento de la imagen negativa del régimen chino en Europa, Estados Unidos y otros países desarrollados. Sin embargo, en un orden multipolar, es difícil que el discurso de Trump salte la frontera y tenga eco en el resto del mundo, que, en medio de una fuerte caída económica, necesita más que nunca de las inversiones y negocios con China para lograr una reactivación. Esa supuesta culpabilidad esconde y refleja en realidad problemas más profundos, como la crisis de las democracias occidentales o las críticas a un modelo de capitalismo globalizado que atenta contra el ambiente.
Según el último informe del Pew Research Center, la imagen china sufrió un fuerte deterioro en las economías más avanzadas. En Estados Unidos, la cantidad de personas que tienen opiniones desfavorables sobre China se duplicó entre 2005 y 2020 (pasó del 35% al 73). En el Reino Unido se cuadruplicó: saltó de 16 a 74% en el mismo período de tiempo. Francia, Alemania y España muestran evoluciones similares. En la mayoría de los casos, esa visión crítica aumentó fuertemente durante este año, a causa del rechazo a las políticas sanitarias chinas, consideradas insuficientes para frenar la propagación del coronavirus. De los 14 países analizados, 11 exhibieron un crecimiento de las visiones desfavorables sobre China respecto del año pasado. La percepción negativa del régimen chino alcanzó así un récord histórico.
"Hay una sensación bastante extendida, al menos en Occidente y también en muchos países asiáticos que tienen malas relaciones con China, sobre una presunta responsabilidad del régimen chino respecto de la generación del virus o del hecho de no haber respondido a tiempo para frenar la expansión de la pandemia. Indudablemente, eso tiene un impacto negativo en la imagen del régimen. A su vez hay un creciente cuestionamiento al secretismo con el que las autoridades chinas manejaron la crisis. Hay quienes sostienen que a China le ocurrió un fenómeno similar al "síndrome de Chernobyl', cuando las autoridades soviéticas intentaron ocultar el desastre nuclear en 1986. Se acusa a las autoridades chinas de haber demorado en informar sobre la crisis sanitaria", apunta Mariano Caucino, abogado, especialista en relaciones internacionales y exembajador argentino en Israel y Costa Rica.
Los reclamos sobre un presunto ocultamiento de información están vinculados a los rasgos autoritarios del régimen chino, que según Caucino "está estructurado en base a un modelo comunista con características nacionales. Es un sistema de partido único, con la particularidad de que el liderazgo de Xi Jinping se está transformando cada día en más personal. Esa realidad pudo tener consecuencias negativas en la crisis sanitaria, dado que pudo haber contribuido a debilitar los sistemas de advertencias internas".
El sistema político chino es una "espada de doble punta" que, si bien impidió dar una respuesta inicial rápida al brote de coronavirus, luego fue eficaz al implantar medidas de contención con estrictos confinamientos, señaló Wang Linfa, profesor en la escuela médica de Duke-NSU de Singapur, en diálogo con el diario británico Financial Times.
El doctor Dale Fisher, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital Universitario Nacional de Singapur dijo al mismo diario: "Hay que recordar que se trataba de un virus novedoso y que el caos es realmente normal, especialmente al principio de un brote".
Aunque los primeros casos se registraron a fines de diciembre, recién el 20 de enero el gobierno chino confirmó que el virus se transmitía entre humanos. Médicos de Wuhan que advirtieron sobre el virus a comienzos de enero, como Li Wenliang, que murió en febrero tras sufrir coronavirus, fueron reprimidos por las autoridades policiales. En ese sentido, al analizar la respuesta del gobierno chino frente al virus, el promedio de los países evaluados por Pew Research Center muestra que el 61% considera que la crisis fue mal manejada. Solo el 37% de las personas encuestadas cree que China hizo un buen trabajo al lidiar con el virus.
Sobre este terreno de creciente desprestigio opera el presidente norteamericano Donald Trump, que en medio de la campaña electoral apunta contra la supuesta culpabilidad china como estrategia para alcanzar su reelección. De esta manera, busca apoyarse en el descontento existente en su propio país y en el mundo desarrollado en general respecto a China, tal como hizo -con mucho éxito- en las anteriores elecciones presidenciales de 2016.
Una tensión que crece
"El grado de responsabilidad que tuvo China es una discusión puesta en agenda básicamente por ciertos sectores del establishment estadounidense, con Trump como vocero principal. Trump tuvo como uno de los ejes principales de su campaña presidencial en 2016 un discurso 'antichino' en el cual responsabilizaba al modelo de desarrollo chino de la situación económica actual de su país. Esta tensión se volvió más visible durante su gobierno, durante el cual acusó a China de 'espía'. Si analizamos lo ocurrido ahora con la pandemia en este marco más amplio, se observa una continuidad. China sigue siendo el 'enemigo perfecto' de Trump. Esto no afecta el liderazgo de China, sino que agrava una tensión preexistente entre ambos países", explica María del Pilar Álvarez, profesora de Geopolítica en Asia Pacífico en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
"La culpa es de China", repite Trump constantemente. Sea en el debate presidencial, en sus actividades de campaña, en sus discursos o ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en ocasión del 75º aniversario del organismo internacional, donde Xi Jinping también acusó a Trump. Este hecho llevó al Secretario General de la ONU, António Guterres, a exclamar que "estamos avanzando en una dirección peligrosa" y que debemos "evitar una nueva Guerra Fría". El interrogante es cuánto del discurso antichino de Trump logrará permear por fuera de las fronteras estadounidenses. "Trump en el mundo no es un líder popular y esto en alguna medida limita la efectividad de sus denuncias. Además, el resultado electoral puede llevar a situaciones muy diferentes en este tema. Con Biden bajaría la tensión con China", observa Rosendo Fraga, director del centro Nueva Mayoría.
"Dudo que las principales potencias europeas, como Alemania y Francia, sean influenciadas fácilmente por Trump. Tampoco podrá el discurso de Trump impactar en los aliados de China, como Rusia. Hace ya tiempo que no vivimos en un mundo unipolar", agrega Álvarez.
Es precisamente la multipolaridad una de las principales diferencias respecto a la Guerra Fría, período que se caracterizaba por un esquema bipolar, atravesado por una fuerte carga ideológica donde se enfrentaban dos modelos económicos completamente opuestos. Con China no ocurre lo mismo. Hasta ahora, el vínculo con los países occidentales se había dado en clave desideologizada y pragmática, priorizando los lazos comerciales y económicos.
"Trump y Xi se acusaron mutuamente de ser responsables de todos los males del mundo: estamos en una Guerra Fría 'soft'. Las relaciones económicas y comerciales tienden a ser desideologizadas en el mundo del siglo XXI. Trump ha buscado lo contrario: la ideologización de las diferencias y las competencias. Pero la política nacional e internacional en la realidad se desplaza más por un tono de grises que de blancos y negros. China está acusada por Trump, pero no hay ninguna acusación formal internacional. A su vez, Estados Unidos sufre críticas y cuestionamientos por la forma en la que encaró la pandemia, algo ante lo que China ha demostrado más eficacia. Occidente carece de la línea de acción que tuvo la Guerra Fría", señaló Fraga.
Precisamente, la interdependencia de ambas potencias puede funcionar como un freno al discurso antichino de Trump. "Es difícil que en el terreno económico se interrumpan las relaciones. Aún con Trump y sus represalias comerciales, el primer exportador a Estados Unidos es China", apunta Fraga.
Otro interrogante será lo que ocurra en los países menos desarrollados, que necesitan de las inversiones y el comercio con el gigante asiático para retomar la senda del crecimiento económico después del impacto negativo que la pandemia dejará sobre sus economías. También para el mundo desarrollado será clave preservar el vínculo económico con China, que desempeña un rol cada vez más vital dentro de la economía mundial.
"Occidente no tiene mucho para exigir. El modo de China de competir es en el escenario que crearon los Estados Unidos, con capitalismo, libre mercado, inversión, globalización, multilateralismo y competencia. No expanden su influencia en el mundo, salvo en su región más próxima, sino con dinero, inversiones e infraestructura. A países necesitados de esto, es difícil convencerlos de una eventual responsabilidad de los chinos para negarse a mantener el vínculo con China y ser beneficiados", sostiene Lourdes Puente, directora de la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina (UCA).
La economía manda
"El mundo en desarrollo, si Estados Unidos acentúa el repliegue, necesita inversiones para crecer, y China se expande con 'esa generosidad'. Habrá una tendencia a incrementar la autosuficiencia estratégica que afectaría cadenas de valor globales. Quizás acentuando los regionalismos. Pero lo que moviliza los vínculos sigue siendo la necesidad económica. No hay un clivaje ideológico que determine alianzas. Hasta el día de hoy, nada indica que el signo político o ideológico de un país sea impedimento para los negocios. Por el momento, China no exporta su modelo. Es una vinculación y un 'dominio' diferente. No es como en la Guerra Fría, que la URSS financiaba movimientos para derrocar gobiernos y ponerlos de su lado. Acá China va por el negocio, el comercio y la inversión", agregó Puente.
Según los últimos pronósticos del Fondo Monetario Internacional (FMI), China será el único país que crecerá este año, a un ritmo del 1,9%. Para el resto de los países se prevén caídas de distinta índole y magnitud. Los primeros signos claros de recuperación ya se vislumbran en la economía china. Las ventas minoristas y el consumo ya comenzaron a recuperarse, y las exportaciones crecieron en el último trimestre. China crece y el mundo cae. Esto refuerza aún más la necesidad de inversiones y comercio provenientes del país asiático, considerado todavía emergente pese a su fuerte crecimiento en las últimas décadas.
"Hay una paradoja escondida en todo esto. Por un lado, China es visto como el país responsable de haber generado la pandemia. Por otro lado, la primera región del mundo en recuperarse económicamente será Asia, y en especial China. Los Estados Unidos y China están condenados a convivir, dado que son dos potencias que tienen una interrelación económica gigantesca", afirmó Caucino.
Hoy China ocupa un lugar central en la economía mundial, y esa es la clave para explicar por qué su ascenso no se frenará pese al deterioro de su imagen. Y por qué los países occidentales tendrán que convivir con el régimen chino, aun cuando la opinión pública del mundo desarrollado desapruebe su estilo de liderazgo y su manejo de la crisis sanitaria.
"La crisis de la pandemia ha demostrado que China tiene amplias bases de apoyo en países de la región, como las Coreas a Rusia, y las principales economías de América Latina. Pero, por otro lado, tiene grandes desafíos. Ya no puede comportarse siguiendo la estrategia de Deng Xiaoping de ?mantener bajo perfil'. La pandemia mostró que China está en el centro de la economía mundial. Esto es un gran desafío para un país que, si bien continúa creciendo y redistribuyendo, es aún un país en desarrollo. China continuará con su política de un grande ?silencioso' que avanza a pasos agigantados con inversiones y refortalecimiento de alianzas con los países de Asia Central, Este y Sudeste de Asia, la región latinoamericana y África, al mismo tiempo que buscará reacomodarse en la liga de las grandes potencias", observa Álvarez.
"El Covid-19 muestra fortalezas y debilidades del modelo chino. Pero el proyecto de largo plazo, como la nueva ruta de la seda, no se ha visto afectada, como tampoco sus flujos comerciales", agregó Fraga.
Problemas de fondo
Sin embargo, los especialistas señalan que más allá del gesto de responsabilizar a China por la pandemia subyacen problemas más profundos, como la globalización irresponsable, un modelo de capitalismo que provoca serios problemas medioambientales o la crisis generalizada que sufren hoy las democracias. En medio de la proliferación de regímenes híbridos e iliberales en Europa y América, el modelo chino podría tornarse más atractivo.
"En lo político-ideológico, el problema no es el sistema chino, que en sus líneas centrales sigue siendo el mismo que a fines del siglo XX. El problema más relevante es la crisis de la democracia occidental. Si Occidente no resuelve este problema, la seducción del modelo chino sí podría aumentar", afirma Fraga.
"El verdadero problema es la globalización irresponsable y la incapacidad del orden internacional para afrontar su propia irresponsabilidad -sostiene Álvarez-. Enojarse con China por haber ocultado información, si es que lo hizo, es un camino equivocado que poco le aportará al mundo del siglo XXI, que debería pensar lo ocurrido en función de futuras crisis medioambientales que tendremos que atravesar. Esta crisis no es culpa de un país, sino de un modelo económico mundial, de un tipo de capitalismo que exige un replanteo. Y que plantea un profundo desafío a la globalización, el desarrollo y al cuidado del medio ambiente. No es un problema de tipos de regímenes políticos, es un problema de tipos de capitalismo".