Oposición y democracia
Terminando las vacaciones, retoma fuerza la carrera por la presidencia. En el Partido Justicialista y en el kirchnerismo casi no hay dudas: los domina una sola persona que, mas allá de la “mesa política” convocada por Alberto Fernández, dirimirá, como hizo con el actual delegado presidencial, quién será su candidato.
En la oposición pasa lo contrario: mas allá de la importancia de Macri como expresidente y fundador del Pro, tanto Bullrich como Rodríguez Larreta en ese partido, algunos radicales dentro de Juntos por el Cambio y Milei desde afuera, quieren ser candidatos. La mayoría de los analistas políticos critica las consecuentes fricciones que ese escenario provoca en la oposición.
Entre la gente común se percibe lo mismo: es común escuchar quejas por la indefinición de Macri, por la competencia entre Larreta y Bullrich, por las actitudes de Milei, por las internas radicales y por los arrebatos de Carrió. Solo Espert queda aparte, probablemente por su amistoso diálogo con JxC, que permite presumir una unión que, como dice el refrán, hace la fuerza.
Dejemos de lado a los partidos y políticos de izquierda y a los que podríamos llamar “lavagnistas” que, sin reconocerlo, siempre son funcionales al kirchnerismo, sea por convicción, conveniencia o dinero. No son oposición, son kirchnerismo enmascarado que saca votos al bloque opositor principal.
Limitando nuestro análisis a ese gran sector del Pro, los radicales, Carrió y Milei… ¿es justo que se critique su internismo? ¿Cómo podrían unirse sin previamente competir, validando a sus candidatos con el voto de sus seguidores en una interna?
Por definición, los políticos tienen vocación de prevalencia. Nadie hace política para que sea otro el que gane, ni se forma un partido real para favorecer a otro sector. Algo distinto sería utópico. A veces escuchamos críticas a alguien que se ha votado a sí mismo, o que se niega a bajarse de una elección. Esas críticas están equivocadas: la vara para medir la actividad política no es la que rige a las academias o los consorcios. La democracia es competencia permanente, como lo probaron las peleas en el Parlamento inglés en plena Segunda Guerra Mundial, o los conflictos en algunos pequeños y pacíficos cantones suizos, por citar solo dos ejemplos.
¿Cómo elegir al binomio opositor? Nadie tiene derecho a exigirle a otro que postergue sus ambiciones políticas. De hecho, ojalá más gente las tuviera, porque así se renovaría el abanico de personas dedicadas a la política.
Esperar que Macri invista a su heredero implica dos errores: vetarlo como a él como candidato y volver a la figura de padre salvador que decide por los demás. Esto tiene poco o nada de democrático y encima, cargaría al así ungido con las deudas y debilidades de su padrino.
Por otro lado, es estéril esperar que uno u otro de los candidatos principales “se baje”. ¿Porqué lo haría? ¿Por una encuesta, que sabemos son inexactas o sesgadas? ¿Por generosidad y falta de ambición personal? San Martín rechazó el poder en Perú y en Buenos Aires, pero fue una persona casi única.
Es poco probable que alguien desista cosechar el fruto de décadas de hacer política, cediendo el protagonismo a otro. Puede pasar, como ocurren los milagros, pero es difícil.
La única, realista y civilizada forma de consolidar a la oposición es votando en una interna, acá llamadas PASO, que necesariamente será ríspida. Cualquier otra hipótesis supondría repetir una de las endémicas malas costumbres argentinas: vivir en un realismo mágico.
Obviamente que si se candidatea Milei dividirá los votos opositores. Sería muy pero muy negativo, pero tiene derecho a querer prevalecer, como cualquier otro candidato. Entonces, no pidamos que él se baje sino que lo suban a la alianza los líderes de JxC, compartiendo cuotas de poder y dejando de lado vanas discusiones ideológicas del pasado y ahora, estériles. Si eso no es posible, la responsabilidad será de ambos sectores.
La deseable unidad es incompatible también con el riesgo de las divisiones radicales, pero esa carga genética es parte de ellos y hasta algunos temen que se vayan de JxC buscando en el pasado soluciones inviables. Pero, ¿cómo contentar a su sector afín a la Internacional Socialista, que seguramente cree que es el más numeroso?
Lo mismo ocurre con el dilema entre Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich: son dos concepciones diferentes y es fortalecedor que el Pro defina votando, cual de ambas será apoyada por todos.
Resumiendo: una mayoría bienpensante critica la verticalidad del kirchnerismo, que obedece con una sumisión indigna los úkases de CFK. Pero tácitamente la pide en la oposición.
Evidentemente, el verticalismo tan PJK es malo y por eso no debe criticarse al democrático proceso interno de Juntos por el Cambio, que busca definir sus candidatos por la vía más legítima: una votación interna. Salvo que ocurriese algún renunciamiento muy poco probable y nada exigible.
Sin desesperarnos ni enojarnos, demos la posibilidad a Juntos por el Cambio de elegir democráticamente a sus candidatos. Reservemos nuestra energía para derrotar en las elecciones a los que solo quieren el poder para seguir robando o cobrando por un cargo inútil.