Opium, los antipoetas del Bar Moderno
Argentina Beat (Caja Negra) recupera la historia poco explorada de los poetas salvajes que, en los años 60, fueron parte de la vitalidad cultural porteña
Esta historia eligió empezar con la misma sentencia que ellos usaron para anunciar su escandalosa e inadvertida aparición en el mundo. Por eso, empieza así: "Nos conocimos en revistas, en bares, en confusas reuniones a las tres de la mañana. Nos conocimos orinando juntos en baños donde leímos que Perón o Tarzán nos salvarían; nos miramos a los ojos y sonreímos: ninguno quería ser salvado".
Pasaron casi cincuenta años y la historia de la literatura casi ni se ocupó de los poetas salvajes del Bar Moderno de Buenos Aires. Ninguno quiso ser salvado y ninguno sobrevivió a su propia marca de outsider. Y ahora, aquella foto de 1964 con la que promocionaron la salida del segundo número de la revista Opium saltó a las librerías en la tapa de un libro llamado Argentina Beat. Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda, donde en la página 24 se la puede ver en su contexto original. Un afiche que parodiaba la retórica policial: "¡Cuidado! Estos tipos están sueltos. Se los busca por reiterados atentados a la seriedad y el buen gusto? Encuéntrelos ud y se encontrará con Opium". En la foto, los poetas de Opium parecen un grupo de rock (¡pero de 1974!) o, como indicaba la palabra "atentados", una célula terrorista. El modo de promocionarse era inescindible del estilo de escritura y la forma de vida: los poetas salvajes querían ser los antipoetas de Buenos Aires.
Con cuatro números de Opium entre 1963 y 1967, textos sueltos en publicaciones como Eco Contemporáneo y muy pocos títulos como "solistas", los poetas salvajes no fueron influencia para casi nadie pero, sin embargo, hicieron de su estadía en los años 60 porteños un cuento tan atractivo que se volvieron estrellas de? Mercado Libre. Un número de Opium cotiza tanto como 900 pesos y la misma suerte corren títulos como Siete historias bochornosas (Reynaldo Mariani, Sudamericana, 1967) y ni hablar de la inhallable novela Tiro de gracia (Sergio Mulet, Ediciones del Mediodía, 1969) que llevó al cine Ricardo Becher.
Argentina Beat, un formidable rastreo de Federico Barea (que se presentará el viernes próximo, a las 19, en el Bar Los Galgos, en Callao 501), recupera del olvido parte de esa producción (y también la de los poetas nucleados en torno a la editorial Sunda) y, con las voces, vuelve también una cartografía. Tras los textos de Mariani, Mulet, Isidoro Laufer y Ruy Rodríguez (los cuatro Opium), una ciudad hecha de abandonos y fachadas superpuestas. A Ruy Rodríguez, el único Opium vivo, se lo encuentra ahora como hace medio siglo. Sentado a la mesa de un bar, leyendo un libro de Mario Santiago Papasquiaro, con fondo de jazz, sin celular a la vista. "Primero recalé en el Florida, que estaba en Viamonte y San Martín. Ahí paraban mucho los estudiantes de Filosofía. Del otro lado de Viamonte estaba el Coto y en la esquina de Florida, el Jockey Club, que era el lugar donde se juntaban los surrealistas: Pellegrini, Llinás, todos ellos. A veces también andaba Urondo. El Moderno, en cambio, era el bar de los pintores. Fuimos conociéndolos y así nos instalamos ahí. Estaban Plank, Duarte, Macció, el grupo Espartaco. El bar era casi nuestra oficina. Yo entonces estaba viviendo en Belgrano, en un lugar que era conocido como el Hotel Melancólico. Tomaba el tren, bajaba en Retiro y me instalaba en el Moderno desde el mediodía hasta la noche, bien tarde."
En dos polos
El Moderno, abierto por gallegos en Maipú y Paraguay a mediados de los años 50, se electrizó con la llegada de los nuevos bohemios, que lo convirtieron en uno de los dos polos de Buenos Aires. "El otro punto de reunión era en torno al café La Paz, donde se reunía el grupo de Corrientes al que nosotros llamábamos ?los poetas sociales' porque estaban más politizados. Nosotros abjurábamos de la política, éramos más anarcos." Miguel Grinberg, que publicó a Ruy Rodríguez y a Mariani en el número 2 de Eco Contemporáneo, traza la línea divisoria: "En la calle Corrientes todo era tinto y pizza, y mucho ?viva' la Revolución cubana. El Moderno era pura ginebra y los primeros porros llegados desde Brasil". Juan Carlos Kreimer, un casi Opium, describe al micromundo del Moderno como "más de avanzada", pero también "indolente, menos comprometido, ombliguista".
Fueron las lecturas de Jack Kerouac y los beatniks las que, al fin, hicieron confluir a los salvajes del Moderno con los del Lorraine en la redacción de Eco Contemporáneo, en la calle Lambaré 1080. Kreimer: "La revista estaba arriba de la fábrica de carteras del padre, entre la oficina y el depósito. Había una cama, un escritorio y una Olivetti vieja. Miguel ya tenía una correspondencia intensa con otros poetas de América Latina y aparte era casi el único que sabía inglés. Por eso tradujo a Ginsberg, a Ferlinghetti y demás. Por ese lugar aparecía bastante Mariani. Ruy siempre andaba dando vueltas con esos poemas que no usaban mayúscula y Sergio había hecho algunos cuentos pero creo que todavía no había publicado ?Soy tu patrón', que fue lo primero que hizo".
Sergio es Mulet, el mito dentro del mito. Su síntesis biográfica es ya un enigma: Marsella, 1942-Transilvania, 2004. Si su nacimiento se presume normal, su muerte es una rúbrica novelesca: asesinado a cuchillazos por su mujer rumana. Mulet fue modelo, actor, guardaespaldas de un coronel boliviano, protagonista de su propia novela y película, la citada Tiro de gracia. "Tenía una pinta que mataba y era modelo publicitario, hizo una campaña de Gilette porque andaba con una productora publicitaria. Era un tipo muy anárquico y por momentos inescrupuloso. Más que querido, era temido", dice Kreimer. Ruy Rodríguez lo resume así: "Mulet era una cosa rara: tenía sensibilidad poética y por otro lado era amante de las armas. Escribía a mano, cosa que yo le admiraba porque nunca pude. Tiro de gracia la tenía escrita así, en un cuaderno". Grinberg ofrece una suerte de epitafio tardío: "En Nueva York, Mulet habría sido un ?ángel subterráneo' digno de una novela de Kerouac; en París podría haber rivalizado con Alain Delon como transgresor irreverente, y aquí en el sur del fin del mundo nos quedan apenas fotogramas de Tiro de gracia y un aura de rufián melancólico a lo Roberto Arlt".
Disponible completa en YouTube, Tiro de gracia es el mejor documento sobre el Bar Moderno. En la película se mezclan los pintores como Alfredo Plank (que hace de Plank) y Roberto Plate (hace de Ruy Rodríguez) con los Manal (que hicieron la inédita banda de sonido) y hasta actrices como la modette Perla Caron y? ¡Susana Giménez! Es leyenda que la película era vista función tras función por los mismos "actores": los frecuentadores del Moderno. Y que duró lo que un suspiro en cartel.
Inclasificables, los Opium llegaron al Di Tella con un raro espectáculo poético: Jazzpium. Con actores dirigidos por Norman Briski, música de free jazz curada por Carlos Cutaia y los poetas salvajes en bambalinas. Crónica del debut por Ruy Rodríguez: "La noche del estreno tuvimos un problema semipolicial. Llegaron un grupo de nacionalistas fachos y entraron al Di Tella a las patadas y nosotros defendimos la puerta con Ithacar Jalí, que era pintor, bombero, veterinario y primo del Che Guevara. Él saca un revólver, le pegan una trompada y cuando se va cayendo se le escapa un tiro y mata a un policía que estaba parado en la esquina actual del Florida Garden. Él fue preso y nosotros estrenamos Jazzpium".
Fuera del radar crítico, los Opium fueron un arrabal lejano de Néstor Sánchez, que con El amhor, los orsinis y la muerte dio el tono de la narrativa experimental. El ensayista Rafael Cippolini, cuyo prólogo en Argentina Beat es la culminación de su larga dedicación al culto Opium, "linkea" a los poetas salvajes del Moderno con el primer Héctor Libertella y ya. Tras el último número publicado en 1967 sobrevino la diáspora (Brasil, el sur argentino, Colombia, Israel) y el absurdo como todo espejo. "Ese último número lo financió un tipo llamado Gómez Sanjaume. Al poco tiempo lo vi vendiendo chorizos en Villa Gesell y cuando volvió la democracia lo crucé en un bar por Congreso y era asesor de un diputado", dice Ruy Rodríguez. El último de los Opium sentado a la mesa de un bar; el que le puso nombre a la aventura patafísica y el que, como no podía ser de otro modo, ha olvidado el porqué. Ni Perón ni Tarzán lograrán, pues, rescatarlo de este olvido.