Operación Barbarroja, la cruz de Hitler
Wilfred von Oven, un ex oficial de Panzer que vive en la Argentina desde 1952, relata su experiencia en el frente ruso
Pasadas las tres de la madrugada del domingo 22 de junio de 1941 comenzó la operación Barbarroja, el nombre clave que tendría la campaña relámpago dirigida contra Rusia por las fuerzas nazis, con sus tres grupos de ejércitos atacando en forma violenta (en total, 3.500.000 hombres). En las primeras semanas, el avance alemán pareció arrollador en todas sus direcciones, aunque encontrando mayor resistencia, gradualmente, de la que habían esperado.
Las claras directivas de Hitler de que Barbarroja sería una guerra total, racial y política contribuyeron, estúpidamente, a aumentar la resistencia de los rusos. Las constantes indecisiones e interferencias en las decisiones militares por parte del Führer, cambiando los objetivos iniciales de la campaña, complicaron además la situación para los alemanes.
Tras espectaculares éxitos iniciales de las tropas germanas y cuando el invierno ruso comenzó a cerrarse, los soviéticos prepararon su confraofensiva, que el mariscal Georgi Zhukov lanzaría frente a Moscú en diciembre (los alemanes llegaron a 40 kilómetros de esta ciudad). Era evidente ya que la Blitzkrieg (guerra relámpago), salvo sus éxitos en las primeras semanas de la campaña, era cosa del pasado. Un nuevo tipo de guerra, costosísima en equipos, hombres y material ocupaba su lugar, marcando el principio del fin del sueño de conquista de Hitler.
Con los Panzer en Rusia
Para recordar esta crucial campaña, tal vez la que definió el futuro de la Segunda Guerra Mundial, resulta más que atractivo conocer la opinión de quien fue en aquel período un subteniente del ejército alemán al mando de un Panzer en el Frente Sur. Wilfred von Oven (89 años recién cumplidos) nos recibe en su sencilla vivienda del Gran Buenos Aires. Alto, delgado, con un elegante pañuelo al cuello, parece más bien un aristócrata inglés dispuesto a conversar de jardinería o de la caza de la zorra, antes que un curtido ex combatiente de la Wehrmacht. La impresión no es engañosa, porque Von Oven desciende de una antigua familia aristocrática de la Renania, vinculada por lazos de parentesco con la nobleza británica.
Nacido por uno de los azares del destino en La Paz (Bolivia), donde su padre se desempeñaba al frente de una firma exportadora germana, su familia regresó a Alemania al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su padre, precisamente, caería peleando en el Frente Occidental en los primeros meses de aquella contienda.
Posteriormente, Von Oven (cuya familia, además de aristocrática tiene lejanos y distinguidos antecedentes militares) se uniría, cautivado por las consignas nacionalistas, a los integrantes de las SA (los camisas pardas) antes de la llegada de Hitler al poder. Curiosamente, producida la toma del gobierno por los nazis, Von Oven se alejó de las SA y se desligó del partido.
Luego, y ya como oficial de la Wehrmacht, combatió en la Guerra Civil Española al lado de los nacionalistas, y al comenzar la Segunda Guerra Mundial participó dentro de una división blindada en la campaña de los Balcanes, en 1941.
Hablando en forma pausada, en un castellano claro cargado de fuerte acento germánico, y haciendo gala muchas veces de un fino y sutil humor, Von Oven recuerda para La Nación aquellos instantes cruciales de la historia del siglo XX. "Creo que la primera campaña -dice- en la que participé activamente al frente de la dotación de un tanque fue la de los Balcanes, la invasión de Yugoslavia y Grecia, en 1941. Después, durante dos años (desde 1941 a 1943), estuve en las principales campañas que hicimos en Rusia, en el Frente Sur, especialmente en la región industrial y carbonífera del Donetz."
El oficial alemán recuerda que el entrenamiento de un oficial de blindados era una cosa muy dura por entonces. "Yo tuve mi instrucción en una compañía de blindados en la cercanía de Berlín, donde vivía con mi familia. El entrenamiento, la instrucción, era durísima. Todos los días nos levantábamos a las cinco de la mañana. Las tareas eran muchas, diversas y continuas. Lo más difícil era la puesta en orden del blindado. Un tanque es algo muy difícil de arreglar cuando tiene problemas mecánicos."
En situación de combate, las exigencias se multiplicaban. "En el frente ruso, llegábamos a estar cinco horas dentro del vehículo sin poder asomarnos. Se imagina lo que es estar en un espacio tan reducido donde apenas se puede mover uno. La preparación para la tropa de tanques era sumamente exigente, porque debíamos tener conocimientos militares, pero también técnicos y combinar ambas cosas. Así que eramos una tropa de elite y lo sabíamos. Los tanquistas éramos algo extraordinario", concluye sonriendo.
Al hablar de los vehículos blindados que le tocó comandar dentro de las divisiones Panzer de la Wehrmacht, Von Oven cuenta: "Siempre estuve al frente de un Panzer III (vehículo de 22,3 toneladas, fabricado por Daimler-Benz, con un cañón de 75 mm) o de un Panzer IV (tanque de 25 toneladas, fabricado por Krupp, armado con un cañón de 75 mm que llevaba 5 tripulantes). No llegué a comandar ni los carros Panther ni los Tiger, vehículos más poderosos que aparecieron en el frente cuando yo ya no estaba en las divisiones Panzer".
Mientras señala con nostalgia las particularidades del tanque Panzer IV, indicándolas en el modelo pequeño que sostiene con cuidado entre sus manos y que ha tomado de la repisa de su chimenea donde permanece junto a sus condecoraciones, el oficial alemán recuerda: "Yo era subteniente por entonces, durante la campaña de Rusia. Era el jefe de un tanque, mi lugar era éste (señalando la torreta del blindado). Era muy joven por entonces. El Panzer IV era en aquel entonces un tanque muy moderno, y tuvimos mucho éxito con él en los primeros años de la guerra".
Hablando sobre su durísimo rival en aquel entonces, el Ejército Rojo, von Oven explica: "En mi experiencia, puedo decir que las tropas motorizadas rusas eran muy buenas. Su mejor blindado, el T-34, además, era formidable. A nosotros, durante la instrucción previa a la campaña, que fue muy intensiva, nadie nos dijo que existía un tanque tan tremendo como este que tenían los rusos. No sabíamos nada de eso. Nos tomó totalmente por sorpresa.
"En cambio -agrega- lo que sorprendió a los rusos en las primeras etapas de la campaña era la forma en que nosotros hacíamos colaborar a la Luftwaffe con las divisiones blindadas. Con esta colaboración entre blindados y aviación ganamos las primeras batallas importantes de aquella campaña. Los éxitos iniciales que tuvimos entonces sólo se debieron a la sorpresa e indecisión de los jefes rusos frente a esta colaboración estrecha entre el arma blindada y nuestros Stuka".
Con la llegada del invierno, la guerra tomó en Rusia un cariz decididamente sombrío para el combatiente alemán. "Las tropas rusas -aclara- se movían mucho mejor que nosotros en el frío. Su uniforme y su equipo invernal eran mejores que el nuestro. Recuerdo que al concluir el primer invierno en Rusia, Hitler vino al frente a inspeccionar tropas y justo llegó a nuestra unidad de tanques. Por entonces, nosotros teníamos uniformes rusos que habíamos robado para poder estar más abrigados. Nuestro jefe de brigada nos reunió y dijo: ÔBueno, que el Führer vea que nuestros uniformes no valen nada, y que los de los rusos son mucho mejores´.
"Así, finalmente hicimos la parada ante Hitler vestidos con uniformes rusos de invierno. El Führer lo tomó en cuenta, quedó muy tocado por la situación y le preguntó al jefe de compañía qué habíamos hecho con nuestros uniformes. ´Führer -fue la respuesta-, pero no tenemos uniformes alemanes, están todos rotos y mal conservados, así que tomamos los de los rusos que son de primera calidad´. Hitler se quedó absorto, pensativo, entonces."
A Wilfred von Oven le cuesta recordar los nombres -"francamente son nombres rusos", dice- de las batallas y los lugares donde combatió en aquellos tiempos de la ya lejana campaña de Rusia. Una foto con uniforme invernal lo muestra, sin embargo, en el frente del Donetz, en febrero de 1942, habiendo servido previamente en las tropas blindadas que al mando del mariscal Ewald von Kleist participaron en la campaña de los Balcanes, y luego pelearon en el Grupo de Ejército Sur a comienzos de la operación Barbarroja. "Bueno -se disculpa-, yo prácticamente no me acuerdo de los nombres de las ciudades en las que peleamos por entonces. Yo era sólo un pobre comandante de un tanque que iba adonde me mandaban."
Pero además de un "pobre comandante de un tanque", Von Oven se destacaría en la campaña rusa por un motivo bien diferente. "Además de mis tareas específicas en la unidad de tanques -aclara- me desempeñaba como periodista. Por aquella época, y ya desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, había creado las llamadas ´tropas de información´, que eran soldados de las distintas armas que hacían de periodistas, enviando reportes de los distintos frentes y lugares de batalla. Yo pertenecía a aquellas ´tropas de información´. Nuestra tarea era preparar informes para los diarios, para la radio. Esto era algo completamente nuevo porque, a la vez que tomábamos parte en el combate, escribíamos sobre él. No éramos como en la Primera Guerra Mundial sólo periodistas o corresponsales militares, sino soldados con conocimiento y práctica del periodismo, que además recibíamos como combatientes todas las condecoraciones que correspondieran a nuestras acciones militares."
Desempeñándose en esa función doble de tanquista y corresponsal militar, Von Oven tuvo ocasión de tomar contacto directo con Goebbels. "Estando en el frente ruso, un día recibí un regalo de honor de su parte, como premio por una de mis notas sobre una batalla que habíamos librado. Posteriormente, un día me llamó un funcionario del ministerio desde Berlín. El y mi mujer me dirían para mi asombro que Goebbels me quería en Berlín, y que debía dejar el frente ruso. Efectivamente, ésa era una gran cosa. Estábamos en Rusia, en condiciones terribles, así que para mi mujer y mis hijos (que son dos, unos de los cuales vive actualmente en Alemania y otro en el norte de la Argentina) esa noticia fue algo fantástico."
Así terminó, para Von Oven, la pesadilla del frente ruso, pasando a desempeñarse como auxiliar directo a las órdenes de Goebbels en Berlín. Junto a éste permanecería en aquella ciudad hasta el 22 de abril de 1945. En esa fecha, recuerda: "Goebbels se despidió con su familia. Me dijo que se dirigía al búnker de Hitler, en los sótanos de la Cancillería. Entonces le pregunté: ´¿Yo también voy al búnker?´ ´No señor, usted se queda acá. Arregle los papeles de la oficina.´ Esa fue la última vez que lo vi con vida".
Wilfred von Oven sobrevivió al final de la guerra, estuvo prisionero de los ingleses y en 1952 se dirigió con su primera esposa (ha enviudado tres veces) y sus dos únicos hijos a la Argentina, país al que ama profundamente y en el que se desempeñó como periodista, trabajando en los años cincuenta como jefe de Redacción del periódico en alemán Freie Presse.
En la actualidad, Von Oven vive solitario en su chalet del Gran Buenos Aires, rodeado sólo por sus amigos argentinos y por el eventual llamado telefónico o las visitas de sus hijos, nietos y bisnietos. Consultado sobre si la operación Barbarroja fue el mayor error militar de Hitler y si allí empezó a perder la guerra, el ex comandante de tanques señala: "Esa pregunta es muy interesante, hay que hacerla, pero la respuesta es muy difícil. Yo no sé si Alemania estaba preparada en general para aquella guerra. Bueno, la hemos perdido, ¿no? Debo decirles que nuncá pensé, por aquel entonces, que perderíamos la guerra. Hasta el mismo final tuve esperanzas de que se revertiría la situación". Para Wilfred von Oven puede no estar clara la respuesta, pero para Adolf Hitler la decisión de enviar sus legiones blindadas hacia la vastedad de la estepa rusa implicó una cita, sin retorno ni apelaciones, con el desastre.