Oliverio Coelho. "La relación propia con la literatura es muy difícil de describir"
El autor argentino, elegido en 2010 como una de las voces más destacadas de la literatura de Iberoamérica, toma distancia de los géneros y de las tradiciones: "Uno no puede determinar con qué escritores está emparentado"
Después de la publicación de Bien de frontera (Seix Barral, 2015), esa novela protagonizada por un estafador amoral con mil nombres que encuentra un rasgo de humanidad cuando quiere recuperar a su única hija luego de décadas, Oliverio Coelho trabaja en dos relatos largos (o dos novelas breves) que tal vez se publiquen de manera conjunta. El tiempo dirá. El autor argentino elegido por la revista Granta en 2010 como una de las voces destacadas de la literatura iberoamericana acaba de terminar su relación con la agencia literaria de Guillermo Schavelzon, un actor que juega en las grandes ligas editoriales, algo que puede significar que los escritores representados por él no publiquen sus libros en sellos medianos o chicos. Ahora Coelho es dueño exclusivo de los derechos de su obra y podrá decidir.
¿Es entonces éste un momento de transición para Coelho? Por motivos literarios y extraliterarios, eso parece. "Estoy trabajando en la corrección de una novela breve que escribí el año pasado y en otra novela que espero que esté relacionada con esa novela breve. Tal vez, si no crece demasiado, puedan formar un díptico y salir juntas", anticipa.
¿De qué trata la que ya está lista?
Es una novela que podría decirse que es policial, pero está en primera persona y narra la experiencia de un hombre con mal de Diógenes que es abandonado por su mujer precisamente por ese mal y él, haciendo memoria, piensa en su historia familiar, se pregunta por qué nunca prestó atención a un testimonio de su hermana que fue clave en su vida y lo silenció. Entonces, recupera ese testimonio y arma el mapa de lo que su hermana presenció. De alguna manera, eso que presenció la condenó y en torno a eso el protagonista realiza toda una investigación que puede decirse que es delirante pero saca unas constantes que lo llevan a la certeza de que eso que su hermana presenció sucede cada cierta cantidad de años. Es decir, esa aparente novela policial pasa a ser una novela fantástica.
El género fantástico entra por otra vía...
Claro, por una reinterpretación de la historia entra lo fantástico.
¿Cómo es tu trabajo con los géneros o con los recursos de géneros como la ciencia ficción, la picaresca, la novela policial?
Mis libros no son novelas de género. Esos aspectos son en realidad reverberaciones que quedan en la superficie y cuando estoy escribiendo me sirven como referencia. De alguna manera son lo que para el narrador de aguas abiertas representan las boyas; me voy acercando a esa referencia pero nunca me detengo a hacer un ejercicio del género. Creo que ser un escritor de género es una opción, corresponde a un deseo que yo no tengo.
¿Tu deseo de escritor por dónde pasa?
De alguna manera pasa por poder atravesar esos géneros.
¿Dirías que hay algunas constantes en ese trabajo?
Me parece que hay unas constantes a partir de Un hombre llamado Lobo. Tal vez sería la presencia de un enigma, es decir, la presencia también de una coartada. No sé si para atraer al lector pero sí para volver más desafiante el acto de escribir. En otro momento, hace muchos años, el desafío del acto de escribir pasaba por un trabajo con el lenguaje extremo y con el absurdo. Una vez que uno se cansa o se agota de ese trabajo, puede elegir para no repetirse, ya que uno tiene una sola vida, ¿no? Tomar otro camino. Y el camino que tomé a partir de Un hombre llamado Lobo y tal vez en algunos cuentos de Parte doméstico es ése... Ir saltando de género en género para producir un despertar en la historia. Para que el interior del narrador no se coma la historia, como tal vez sucedía en mis primeras novelas, donde lo devoraba todo.
¿A eso te referís con el "trabajo con el lenguaje extremo"?
Claro, en cuanto empezaba a trazarse una historia la controlaba el narrador.
¿Ahora tiene menos poder?
Si, por una decisión. Y también porque implica otra disciplina de escritura. Este trabajo parcial con los géneros sirve de referencia y podés escribir de otra manera. En mi caso, sin que cada sesión de escritura sea un acto sonámbulo. En mi primer período, cuando escribía, cada sesión de escritura era un trance que me hacía acordar un poco a la libertad del free jazz. En este caso, cada vez que me siento a escribir hay una recuperación del tono de la historia. Tal vez sea un poco más artificial escribir de esta manera, pero a la vez me resulta más cómodo. De alguna manera también se pone en juego ahí el oficio de escribir. Es como sentarse a leer una partitura. Antes no tenía partitura.
¿Esa partitura ahora te permite escribir con más facilidad?
No sé si con más facilidad, pero de otra manera, tal vez acercarme más a un plan de escritura. No sé si uno puede generalizar, pero me parece que cada escritor tiene su propia genealogía de escritura y por ahí en cierto momento un plan de escritura, que no necesariamente es tener una trama. Antes no lo tenía. Eso surgió con Un hombre llamado Lobo y con algunos cuentos previos. Y es un plan de escritura en el que de alguna manera se impone la proyección del sueño. En cambio, antes, cada vez que me sentaba a escribir, sonaba algo distinto. Había un relato pero un sueño se encadenaba con otro. Ahora, recurriendo a la metáfora de los sueños, escribo sobre el mismo sueño. Ése es el plan de escritura. En realidad también es un plan de minimización de la novela.
¿En qué sentido? Porque tus novelas son vastas, tienen grandes elencos, muchos recorridos, escenarios.
A mí me parece que hay algo minimizado en el sentido de que la serie de historias paralelas o coartadas que podría haber a veces se acotan. Tengo la posibilidad de descartar, porque existe ese plan. El plan maestro, digamos.
Antes de publicar las novelas, ¿quién las lee?
Colegas y editores. Y también mi mujer, que es una gran lectora. Soy bastante permeable a los comentarios que me hacen. Creo que esta familia de lectores que uno va armando suple de alguna manera la figura del editor de otra época, que comentaba el texto y lo editaba. Esa figura creo que ya no existe y esa función ha pasado a ser parte de los talleres literarios. Hernán Ronsino, Ricardo Romero, Leopoldo Brizuela, Matías Capelli forman parte de esa familia. Van variando los lectores, pero siempre es gente en la que uno confía. Tampoco se les puede encajar todas las novelas a los mismos. Uno mide las expectativas que tiene el otro.
En tus dos últimas novelas es apabullante la presencia de escenarios rurales y urbanos.
Creo que pasó a ser parte de un interés primordial trabajar el escenario. Darle tres dimensiones al espacio urbano o al espacio rural y, a partir de la descripción del espacio, llegar al temperamento de los habitantes. De alguna manera es una excusa para que no parezcan personajes implantados.
¿Les recomendarías a los escritores trabajar con un agente?
Puede ser positivo. De hecho, mi experiencia no fue negativa. Simplemente fue una decisión que tomé ahora, porque después de escribir tres novelas de ciencia ficción prefería un cambio, me había saturado o agotado de mi propio automatismo. Me parecía que mi trabajo con Schavelzon estaba en piloto automático. Entonces decidí cambiar. Variar mi posición. Creo que es bueno después de estar siete años con el mismo agente tomar distancia y considerar la posibilidad de hacer llegar tus propios libros a otras editoriales chicas de distintos lugares. Yo tuve experiencias con editoriales chicas o medianas muy buenas años atrás. Me parece que podría recuperar esas experiencias y tal vez en este momento tener un agente me limitaba. No es que el agente te presione, pero te pesa.
Algunos autores firman contrato con editoriales para entregar un libro cada cierto tiempo.
Claro, y a veces esa formalidad puede salir bien y otras veces no. Y cuando funciona está perfecto, pero no cuando te restringe. Restringe el campo de visibilidad. De pronto hasta empecé a desatender la aparición de pequeñas editoriales. Me di cuenta de que cuando pensaba cuáles eran las editoriales independientes de México o de la Argentina pensaba en las que habían nacido entre 2001 y 2009. Seguramente después habían aparecido otras que yo desconocía.
¿Leés a tus contemporáneos?
Me doy cuenta de que los escritores que para mí son nuevos en realidad son contemporáneos míos. Me resulta muy difícil pero más espeso el panorama de los nuevos escritores, porque me parece que mi generación, que todavía es "nueva", empezó rápidamente a publicar en Mondadori, en Planeta. Se abrieron huecos para esos escritores. Hay ahora una nueva generación que tal vez circula plenamente en pequeños sellos. Tal vez cuando uno "explota" después de dos o tres libros, pasa a publicar en un sello grande. Pero son casos contados. También hay escritores como Bob Chow, que no son jóvenes pero son nuevos escritores, que aparecieron en el panorama y lo desestructuraron.
¿Por qué decidiste ser escritor?
Ya pasaron bastantes años. Lo decidí muy temprano. No pensé que me iba a dedicar a escribir, pero sí a los doce años escribir se me presentó como un juego. Volvía del colegio y estaba solo y mientras esperaba que alguien volviera a mi casa ideaba cuentos o novelas. De hecho, de esa época tengo una pila de papeles; escribía a mano porque no existía la computadora. Es algo que extraño, cada vez que ahora escribo a mano tardo en reconocer mi propia letra. Por suerte a veces viajar y llevar un anotador ayuda para que uno se encuentre con la caligrafía.
Desde hace un tiempo escribís columnas semanales.
Pensé que no iba a poder cumplir con el compromiso de escribir una columna periódicamente, con fecha fija, y sin embargo por las características del suplemento y del editor se me ha transformado en un ejercicio bastante grato. Me di cuenta de que la excusa de la columna, que se llama "Asuntos de viaje", me permite narrar cualquier cosa. Ensayar micronarraciones en las que siempre el tema del viaje aparezca tangencialmente. Se transformó también en un laboratorio de experiencias recientes. Por ejemplo, ahora estaba escribiendo una columna sobre los traslados, cómo un individuo puede en la ciudad, si cuenta con un vehículo apropiado con portaequipajes, mover cualquier cosa y ser un pequeño dios. Digamos que en esas columnas se van filtrando también decepciones políticas. Creo que una columna está en clave si en algún momento aparece la primera persona. Al principio, cuando empecé, trataba de que el texto fuera impersonal, tal vez por pudor, porque nunca había pasado por esa experiencia. Ahora a la inversa, me parece un ejercicio más bien impúdico, donde también entran recuerdos. La cualidad íntima del recuerdo se transforma cuando uno la pone en narración, porque entran los matices.
¿Te sitúas en alguna de las tradiciones de la literatura argentina?
Uno no puede determinar con qué escritores está emparentado. Creo que los lectores van encontrando un mapa. Y quizás esté emparentado con escritores que incluso pude no haber leído. Sí tengo escritores predilectos, pero no sé cuánto influyeron. Te influye tal vez la ética de ciertos escritores en el sentido de que son modelos. Mario Levrero, César Aira. La ética de los lobos solitarios.
¿Creés que un escritor tiene que hacer vida social de escritor?
En realidad no creo que tenga que hacerla ni que no hacerla, sino que esa vida que lleva un escritor tiene que responder a un modo de pensar la literatura. Eso también lo ves en Marcelo Cohen y tal vez lo veías en Ricardo Piglia. No tiene relación con el valor que uno pueda atribuir a sus libros, sino con el modo de pensar la literatura, la relación intensa que tienen, son escritores en bruto. Te das cuenta en esos casos de que hay posiciones tomadas y que ni la carrera ni el mercado editorial atraviesan esas posiciones. La relación propia con la literatura es algo muy difícil de describir. Es como describir el rostro de cada uno; aunque estés frente a un espejo, la percepción siempre es subjetiva.
Biografía
Oliverio Coelho nació en Buenos Aires en 1972. Escritor y crítico, en 2010 fue elegido por la revista Granta como uno de los narradores más destacados de la literatura iberoamericana. Es autor de cuentos y novelas; entre ellos, Promesas naturales, Parte doméstico, Un hombre llamado Lobo y Bien de frontera.
Por qué lo entrevistamos
Porque es uno de los autores locales cuya obra evoluciona en el cruce entre realismo y géneros populares