Odisea sin concesiones
En la nota de agradecimientos de Tres veces luz, esta negrísima segunda novela de Juan Mattio (1983), el autor aclara que llegó a la historia a partir de una investigación periodística que realizó en 2013, acerca de cuatro polizones congoleños asesinados en ultramar por la tripulación del barco en el que se fugaban de sus penosos destinos africanos. El anuncio no sirve en este caso como coartada de un relato que tendría valor por basarse en “hechos reales” sino todo lo contrario; luego de leer la novela, funciona como advertencia de que las noticias de males cotidianos que, acumuladas, se ojean con relativa indiferencia, quizá deberían ser comprendidas con la intensidad trágica de esta historia.
Quien hace las veces de detective del caso es una fiscal argentina, endurecida por las trampas burocráticas de la justicia, que viaja al puerto de Rosario para hacerse cargo de la confesión de un tripulante tailandés del buque carguero Propp, proveniente de Costa de Marfil. El extranjero se entregó a las autoridades portuarias declarando una sola palabra: “asesino”. En paralelo con la pesquisa de la fiscal, se narra la odisea de dos polizones: Chuckle, un niño de poco más de diez años, y Patrice, un militante revolucionario que toma la decisión de cuidar de su inesperado compañero de viaje. Antes que ellos, tres parejas de adultos, descubiertas por la tripulación a poco de partir, habían sido devueltas a la costa. Pero los dos compañeros de Chuckle, de su misma edad, con los que escapaba de la pobreza y la violencia de sus países de origen, fueron descubiertos en altamar, cuando el costo del regreso habría sido excesivo o habría puesto en riesgo el contrabando del capitán. La solución práctica, habitual en esos casos, fue arrojarlos al mar. Solo, enfermo y sin víveres suficientes para la travesía, Chuckle espera que el azar decida su final entre el hambre y el frío. Cuando Patrice lo encuentra, se debate entre ser fiel a su entrenamiento, que lo obliga a actuar con fría racionalidad, y su ética militante. Lo toma a su cuidado en una ambigua decisión que obedece tanto a la utilidad del otro como variable de control del deterioro físico, como a la coartada moral que le provee para la propia supervivencia (“el niño era también una enorme pileta donde lavarse. Era la urgencia de tomar una decisión. Al menos una. El niño era su carcelero. Era el que había cerrado la puerta de la vida y no le permitía morir a su antojo. ¿Cómo no odiarlo entonces?”).
Con una entonación que recuerda a ciertos relatos de Cormac McCarthy, la prosa de Mattio logra su crudeza gélida en un fino equilibrio entre la precisión narrativa y un vuelo lírico que no se permite perder la austeridad. Una escritura que parece acertar con las únicas palabras posibles para cada frase.
TRES VECES LUZ
Por Juan Mattio
Aquilina
136 páginas
$ 190