Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio
Cuando uno lee para escribir sobre un libro, lo hace con sus gustos personales y antipatías, su formación previa, con la determinación del tiempo de entrega, con la lucidez o el cansancio de pocas o muchas horas de sueño, con problemas personales a cuestas y también con sus prejuicios. Uno intenta mantener al texto, de ser posible, al margen de estas cuestiones, pero lo cierto es que la mayoría permanece ahí, e influyen en el efecto final de lectura. Los prejuicios, por ejemplo. Acaba de publicarse en castellano El cielo de los animales, primer libro de relatos de un joven escritor estadounidense llamado David James Poissant. El primer prejuicio es positivo: lo publica Edhasa, cuya colección literaria suele ser más que interesante. El segundo quizá no tanto: fue elegido por Amazon como el mejor libro de 2014. El tercero es nuevamente favorable: la traducción conjunta de Teresa Arijón y Bárbara Belloc suavizará los españolismos que arruinan las versiones castellanas de buena parte de la literatura extranjera contemporánea. El cuarto, negativo, produce cierto fastidio: ¿otro libro de cuentos de un autor americano que es comparado, en una misma contratapa, con Richard Ford, Alice Munro, Antón Chéjov y Raymond Carver?
Entonces uno empieza a leer, la mayoría de las veces por el principio, porque se supone que en una colección de relatos los primeros textos marcarán el tono. Y descubre que las comparaciones con Ford y con Munro, aunque odiosas, son atinadas. Y que el marco de referencia es el del realismo clásico de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, con su acentuado, y a esta altura a veces fastidioso, interés antropológico por las desgracias cotidianas de las clases medias y medias bajas: gente que pierde su trabajo o está condenado a una labor infernal de por vida; parejas en bancarrota emocional y económica; padres e hijos que jamás lograrán entenderse ni comunicarse; la geografía sentimental de la institución familiar vista en negativo, sus rompientes y acantilados. La extensión de los textos, relatos que van de las veinte a las cincuenta páginas, también ubica a Poissant cerca de Munro y Ford y lejo de Chéjov y Carver, más inclinados a la resolución minimalista. Y así y todo, sin grandes piruetas o novedades estilísticas, los dos primeros cuentos del libro, "El hombre lagarto" y "La amputada", nos hacen saber que estamos ante un narrador de atención. Un escritor debutante que ronda los cuarenta años y que se formó en cursos y talleres universitarios, pero que pese a ello se anima a intentar sondear el alma humana a través de personajes profundos y entrañables. Y que maneja la tensión dramática y los diálogos con gran pericia.
Poissant nació en Syracuse, Nueva York, pero se crió y educó entre Georgia y Arizona, y reside actualmente en Florida, donde enseña escritura creativa. El cielo de los animales reúne quince relatos escritos por él entre 2005 y 2012. Esta trashumancia tiene su correlato en muchos de los mejores textos ("Reembolso", "Nudistas", "El último de los grandes mamíferos terrestres", "El cielo de los animales"), que acompañan a los personajes por su desplazamiento a lo ancho de los Estados Unidos. No son viajes sino, más precisamente, peregrinajes, ya que implican casi siempre la fuga de una pena, o la purga de una culpa. El libro abre, por ejemplo, con "El hombre lagarto", donde un padre confesará la humillación de su vida: el haber castigado a su hijo homosexual con una golpiza de cuyo recuerdo no puede escapar. Y se cierra con el cuento que le da título al volumen, donde ese mismo hombre vuelve a tomar contacto con ese hijo, pero quince años después.
Así las cosas, Poissant entrega un primer libro extenso, de trescientas cincuenta páginas, en el que los lazos afectivos siempre están a punto de quebrarse. Por ejemplo los matrimonios: "Dicen que una relación termina cuando una de las personas se va. Tal vez no la primera vez, pero sí bastante antes de la última. Uno interrumpe las peleas dando un portazo, encendiendo el motor del auto o saliendo a dar una vuelta manzana, y a eso uno lo llama ‘salir a despejarse’. Y aunque todavía no lo sabe, uno se está yendo de algo más que del momento. Uno se está yendo de su matrimonio". Pero al mismo tiempo, por lo que podría considerarse un error y un acierto de su editor original, en medio de estas historias surgen otras, solo en apariencia menores y mucho más breves, en las cuales aparece otro Poissant: uno cuya imaginación excede los duros límites del realismo y se permite jugar con tramas en las que destellan la ironía, el humor e incluso cierta tristeza lúdica.
Son fábulas extrañas, que tienen muy poco que ver con los textos más largos del libro, como "Knockout" o "Lo que quiere el lobo", que quizá hayan sido incluidos con la finalidad de oxigenar el volumen, pero en verdad ofrecen mucho más. ¿Qué? Sobre todo, la posibilidad de entrever a un autor que al tiempo que maneja diversos registros con soltura, se permite romper con la tradición del relato realista desde adentro. "El bebé brilla", por ejemplo, empieza así: "El bebé no tiene ninguna otra característica que pueda considerarse fuera de lo común, nada que lo diferencie de otros bebés. El bebé no salta la soga. El bebé no levita. El bebé no puede mover las piezas del dominó sobre la mesa de la cocina con la mente. El bebé, simplemente, brilla". Y el brillo es todo lo literal que puedan imaginar.
Si la contratapa de El cielo de los animales incurre en algún lugar común, también hay que decir que logra dar con una de las claves del libro cuando afirma que Poissant "narra historias al límite, sacudidas por la impiedad y la tristeza. Y no deja de ser extraño que al terminar de leerlo el sentimiento sea de felicidad". Es lo que sucede cuando un autor logra, con el poder de sus textos, despertar el interés de un lector atravesando las barreras de la antipatía, los problemas personales y los prejuicios.