Octavio Paz: hombre del siglo XX
En su nuevo libro, Travesía liberal (Tusquets), el historiador mexicano Enrique Krauze recopila artículos y entrevistas a personalidades del pensamiento occidental. Aquí, parte del perfil intelectual y político de Octavio Paz, su maestro y mentor
Poco antes de cumplir los setenta años, en 1983, Octavio Paz publicó Tiempo nublado, su primer libro dedicado a la política internacional. Aunque su obra ensayística y aun su poesía han sido hasta cierto punto inseparables de las tensiones del siglo XX, nunca, hasta ese momento, se había propuesto reunir y ordenar sus reflexiones en torno a los bloques, los sistemas y los países, reunir en una sola visión la geografía de sus pasiones políticas e ideológicas. Decidió hacerlo en un tiempo nublado. ¿Por qué no antes? Hubo quizá momentos de mayor intensidad, tiempos de claridad y tormenta, pero para Paz -y para su siglo- eran todavía tiempos de ensayo y esperanza, no de sedimentación y balance.
Al concluir la década de los sesenta, luego de un largo peregrinar de casi treinta años Paz regresó definitivamente a México para emprender un nuevo viaje, esta vez interior, en busca, no del tiempo perdido, sino de un juicio moral sobre el tiempo vivido: el suyo, el de su generación y el de su época. Después de mil jornadas se detuvo a poner el pasado en claro. El título de uno de sus libros de poemas -el mismo de la revista que dirigió desde 1976 hasta su muerte- es una clave biográfica: Vuelta. Y aunque su tema parezca impersonal, Tiempo nublado debe verse también como una etapa más en un proceso que le llevaría años.
Tres experiencias fundamentales en la vida de Paz confluyen en Tiempo nublado: su compleja relación con la izquierda, cierta perplejidad frente al imperio estadounidense y sus años en Oriente. La primera, la más antigua, parte de una fe común en los años treinta: la creencia en el fracaso histórico del capitalismo y el simétrico ascenso del socialismo. Como muchos amigos suyos de la Escuela Nacional Preparatoria -José Revueltas, Efraín Huerta, José Alvarado, entre otros-, Paz se acercó inicialmente al marxismo con un propósito no académico, sino casi religioso. Más que creer puntualmente en la doctrina o en la explicación materialista de la historia, Paz vivió el marxismo de un modo similar al de los estudiantes de 1968: como una profecía -y, por momentos, un poema libertario- de liberación. Literatura y política entreveradas, confundidas. Aquella generación de muchachos nacidos durante la revolución mexicana no soñaba sólo con repetir el destino de sus padres y abuelos, sino con rebasarlo inscribiendo su lucha en el camino de la revolución verdadera y definitiva, la bolchevique.
Con un entusiasmo un tanto mesiánico, entre lecturas de Andréiev y Dostoievski, "pasaron de la visión a la subversión y de ésta a la política", e inventaron "sinos de relámpago, cara al siglo y sus camarillas". Algunos los tuvieron. Desde la trinchera literaria y, por momentos, no muy lejos de la otra, participaron, con distinta suerte, en casi todos los movimientos de izquierda de su época: la república y la guerra civil españolas, la reforma agraria en México, la causa antifascista. En el largo poema autobiográfico "Nocturno de San Ildefonso" -otra vuelta a la tuerca de la memoria-, Paz invoca a los "espectros amigos" y resume su vocación colectiva en dos líneas: "El bien, quisimos el bien: enderezar al mundo".
La forma en que la historia desvirtuó aquellas intenciones desveló las noches de Paz. Para entender la acritud y, por momentos, la iracundia de su reacción, hay que imaginar la intensidad de su adhesión original a la mística revolucionaria y ponderar las muchas facetas -intelectuales, políticas, morales- de su desengaño. El proceso no fue súbito ni lineal: tardó decenios. Es un tema complejo que Paz ha tratado en su poesía. A la primera decepción, ocurrida durante su viaje a España en 1937 (la evidencia de los crímenes estalinistas contra los anarquistas del POUM), siguieron año tras año los desencantos: el pacto Ribbentrop-Stalin, el asesinato de Trotski, la rigidez estética y moral del "arte comprometido", las noticias sobre los campos de concentración en la URSS (que Paz denuncia en la revista argentina Sur, en 1951), la invasión de Hungría y muchos otros desencantos que, sin embargo, no ahogaron en él la esperanza en un socialismo auténtico y posible. Hacia 1968 llegó a pensar que los estudiantes podrían unirse con los obreros en la construcción de la utopía. A principios de los setenta, ya en México, exploró la posibilidad de fundar un partido político, socialista y democrático. Aún entonces se declaraba socialista, pero esto no contradice, más bien refirma, su profunda decepción del marxismo-leninismo y los regímenes que, para emplear sus palabras, "usurpan el nombre de socialistas".
Bertrand Russell vio con escepticismo desde 1920 la teoría y práctica del bolchevismo. Los intelectuales franceses tardaron mucho más convencerse de que la URSS no era el reino futuro de la abundancia y la libertad, sino un régimen de opresión sin muchos precedentes en la historia humana, que provocó la muerte de decenas de millones de sus propios ciudadanos. Gravitando siempre más cerca de la cultura francesa que del universo intelectual anglosajón, Paz llegó probablemente a su visión definitiva del régimen soviético después de la publicación en París de Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. A partir de entonces dedicó buena parte de su esfuerzo público a denunciar a la URSS, sus satélites y simpatizantes, a los propagandistas de la nueva fe que "es rabia filosófica, razón descendida a la tierra en forma de patíbulo, ideología que golpea con la cruz y funda con la sangre, comunión obligatoria a la que adoran millones". En la ideología marxista-leninista que dio como fruto la URSS, y que con variantes profesó la izquierda en Occidente, Paz no veía únicamente una explicación histórica desmentida por los hechos, una moral de la impunidad y la intolerancia, una política insincera y una profecía incumplida. Vio un manto de oscurantismo que amenaza con cubrir el planeta. De ahí que el tono y el sentido de sus palabras al tratar estos temas tuvieran siempre la profundidad, la gravedad, de un desencanto religioso. En marzo de 1974, al comentar el libro de Solzhenitsyn, escribía: "Casi todos los escritores de Occidente y de América latina hemos sufrido la seducción del leninismo. Nuestras opiniones políticas no han sido meros errores o fallas en nuestra facultad de juzgar. Han sido un pecado, en el antiguo sentido religioso de la palabra: algo que afecta al ser entero."
Una segunda experiencia que perfiló la conciencia política de Paz fue su perplejidad, su distancia, su incomodidad frente al imperio estadounidense. Hacia 1943, Paz comenzó una estadía de algunos años en "las entrañas del monstruo", primero en California, más tarde en Nueva York. ¿Cómo convivir, comerciar o simplemente colindar -pensó desde entonces- con una civilización a un tiempo arrogante y ciega? ¿Había o hay entre América latina y Estados Unidos posibles confluencias, o se trata de un binomio histórico cuyo sentido final es la contradicción, la incomprensión y el conflicto?
La tercera experiencia, el largo tránsito por vanos países de Oriente, tuvo lugar en dos tramos. A principios de los cincuenta -luego de varios años en París-, pasa algunos meses en la India, el Japón y Hong Kong. Un decenio más tarde, como embajador de México en la India, conoce Indochina, Vietnam, Birmania, Tailandia y, más de cerca, Ceilán, Paquistán y Afganistán. De Oriente Medio visita el Líbano. Estos viajes -podría pensarse- dejaron una huella profunda en la conciencia poética de Paz, no en sus ideas políticas. Verdad a medias: las querellas ideológicas y los temas políticos que le preocupan son, en general, problemas de Occidente, pero las frágiles utopías que todavía consiente su escepticismo deben mucho a algunas culturas de Oriente.
Así pues, tres experiencias que son, al mismo tiempo, tres búsquedas: frente a la izquierda, un llamado a la reflexión y el arrepentimiento, y una fórmula que concilie justicia y libertad; frente a Estados Unidos, una afirmación de identidad y un diálogo atento y comprensivo; frente a Oriente -hacia Oriente-, una puerta a la utopía. Tres experiencias superpuestas a otras estructuras aún más profundas: el petrificado fondo mexicano, lava de identidad -la madre española, el abuelo jacobino y liberal, el padre revolucionario zapatista- y, siempre presente también, la vieja civilización europea: voces de ciudades, de amigos, de libros.
En la visión de Paz, la nube más ominosa del siglo XX ha sido la URSS. Dedica vanas páginas a discutir su naturaleza histórica, a nombrarla. Políticamente -explica Paz- se trata de un despotismo totalitario en lo económico, un monopolio estatal manipulado por una casta burocrática; en términos sociales, impone una rígida estratificación. No muy lejos de las ideas de Alain Besançon y Cornelius Castoriadis, Paz prefiere una definición dual: burocracia ideológica más sociedad militar, ideocracia y estratocracia, convento más cuartel, religión y milicia. De nuevo, como en la Edad Media, la unión militante entre el poder y la idea. Tal vez sea posible extraer de la lectura de Paz una imagen: la URSS como una de esas matriushkas de madera polícroma, típicas del arte ruso: muñecas que dentro de sí llevan una muñeca, que dentro de sí ... : el Secretario General -la matriushka mayor- confisca al aparato, que a su vez confisca al Comité Político que confisca al Partido que confisca al Estado que confisca a la minúscula matriushka de la sociedad.
En esta condición confiscatoria, Paz advirtió varios problemas. El más grave, quizá, fue el económico. La casta burocrática centralizada bloqueaba de mil maneras la producción agrícola e industrial; vivía en continua contradicción con los responsables directos de las fábricas o las granjas y con los sufridos consumidores y, si de explotación se trata: "la inhumanidad de la industria, rasgo presente en todas las sociedades modernas, se acentúa en la URSS porque [ ... ] la producción no está orientada a satisfacer las necesidades de la población, sino la política del Estado. Lo más real, los hombres, está al servicio de una abstracción ideológica".