Octavio Paz, el hombre ilustrado
Se acaban de cumplir veinte años sin Octavio Paz. Premio Nobel de Literatura 1990, ensayista, poeta y funcionario público en su país, México, Paz constituye un centro de irradiación de la literatura iberoamericana. Viajero que no desaprovechaba la calidad de la experiencia en tierra extranjera, iluminó "vasos comunicantes", para usar una expresión surrealista que tanto apreciaba, entre culturas distantes. Había nacido en 1914, durante la Revolución mexicana, en Ciudad de México; en su juventud, se sumó a las huestes de José Vasconcelos cuando ese intelectual aspiró a la presidencia de su país. En ese período, Paz abrazó ideales anarquistas, mientras se interesaba en cuestiones de vanguardia y moral. Según contó, Rafael Alberti señaló contradicciones entre la poesía que escribía, de tono intimista, y sus ideales revolucionarios. Tras la publicación de Raíz del hombre, de 1937, el joven Paz comienza a viajar y su escritura se impregna de otras voces: la generación española del 27, los surrealistas franceses, los poetas japoneses y el sólido legado latinoamericano de Pablo Neruda y César Vallejo. "Yo no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos eran facetas del mismo movimiento, dos alas de la misma pasión", recordaría años después.
En Estados Unidos, adonde viajó becado por la Fundación Guggenheim, escribió el ensayo antropológico por el que se lo conoce en el mundo: El laberinto de la soledad. En ese escrito equiparable a nuestra Radiografía de la pampa (de Martínez Estrada), Paz toma distancia de los principios revolucionarios y en una original fusión de biografía y crítica, de poesía y sociología, recurre a motivos como la máscara, la fiesta y los mitos. Para él, uno de los problemas de México consistía en ser una cultura cerrada a los cambios mundiales. Por consejo de su primera esposa, la escritora y periodista Elena Garro (que luego fue su némesis), censuró la represión política en la Unión Soviética.
El historiador mexicano Enrique Krauze, en Octavio Paz. El poeta y la Revolución, brindó un retrato impar del autor de El ogro filantrópico. "Algunos dicen que México descansa en Paz, otros que Paz no descansaba nunca -dice la escritora y crítica literaria Silvia Hopenhayn-. Fue pasando de 'ismos' sin quedarse en ninguno: del surrealismo al existencialismo, luego el estructuralismo y finalmente, el orientalismo. Cabalgando el siglo XX, con arpa y lira, supo extraer palabras de los árboles; sus poemas y ensayos son corteza del lenguaje, tienen algo de viviente". En septiembre, Hopenhayn volverá a brindar un curso sobre la escritura de Paz.
Capítulo aparte merecen sus escritos sobre arte. En Los privilegios de la vista, él mismo se hace un lugar en la estirpe de Baudelaire, Apollinaire y Breton. Fue un intérprete audaz de la pintura mural de Rivera y Orozco y un defensor de la exquisita obra de Rufino Tamayo. En el documental El laberinto de Octavio Paz, de José María Martínez (que se puede ver online), Jorge Edwards, Elena Poniatowska y Juan Villoro, entre otros, alaban y contextualizan su pantagruélica producción, que incluyó la creación de dos revistas culturales: Plural y Vuelta. En ese film, Mario Vargas Llosa, quizás el último intelectual de la talla de Paz, lo consagra como un creador imprescindible en el mapa de las letras latinoamericanas.