Octavio Caraballo: cómo vive, hoy, el hombre que durante años lideró Bunge&Born
A los 79 años, el dueño de Cabaña Las Lilas, que supo codearse con la cima del poder, renunció al vértigo y eligió la paz que solo puede dar el campo
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San Antonio de Areco
El camino hasta la estupenda casona de estilo inglés, entre plátanos alineados sobre un colchón de hojas secas, confunde. Un paisaje otoñal invadiendo el invierno; también la temperatura: 20 grados, sol, sin viento, como para andar en mangas de camisa por el parque que se pierde, allá lejos, entre montes y cañaverales.
Los Toros, a pocos kilómetros de esta ciudad del norte bonaerense, puede ser un apacible campo familiar si desde la tranquera se toma para el lado del casco, o el mega establecimiento de Estancias y Cabaña Las Lilas si se va en el sentido opuesto. Allí además crece y se multiplica el último gran emprendimiento del grupo: un criadero de cerdos para cortes premium.
“Somos un país muy joven, de solo 200 años. Vamos a aprender, vamos a cambiar. Y pronto. Yo voy a ver ese cambio”
En el comedor del chalet principal, sentado en una silla de ruedas, el dueño de casa se suma al concierto de imágenes que distorsionan. Quien vaya a encontrarse con un señor todopoderoso, heredero de una de las mayores fortunas del país, cabeza durante años del imperio global Bunge&Born y también hoy presidente de empresas, podría pasar de largo. Octavio Caraballo (79 años, dos hijos, siete nietos) viste rigurosamente informal, da la impresión de que ha dejado que el pelo se organice solo, es campechano, habla bajo y no habla mucho. Eso sí, en su mano derecha tiene un largo Cohiba encendido.
“¿Quieren uno?”, invita al recibir a La Nación.
Usa silla de ruedas, aunque solo para comer y en desplazamientos largos, desde que, hace dos años, se fracturó el fémur al patinarse en la bañera. “Me estaba duchando: lo menos chic del mundo”, se ríe. Está en una lenta y trabajosa recuperación, con asistencia de profesionales por la mañana y por la tarde. También lo ayuda un bastón. Reconocido criador de caballos peruanos de paso, no monta desde aquel accidente, pero espera volver a hacerlo pronto. Su enorme cuerpo –mide 1,90 y pesa 115 kilos– da señales de fatiga. “De esos 115 kilos, 50 son de corazón”, lo mima su mujer, Inés de Carabassa, pintora, escultora y paisajista. Llevan 12 años juntos.
En 2013 le diagnosticaron cáncer de mama (afecta a un hombre cada 100 mujeres), por lo cual fue operado y recibió quimioterapia. Los amigos dicen que fueron clave su espíritu positivo y su fe. “Tiene una fuerza tremenda”. Ese tipo de cáncer es, a veces, hereditario, y poco después le tocó padecerlo a su hija menor, Leonor, que solo aceptó recurrir a terapias alternativas, no a la medicina convencional. Murió en Nueva York en 2015; tenía 43 años.
Al mando
Caraballo es nieto de Alfredo Hirsch, un judío alemán que se incorporó a B&B en 1897 y responsable, durante casi tres décadas, de convertir la firma cerealera de origen belga en un gigante industrial diversificado. Llegó a tener 40 empresas y 40.000 empleados. La nave insignia, en el país, era Molinos Río de la Plata.
Acostumbrado a viajar por el mundo, a sentarse en la mesa de reyes, presidentes y celebridades, a correr de un país a otro, había llegado el momento de “buscar la paz y tranquilidad que solo te da el campo”
Caraballo, que había estudiado administración de empresas en Estados Unidos, tomó el mando en 1992. El holding venía de atravesar dos situaciones muy distintas, pero ambas traumáticas. En 1974, el secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born –gerente y director general, respectivamente– por un comando de Montoneros, que los liberó tras cobrar un rescate de 60 millones de dólares. En 1989, la activa participación en el gobierno del presidente Carlos Menem, al que le dio los dos primeros ministros de Economía: Miguel Roig, que murió cinco días después de asumir, y Néstor Rapanelli. El “Plan B&B” fue una experiencia corta, de apenas seis meses, y fallida, con una espiral de inflación en el país y fuertes secuelas en la propia B&B.
De la mano de la consultora McKinsey, Caraballo hizo frente a la cuantiosa deuda que había acumulado el grupo con una estrategia firme de venta de activos y concentración en el trading de granos, hasta sanear las finanzas. En 1994, Bunge&Born pasó a formar parte de Bunge International Ltd., y el giro se completó con el traslado de la sede corporativa a Brasil, convertido desde hacía unos años en su principal mercado.
“Brasil es fantástico –dice–. Es un país ganador, que tira para adelante. Yo he vivido en Estados Unidos, Inglaterra, Suiza, Italia, pero los 20 años que pasé en San Pablo fueron los mejores”.
Dueña del 20% de las acciones, la familia Hirsch se hizo de una posición dominante en Bunge International Ltd., con foco en la comercialización de cereales. Tenía ventas, en esos años, por más de 10.000 millones de dólares anuales. Caraballo la presidió a nivel mundial desde 1991 hasta 1997.
Cambio de vida
Poco antes de renunciar al cargo (aunque conserva su capital accionario), volvió al país, donde ya desarrollaba sus negocios personales, todos en el sector agropecuario: principalmente, Estancias y Cabañas Las Lilas, con una alta producción de toros de las razas Angus, Hereford y Brangus. Hoy factura 20 millones de dólares por año. “Sigo siendo el presidente y estoy al tanto de todo, pero he dejado la conducción en manos de profesionales”.
Hace cuatro años tomaron, con su mujer, una decisión de vida: instalarse acá, en Los Toros, un establecimiento agrícola-ganadero de 700 hectáreas. Acostumbrado a viajar por el mundo, a sentarse en la mesa de reyes, presidentes y celebridades, a correr de un país a otro, había llegado el momento de “buscar la paz y tranquilidad que solo te da el campo”. La consigna fue huir de la ciudad. “Me molesta mucho el ruido de Buenos Aires, el despelote, las sirenas… Vamos una vez por semana, pero no nos quedamos”. Conserva las oficinas en Puerto Madero, que pronto mudará a San Isidro. Cuenta que no extraña nada aquellos años entre fulgores y apuros, entre aviones y asambleas de directorios. Hasta ha aprendido a no estar pendiente del teléfono, que usa cada vez menos.
Ahora solo vuela en su avión privado para visitar en distintas provincias las estancias que son parte de su esquema productivo. En Junín de los Andes (Neuquén), donde cría llamas, hacen ponchos de alpaca que comercializan en el mercado argentino. Un “negocio chiquito”, pero que le gusta porque involucra también a su hija Elisa (52 años, tres hijos), que vive en Uruguay; su hijo Gonzalo (53, cuatro hijos), en Inglaterra.
Lo mejor, dice, son los asados de los domingos al mediodía, con familiares y amigos. A veces, solo con carne de cerdo. Made in Las Lilas, claro.
Sin filtros
Los 125 kilómetros de distancia con la Capital Federal no le quitan perspectiva de la crisis que atraviesa el país. Recibe y lee todos los días La Nación y Clarín, en la edición papel, y Perfil los fines de semana; escucha radio, ve televisión. Siempre tiene un libro a mano: filosofía, historia, ensayo.
Cada tanto lo visitan políticos –hace poco estuvo Lilita Carrió– y amigos suyos que son dirigentes empresarios. “Lilita es muy inteligente y muy buena persona. Tiene su ego, como todos los políticos. La lucha de egos es un problema serio en nuestra dirigencia política”.
¿Van a pedirle plata? “No, nunca. Y si me pidieran, les contestaría ‘tengo que pensarlo’, que es la forma elegante de decir que no”. Se sabe, sí, que es un asiduo benefactor de instituciones solidarias. El Granero, un moderno centro de rehabilitación y equinoterapia para personas con discapacidades, en Pilar, fue construido gracias a aportes suyos.
No ha perdido perspectiva política, pero sí, acaso, inhibiciones a la hora de juzgar hechos, situaciones, personas. Desde su propio otoño dice que “a mucha honra” nunca fue peronista, y que el peronismo kirchnerista es “el peor de todos, el más perverso y corrupto”.
Lo angustia la crisis educativa y la pérdida de la cultura del trabajo por culpa del asistencialismo, ve niveles preocupantes de pobreza y pocos empresarios dispuestos a arriesgar, a invertir. Dice que el Gobierno “es espantoso y está totalmente perdido” (también despotrica contra la gestión de Mauricio Macri), aunque no duda de que Alberto Fernández va a poder completar su mandato. “Pero tienen que poner orden en los movimientos sociales: ahí está complicada la cosa. Cuando la calle se inquieta, es difícil pararla”.
Lo llamativo es que, así y todo, es optimista respecto del futuro. “Somos un país muy joven, de solo 200 años. Vamos a aprender, vamos a cambiar. Y pronto. Yo voy a ver ese cambio”.
Enciende el segundo puro, de los tres que fuma cada día. Se pone una boina negra, a la que su mujer retoca para corregir la inclinación. Detrás del humo, vuelve a sonreír.