Obra en construcción: Tomás Saraceno, hacia el origen del universo
Miles de arañas ya trabajan en el Moderno para el primer gran proyecto del artista en un museo argentino
Días atrás, miles de arañas ingresaron en una de las salas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Y comenzaron a realizar su labor: una intrincada geometría de hilos de seda. Filamentos que brillarán cuando la sala se encuentre casi en penumbras, para la inauguración de la muestra de Tomás Saraceno.
Tal como adelantó a LA NACION en la última edición de arteBA, el artista (nacido en Tucumán en 1973 y radicado en Berlín) realizará el año próximo su primer proyecto de gran escala en un museo de la Argentina. Se trata de una obra totalmente nueva, que se desplegará en dos salas del Moderno desde el 6 de abril hasta el 24 de septiembre de 2017.
“Será la tela de araña más grande de la historia”, se entusiasma Victoria Noorthoorn, directora del Moderno y curadora de la muestra, en cuya producción colaboran también el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia y el Max Planck Institute.
“Es un experimento que genera muchas expectativas. Nunca realicé nada igual. Reunimos diez mil arañas que esperamos formen miles de kilómetros de tela”, cuenta Saraceno, convencido de que hay mucho que aprender de las arañas. Lejos de encasillarse en los contornos del arte contemporáneo, la única persona en el mundo que posee una colección de telas de araña colabora con numerosas disciplinas científicas, con trabajos que van desde la Bienal de Venecia hasta la NASA, el Museo Metropolitano de Nueva York y el MIT.
La primera obra será una telaraña monumental, de aproximadamente veinte metros de largo por quince de ancho, tejida por especies arácnidas de diversas procedencias y distintos grados de sociabilidad (hay arañas solitarias, sociales y semisociales). Promete ser una hibridación nunca antes vista.
Visualmente, la morfología de la telaraña “remite a la interconexión de las galaxias”, señala Noorthoorn. “Es que las estructuras de las telarañas contienen pistas sobre los orígenes del universo –agrega Saraceno–. Se va a renovar la conciencia alrededor de una especie que está en la tierra hace 140 millones de años, mucho antes que los humanos.”
Ocurre algo fascinante, casi mágico, cuando se intenta escudriñar la obra de este curioso creador, cuya máxima utopía es un mundo aerosolar con ciudades en las nubes, a tono con las visiones de su admirado Gyula Kosice. La mirada de Saraceno va de lo mínimo a lo universal, y en ella, todo está interconectado. Parece no haber cabos sueltos en esta constelación de proyectos y obras que reflejan el universo circundante. Basta pensar en que las galaxias están unidas por lo que los científicos definen como una suerte de “telaraña cósmica”.
“Cuarenta mil toneladas de polvo cósmico llegan a la Tierra cada año. Y ese polvo posee ácaros, que son de la misma familia que los arácnidos”, explica Saraceno. Es justamente el polvo uno de los componentes clave de la instalación en la segunda sala, donde Saraceno presentará una “coreografía cósmica”.
En vivo, una araña tejerá su tela. Su labor será filmada y proyectada a gran escala sobre la pared, que dejará en evidencia también el polvo cósmico presente. Éste estará en movimiento, influenciado tanto por el movimiento de la araña como por el de los espectadores. A su vez, las ondas sonoras de su labor serán amplificadas por altoparlantes. “Es una jam session más allá del mundo humano –sostiene el artista–. Al final, cada visitante se llevará una partícula de polvo cósmico.”
El año próximo asoma prometedor para Saraceno. No sólo por la muestra en el Moderno y otro proyecto que planea para el CCK, sino también porque exhibe hasta el 21 de mayo Stillness in Motion-Cloud Cities en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. En esta exhibición, el visitante debe abrirse paso a través y por debajo de una serie geométrica compleja de cuerdas, tensionadas en el aire y conectadas a las paredes, el suelo y el cielorraso del museo. Una estructura inspirada en las telas de arañas, pero también en nubes estelares, similar a la que exhibió en la Bienal de Venecia en 2009.
La instalación ofrece un modelo para las ciudades utópicas del futuro y se enmarca en un proyecto a largo plazo en el que viene trabajando el artista: Aeroceno. “Es una era futura, en la que la humanidad tome conciencia de su impacto en la Tierra y aprenda a vivir en este planeta, como parte de presentes y futuras constelaciones de nubes de polvo cósmico”.
Un artista destinado a conquistar el cielo
Por Alicia de Arteaga
Es difícil imaginar el sonido de un concierto de arañas programado para una sala en Singapur. Las arañas no se programan. Suenan cuando quieren y Tomás Saraceno lo sabe. Ama tomar riesgos y lo delatan sus ojos azules con brillos amarillos. Esa mirada es la prueba de fe en un programa de acciones sin tregua. En su caso, los rótulos se dan contra las paredes. Va siempre un paso adelante y tiene detrás una pléyade de colaboradores, científicos y amigos entregados de cuerpo y alma al ambicioso proyecto Aeroceno.
Nacido en Tucumán en 1973, vive y trabaja en Berlín. Su taller es una antigua fábrica de fachada ladrillera a diez minutos del Mitte, donde duermen y trabajan las arañas, socias del tejedor de sueños. Su vida, al igual que su obra, ha sido una telaraña tejida con unción, una trama continua que lo lleva de un lugar a otro del planeta, ligero de equipaje. Se graduó de arquitecto la la UBA y nunca ejerció, aunque lo suyo sea la construcción de nuevos mundos felices, pero no en el sentido de Aldous Huxley.
En 2012 inauguró el programa de intervenciones site specific en la terraza del Metropolitan de Nueva York, curado por Gary Tinterow. Entonces,LA NACION le dedicó la tapa de su suplemento cultural. Para entonces ya había sido fichado por Daniel Birnbaum, director de la Bienal de Venecia 2009, para la sala mayor del Pabellón Internacional, que compartió con Sigmar Polke. El alquimista de la pintura tuvo que ceder el protagonismo al joven Tomás, hasta entonces un artista de culto, desconocido por el gran público; buen amigo de Olafur Eliasson y compañero de libertades de Rirkrit Tiravanija.
Esa austeridad elemental resulta una señal de identidad. Se sienta a la misma mesa que los sabios de la NASA y es capaz de conquistar el corazón de un sponsor en menos de cinco minutos. Llega al Moderno de Buenos Aires luego de exponer en San Francisco y de firmar con el Palais de Tokyo para una mega en 2018. Mientras tanto, da las últimas puntadas a un proyecto para el CCK, de carácter social inclusivo: un proyecto para aprender a volar con los pies sobre la tierra. El tiempo de los sueños cumplidos parece haber golpeado a la puerta del artista que hizo del mundo una plataforma para conquistar el cielo.