Obra en construcción: la fábrica de León Ferrari, el hombre de oro
La casa de San Cristóbal donde funcionaba su taller podrá ser visitada gracias a un proyecto impulsado por su familia y el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Santos y figuras diabólicas. Representaciones de Cristo, de esqueletos, de órganos sexuales. Cajas de preservativos, cucarachas de plástico, inodoros de juguete, ojos falsos. Todo esto puede encontrarse entre los miles de objetos que León Ferrari guardaba en la atestada cocina de su taller de la calle Pichincha al 800, en San Cristóbal. Una antigua casa de 200 m2 que pronto se abrirá al público para exhibir parte de las diez mil obras creadas por el artista, fallecido hace tres años.
Todavía está allí, intacto, el sillón eclesiástico en el que Ferrari se sentó para fumar un habano una mañana de 2006, después de haber inaugurado una retrospectiva en la prestigiosa Pinacoteca de San Pablo. "¿Qué hacés fumando a esta hora?", le preguntó al entrar la curadora Victoria Noorthoorn. "Me estoy preparando para la Bienal de Venecia. Tengo una idea: vamos a hacer una orquesta de músicos de poliuretano", fue la respuesta del hombre que al año siguiente sería distinguido en la biennale con el León de Oro, máxima distinción del arte mundial.
Aunque la orquesta no llegó a formarse en Venecia, desplazada por obras más representativas de una carrera que combinó con gran ironía sexo, religión y política, esos músicos que hoy se exhiben en el Museo Genaro Pérez de Córdoba nacieron en estas salas de techos altos. Congelados en un instante épico, como si evocaran a los violinistas aferrados a sus instrumentos mientras se hundía el Titanic, los coloridos cuerpos fueron testigos silenciosos del fin de una era.
Ahora comienza otra. A casi un siglo del nacimiento de Ferrari, que ayer hubiera cumplido 96 años, el taller donde trabajó hasta meses antes de su muerte podrá ser visitado gracias a un proyecto impulsado por su familia y por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
"León marca el rumbo de cómo debería funcionar un museo en relación con un patrimonio artístico -dice Noorthoorn, actual directora del Moderno-. Hoy tenemos en el equipo un investigador dedicado a León Ferrari y ojalá llegue el día en que el museo sea un laboratorio de investigación. Que podamos tener un investigador de arte concreto, de Nueva Figuración, de los primeros modernismos, del CAyC... No nos para nadie. Pero por ahora, empezamos con el ejemplo de León."
La confianza ganada por Noorthoorn entre los herederos de Ferrari facilitó las cosas. La curadora no sólo colaboró en la selección y traslado de las obras a la Bienal de Venecia, en 2007, sino que apenas asumió la dirección del Moderno también gestionó la donación al museo de 72 dibujos del artista. Esos trabajos integraron una gran exposición en 2014, junto con piezas del patrimonio institucional y pinturas y esculturas cedidas en comodato por cinco años.
El Moderno impulsa además la edición del primer catálogo razonado de dibujos de Ferrari -unos 5000-, después de haber publicado tres ediciones facsimilares de libros realizados en Brasil, donde el artista vivió exiliado desde 1976 hasta 1984. Ariel, uno de los tres hijos que tuvo con Alicia Barros Castro, decidió quedarse en Buenos Aires y desapareció en 1977, a los 25 años.
El retrato del dictador Jorge Rafael Videla, entonces al frente de la Junta Militar que gobernaba la Argentina, se repite en varias de las obras conservadas en el segundo piso del taller de Pichincha. "Hay mucho material sensible, pero acá va a ser especialmente fuerte", dice Noorthoorn mientras ingresa en una sala que estará vedada a los menores de edad. Recostada sobre una mesa, entre papeles de diario fechados en 1998, yace allí una representación de Cristo crucificado cubierta con imágenes de esvásticas.
"La encontramos así. Nunca se expuso y no sé si estaba empaquetada desde el 98", dice Anna, nieta de León e hija de Pablo Ferrari. Nacida en Brasil, ella heredó la pasión por la arquitectura de su bisabuelo Augusto, cuyas obras se alojarán en una sala propia.
Al frente de la restauración de la casa, Anna destaca que el Ministerio de Cultura de la Nación destinó en los últimos dos años 330.000 pesos para que pudiera ponerse en condiciones. El proyecto inicial incluye abrirla dos veces por semana a quienes compren la entrada para visitar el Moderno, y está previsto que más adelante se habilite la terraza para proyectar films y realizar conciertos al aire libre.
"Esto me genera mucha emoción", dice Noorthoorn, que no se detiene. Ya está impulsando un proyecto similar para recuperar la casa de Alberto Heredia, legada por el artista al Moderno. Ubicada sobre la avenida Caseros, a nueve cuadras del museo, se convertirá en una residencia artística para conservadores e investigadores de las provincias.
Paso a paso. Por ahora, queda mucho por hacer en las salas de Pichincha. Yaya Firpo, colaborador de Ferrari durante años, sigue acomodando las cajas de cartón escritas con la reconocible letra del artista: "Ratas varios tamaños", "manos", "pelucas".
"León era muy divertido, muy irónico, súper generoso -recuerda su nieta-. Todos dicen eso, no sólo la familia. Era una persona adorable y tenía algo muy joven; vivía experimentando. Yo veo eso en su obra. En el año 2000, de repente, se renovó. Aparecieron los bichitos, los músicos... Era muy libre."
A la hora de definirlo, Noorthoorn suma a todo esto la palabra "determinado". Y confiesa que cuando se hacían las visitas guiadas en La donación León Ferrari, costaba explicarle a la gente que esas obras "con brillantina y color, que parecían hechas por un adolescente que había fumado marihuana", habían sido realizadas por el artista durante los últimos años de su vida.
El reconocimiento le llegó tarde -y de la peor manera- a este ingeniero que no se llevaba bien con la Iglesia. "¡Viva Cristo Rey, carajo!", gritó un hombre al romper una de sus obras en 2004, en el Centro Cultural Recoleta. La retrospectiva curada por Andrea Giunta, que combinaba símbolos religiosos y objetos eróticos, acababa de ser declarada "blasfema" por el entonces cardenal Jorge Bergoglio.
"Nunca un artista tuvo tanta publicidad", diría años más tarde Ferrari, que rebautizó la obra: Gracias, Bergoglio permanece rota en una sala del taller de Pichincha, junto a los libros que recortaba para realizar sus collages.
"Los hizo en la época en que no había Photoshop", recuerda su nieta, que integra un poderoso clan familiar. Mientras sus primas Julieta y Paloma impulsan desde Buenos Aires la Fundación Augusto y León Ferrari, su hermana Florencia planea editar libros sobre sus antepasados. "Es un proyecto infinito -dice Anna-. Nunca se termina."