Obra en construcción. Cómo crear un mundo de imágenes
El autor, artista y editor Diego Bianchi comparte en las redes su trabajo con textos inéditos de Mario Levrero
El hashtag anuncia #enprogreso. En la imagen se ve a un hombre recostado con barba larga, sombrero y un maletín en la mano. Parece dormido. A su lado hay una pequeña casa con techo rojo y paredes blancas. ¿Estará soñando? El video, de realización casera, dura apenas un minuto. Tuvo cerca de 1500 reproducciones en Instagram y otras tantas en Facebook. Forma parte de un trabajo en proceso de Diego Bianchi: un libro ilustrado con textos inéditos de Mario Levrero, que el sello Pequeño Editor, del que Bianchi es fundador, publicará antes de fin de año. Es la primera vez que el autor e ilustrador decide mostrar en las redes sociales la trastienda creativa de unos de sus libros.
Los textos de Cuentos cansados fueron escritos por Levrero (Montevideo, 1940-2004) para su hijo Nicolás como material de lectura a la hora de dormir. Cuenta Bianchi: “Es un personaje que le cuenta a su hijo un cuento protagonizado por alguien que siempre está muy cansado. Los personajes de los distintos relatos se quedan dormidos en algún lugar y eso genera situaciones muy risueñas y ocurrentes, que me dan pie para armar un imaginario amplio a partir de esa y otras obras de Levrero. Leí diferentes textos suyos, que provienen de sus variados intereses: desde la astrología hasta la literatura autobiográfica”.
Por sugerencia de su hija, que estudia cine y video, Bianchi filmó un video corto de su trabajo en progreso y lo compartió con sus seguidores de Instagram y Facebook. Para su sorpresa, fueron miles los que lo vieron y le dejaron comentarios positivos. “Tengo desde hace un tiempo una fan page en Facebook, donde muestro algunos dibujos propios y trabajos que hago con alumnos de talleres. Ahora la vinculé con mi cuenta de Instagram, que da la posibilidad de publicar videos de un minuto. Uno tiene que encontrar la manera de mostrar, en ese minuto, algo que pueda generar interés del espectador. Mostré el momento de trabajo concreto sobre una de las láminas del libro de Levrero. Además, fue una experiencia casi en tiempo real. Pinté y al momento estaba mostrando al público lo que había hecho. Me sorprendió el interés: comprobar que hay gente del otro lado de la pantalla interesada en ver cómo uno construye lo que luego se verá impreso en el papel”, dice el dibujante, que fue uno de los candidatos argentinos al premio de literatura infantil Hans Christian Andersen en 2016.
Como artista visual, a Bianchi le seduce la idea de exhibir al público el proceso más que el resultado: “A mí me interesa exponer algo que no es el trabajo terminado. En algunas ocasiones he mostrado el trabajo final junto con el proceso que recorrí para lograrlo. En definitiva, eso es lo más importante de mi trabajo”. No es más que una manera de contar, sin palabras, cómo crea los personajes y las escenas. “No muestro todo. Por ejemplo, aparece una mano pintando un objeto. Pero detrás de ese pincel hay otra etapa de trabajo previo, que no se ve. Me costó mucho llegar a esos personajes. Hay dos evoluciones dentro del pequeño camino creativo. Una es la técnica y otra es la búsqueda de los personajes, que son como una máscara para los actores que van a protagonizar la historia”.
En este caso, al trabajar sobre un texto ajeno, Bianchi fue buscando “un hilo” que lo guiara a rescatar el espíritu del relato original. Al mismo tiempo, se propuso construir un imaginario del relato visual que le permitiera sentirse conforme con la obra. “Siempre que trabajo necesito disfrutar de lo que hago. Y a la vez encontrar las relaciones, un complemento de lo que dice el texto. También necesito encontrar en el imaginario del escritor una correspondencia con mi imaginario. Ahí empiezan a interactuar mis experiencias con el universo del autor y a construirse un relato visual en correspondencia con lo que me sugiere ese texto”.
¿Qué le inspiraron los cuentos cansados de Levrero? “Como aparece un padre y un hijo, no puedo representar otra cosa que no sea alguien leyendo un libro a otro. Pero no me gusta ser tan lineal; me gusta incluir un poco de fantasía. El texto habla de un padre y un hijo, no dice que son seres humanos. Yo no quiero dibujar siempre personas y amo los animales. Entonces, decidí invertir la idea de la fábula: el padre y el hijo son dos pájaros. Uno adulto que lee al pequeño. En La novela luminosa, Levrero habla sobre las palomas y por eso estuve a punto de dibujar dos palomas. Pero en un retrato que hice del autor, no para publicar sino para mí, Levrero parece un tero. Y así se me ocurrió dibujar teros, un ave emblemática del Uruguay, con plumaje gris y una postura siempre erguida. Levrero era muy alto y se describe a sí mismo con una personalidad irritable. A mí, el grito del tero me irrita. Hay un tero a la vuelta de mi casa que me despierta todas las mañanas con un grito muy molesto”.
Una vez resuelta la cuestión de la morfología de los personajes, a Bianchi le preocupaba cómo vincular sus dibujos con el texto. “Cada cuento arranca con el diálogo entre padre e hijo, y luego viene la historia, que siempre tiene a un hombre como protagonista. Ahí ya no puedo poner un tero, un puma ni un rinoceronte. Entonces, en unas páginas aparece lo que está narrado en el cuento y en otras, la ensoñación, lo que el personaje sueña cuando se queda dormido”.
Uno de los textos cuenta la historia de un hombre que se queda dormido sentado adentro de un paraguas. En la imagen creada por Bianchi se ve una cafetera largando humo, una taza flotando, como si hubiera habido una inundación. “El texto es absurdo: dice que el paraguas se llena de agua y que el personaje se está por ahogar. Cuando se despierta, sale del paraguas, lo levanta y se termina de mojar de pies a cabeza. Eso, para mí, es el sueño”, interpreta Bianchi.
El primer cuento que ilustró marcó la línea estilística de los personajes a desarrollar. “Trato de crear un tempo en el relato visual que se corresponda con el tempo del relato textual, no quiero romperlo intercalando imágenes. Por eso hay doble páginas mudas, sólo con ilustración”.
Prueba y error
Encontrar la técnica adecuada para trabajar fue también una gran preocupación para Bianchi: “Me costó encontrar la técnica y la estética para este libro. Mi mayor problema era cómo iba a plasmar los personajes. Otra cosa que me preocupa siempre es que no me gusta repetirme; quiero que se note la firma, el estilo, pero no quiero repetir lo que ya hice en otro libro”.
Fue por eso que pasó cerca de cuatro meses probando técnicas para las ilustraciones. “Tenía claro que quería que mis dibujos tuvieran un espíritu gráfico y como en mi libro Rompecabezas, una impronta vinculada a lo pictórico. En ese libro trabajé con acrílico y espátulas y en éste, con témperas, pincel y plantillas. Usé el sistema de monocopia: dibujo el personaje en un acetato, recorto la figura o una zona del personaje, lo pinto y luego lo plasmo a presión, como un sello. Es único. Así voy construyendo por segmentos. Me lleva mucho tiempo construir una imagen, es un trabajo muy artesanal, con recortes”.
El formato del libro es de 18 cm x 24 cm y los originales tienen esa misma medida. “Eso me permite controlar el proceso, más que si hiciera grandes originales. En esas plantillas de acetato voy pintando los colores que quiero imprimir como sello. De ahí, obtengo un resultado gráfico y a la vez pictórico. No puedo controlar el trazo del pincel ni la presión del sello sobre la hoja ni lo que absorbe el papel. Eso da una textura diferente cada vez. Esta técnica me permite rescatar un valor expresivo de los personajes que no sería el mismo si lo dibujara y lo pintara todo con un pincel. No tener control sobre el proceso me genera un vértigo y una incertidumbre muy interesante porque voy descubriendo un camino nuevo a medida que avanzo con el trabajo”.
El primer personaje que probó parecía un deshollinador de una película de terror. Quedó descartado enseguida porque el espíritu del libro no es para nada inquietante. Es absurdo y tiene humor. “Tuve que reconstruirlo para hacerlo más querible, amable, más cerca del imaginario de los chicos. En conjunto, todo el libro tendrá una estética de la Montevideo de los años 50, que es una estética muy ligada a Levrero. Todavía no sé si en las páginas finales aparecerá algo de la arquitectura de la ciudad, pero sí imaginé los personajes transitando esos escenarios. También porque a mí me gustaría usar sombrero, sobretodo largo y bastón. Como no estamos en esa época, los dibujé”.
Textos inéditos
Bianchi llegó a ese material inédito a través de una amiga uruguaya, la escritora Helena Corbellini, que era muy amiga de Levrero. “Ella hizo una tesis sobre su obra y a través de ese trabajo accedió a todos su textos. Así encontró Cuentos cansados. No sé si él lo pensaba publicar. Me lo contó porque sabía que me gusta Levrero como escritor y como personaje y también porque me gusta ilustrar. Jorge Mario Varlotta Levrero, su nombre completo, es un escritor que me interesó primero como persona. Son dos escritores en uno: Jorge Varlotta y Mario Levrero. En la Argentina conocemos a Jorge Varlotta, aquel que hacía crucigramas en revistas como Fierro. Es un personaje particular que sabía mucho también de astrología. Hace un tiempo empecé a leer La novela luminosa, una interesante autobiografía novelada. Lo conocí hace muchos años (en los 90) por intermedio de Elvio Gandolfo, un gran escritor que ha triangulado entre Rosario, Buenos Aires y Montevideo. Nos encontramos los tres en Colonia, donde yo estoy instalado, y lo llevamos con Elvio a pasear por la ciudad. Ahí me enteré que Levrero era Varlotta. Tiempo después, Levrero muere (en 2004) y yo seguí leyendo sus libros”.
Hacía tiempo que Bianchi tenía ganas de trabajar en un texto del uruguayo para publicar en Pequeño Editor. Es una novedad que este sello independiente dedicado al público infantil, que Bianchi fundó y dirige junto con Ruth Kaufman y Raquel Franco, publique un libro de autor como Levrero. “En general, hacemos una puesta en valor de autores que no son consagrados. Esa fue nuestra apuesta de inicio. Ahora estamos viendo la posibilidad de volcarnos hacia otras figuras vinculadas a la literatura, como el caso de Levrero. Nos gusta dar un paso más allá y encontrar un perla como este texto que nunca se publicó. Estuvimos revisando la obra de varios autores consagrados y encontramos que hay textos que nos gustaría publicar porque tienen el espíritu de la línea que buscamos: el imaginario compartido entre el adulto, el niño y el escritor. Para explorar nuevos caminos y reformular la propuesta”.
Autor de Rompecabezas, Abecedario y Con la cabeza en las nubes, entre otros títulos publicados por Pequeño Editor, Bianchi continúa subiendo videos en Instagram y Facebook, donde muestra cómo va avanzando en su trabajo. La fecha de entrega del material final (la temida deadline) se acerca. Cuando haya terminado su tarea como ilustrador y haya entregado el original a la imprenta, comenzará otra etapa del proceso de producción: corrección, impresión, armado, distribución. Son pasos de un camino que Bianchi ha transitado muchas veces en su rol de editor. Pero, por ahora, sigue concentrado en sus personajes de colores estampados que se quedan dormidos en cualquier lado y viven situaciones desopilantes en sus sueños.