El derecho a la educación
El campo de la filosofía moral nos ayuda a pensar los conceptos de obligación y restricción. Mientras que este se relaciona con la acción de impedir, la obligación se vincula a la noción de justicia. Marco Aurelio, emperador del Imperio Romano, dictaba que quienes huyen de sus obligaciones sociales son desertores. La educación es un bien social y quien abandona la escuela es un desertor del sistema educativo. Niños y jóvenes tienen la obligación de ir al colegio, y el Estado, de asegurar el acceso a una educación de calidad. Hoy en el país, cada 8 minutos un alumno repite de año o deja la escuela. Estamos ante un sistema fallido.
La antropología social nos alerta sobre la importancia de educarnos. Director en los departamentos de Historia Clásica en Harvard y Yale, Eric Havelok se expresa sobre la herencia genética de la selección natural y la evolución cultural de las sociedades a medida que se urbanizan. Insiste en que la cultura humana no se hereda, sino que se aprende. El desarrollo cultural requiere de personas capaces de comprender lo que leen y manifestarse por medio del lenguaje. En la Argentina, el 46% de los niños de tercer grado no entiende lo que lee y 6 de cada 10 menores de los sectores vulnerables completan la primaria sin comprender un texto. Son analfabetos funcionales.
En la antigua Grecia, la asistencia al gymnasium resultó fundamental para participar de la Grecia cultural. Pero este espacio educativo fue solo para varones no esclavos. Algo similar ocurría en la Roma imperial y, al igual que hoy, muchos niños pobres dejaban la escuela al terminar sus primeros años de estudio, según cuenta el historiador Charles Pietri. En la Argentina de 2022, solo 1 de cada 3 adolescentes de contextos vulnerables termina la secundaria, dice un informe de Argentinos por la Educación.
Solo en la Europa del Medioevo una mujer logra un título académico. En 1239, en la Universidad de Bolonia, la jurista Bettisia Gozzadini imparte la primera clase de derecho. En 1571, una ordenanza de la Iglesia sueca establece la necesidad de contar con un sistema escolar para educar a niños varones y mujeres en el arte de la lectura y la escritura. Sin dichas habilidades, el país no se beneficiaría del comercio. De a poco la mujer comienza a incorporarse al sistema educativo. En la Argentina de hoy, 7 de cada diez mujeres de entre 18 y 24 años completaron la secundaria; 6 son los varones para igual grupo etario. De los más de 12.000 profesionales que cada año se reciben en nuestras universidades, el 60% son mujeres. La educación es un derecho de todos. Diversos estudios muestran que el impacto de una madre instruida incrementa significativamente el bienestar de su descendencia. En un trabajo de 2013, Kornrich y Furstenberg encuentran evidencia de beneficios intergeneracionales. Los hijos de una madre educada serán mejores padres, tomarán mejores decisiones de inversión a la vez que aumentarán sus capacidades analíticas. Un metaanálisis llevado a cabo por Kiross y colegas en 2019 muestra que en relación con una madre sin educación formal alguna, la que completó la primaria reduce en un 28% la mortalidad de sus hijos al nacer y en un 45% si es que finalizó la secundaria. El porcentaje se incrementa entre las que completaron un ciclo superior. La educación nos resguarda.
Las tasas de graduación terciarias en el país son bajas para un mundo tecnológico-productivo que demanda mayores competencias y saberes. Según un informe de la OECD, hoy uno de cada dos jóvenes de entre 25 y 34 años en los países desarrollados ha completado el nivel terciario, el doble que en nuestro país. El bajo nivel de capital humano de nuestra población refleja nuestra incapacidad para universalizar la educación secundaria completa, donde los niveles de deserción de los sectores vulnerables, como dijimos, son alarmantes. Como consecuencia, el pasaje hacia estudios superiores se restringe y la movilidad social ascendente para este grupo resulta limitada. La pobreza avanza.
Los beneficios de educarse son múltiples. La educación actúa como escudo protector contra el desempleo, la pobreza y la marginalidad; ese escudo se hace más resistente a medida que los años de instrucción se incrementan. Algún biólogo podría decir que la educación previene, que provoca en la sociedad una suerte de inmunidad de rebaño. Aun quienes no hayan podido educarse son abrigados por quienes sí lo han hecho. Nosotros agregaríamos que al educarnos dejamos de ser rebaño para convertirnos en seres libres y pensantes.
La Argentina de fines del XIX comprendió la necesidad de formar a ciudadanos capaces de desarrollarse y ser parte activa de la vida social y política, tomar decisiones y definir el rumbo de un país que estaba en plena formación. La educación resultó fundamental para el ejercicio de tales derechos. Durante el gobierno de Julio Argentino Roca se promulgó la ley 1420 de educación común. La educación primaria pasó a ser gratuita y obligatoria para niños y niñas. En 2006, la ley 26.206 estableció 13 años de instrucción obligatoria.
Obligar a educarse no es restringir libertades, sino otorgarle al ciudadano el derecho a pensar por sí mismo y que así decida su propio destino y el de la nación. La educación se propone ineludible para fortalecer ese escudo que nos defienda de las arbitrariedades y manipulaciones. Afirmaba Sarmiento que la educación “civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización”.
Moskovits es economista senior de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas; Rabossi, doctor en Educación, profesor del área de educación de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella