Obama y Francisco, de igual a igual
Al anoticiarme de la visita del presidente Obama al papa Francisco, no pude dejar de recordar unos versos que una amiga me había dado a leer. Eran de su madre, Perla C.M. de Gianella, y fueron publicados en el libro El bastión de los ángeles , de 1983: Desde el bastión de los ángeles/ siento el rumor de trompetas anunciando/ tu presidente negro/ y mi papa americano . Al leerlos, mi sorpresa fue mayúscula, y no era para menos: generala doble. Ahora, el presidente negro y el papa americano van a encontrarse. ¿Para qué? ¿Cuál es el sentido de esta entrevista que tendrán mañana?
Las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado norteamericano, en particular entre pontífices y presidentes, han tenido sus más y sus menos, como toda historia humana. Si bien los presidentes nombraron representantes personales ante la Santa Sede, ellos no tuvieron el rango de embajador sino hasta la revolución conservadora alumbrada por Ronald Reagan, debido al recelo social que los wasp (blanco, anglosajón, protestante) han albergado tradicionalmente respecto de los católicos.
El clima religioso del país, en efecto, durante un largo tiempo mantuvo el prejuicio de considerar incompatibles a los católicos con la puntillosa separación entre religión y política conocida como el Muro de Jefferson. Era un prejuicio que, a la luz del magisterio preconciliar, tenía sus fundamentos. Pero desde la era de Reagan, el Concilio Vaticano II, y antes de él la presidencia del católico John Kennedy, el antipapismo pasó a ser considerado historia antigua. Sin embargo, a partir de las nuevas realidades, cabe preguntarse si eso es tan así.
En una mirada global, hay que diferenciar tres grandes áreas: la bioética, la social y la internacional. En los Estados Unidos, durante décadas, los católicos votaron mayoritariamente (60 o 70%) al Partido Demócrata, más próximo a los intereses de las clases medias migratorias de los irlandeses y latinos. Pero desde que los fundamentalistas se abrieron camino en la vida pública, y aunque sin identificarse con ellos, la Iglesia vio allí un resquicio.
Desde entonces, el voto católico buscó orientarse hacia el Partido Republicano, que parecía ofrecer mejores garantías a ciertos valores sensibles de la doctrina moral de la Iglesia, como la sexualidad humana y el derecho a la vida. Pero en la llamada cuestión social, en cambio, el ceño fruncido de los obispos remite a un punctum dolens indicativo de problemas.
En la vida cristiana, también en la del Papa, hay dos fases: amar el bien y rechazar el mal. Blanco y negro. Es lo que Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas, conceptualizaba como las dos banderas. En este sentido, algunas ideas que el papa Francisco ha expuesto, por las que recuerda las exigencias sociales de la fe cristiana, provocaron algunas toses nerviosas en el Tea Party, donde conviven diversas corrientes, no sólo conservadores, puesto que están allí también algunos libertarios.
Aunque ya se sabe que, en cierto punto, derecha e izquierda tienden a confundirse, ellos representan la herencia, en materia económica, de Moral Mayority y Christian Coalition, los núcleos más fundamentalistas alineados con lo que Juan Pablo II llamaba el capitalismo salvaje.
De otra parte, el Papa ha puesto una pica en Flandes notificando al establishment conservador y liberal -pero también al Secular Humanism, que ha influido notoriamente en las filas demócratas, especialmente mediante la Gender Theory- que el reino que intenta construir la Iglesia expresa una antropología donde la persona es el centro, y que no está dispuesto a subordinar ese concepto a los arbitrios ideológicos, o peor, a los intereses políticos y económicos.
La cuerda termina de tensarse si se advierte que una instancia ética como la que representa el pontificado es especialmente importante cuando aparece en el horizonte una suerte de nueva religiosidad, el transhumanismo, en el que algunos han querido ver un potencial destructor de la naturaleza humana muy superior incluso al del mismo marxismo, azote de las creencias religiosas a lo largo del siglo XX. Un inquietante escenario transhumanista es el que describe el reciente best-seller Inferno , de Dan Brown.
Pero hay en el Papa una nota diferencial que no es menor, porque le otorga un arma mucho más poderosa. El recuerdo de Juan Pablo II como abanderado de la implosión del comunismo, cuando se vino abajo como un castillo de naipes la ideología más blindada de la historia, es un ejemplo de que Francisco no está hablando en broma.
Francisco no se mueve exclusivamente con una perspectiva de poder, sino que procura expresar un querer divino así en la Tierra como en el cielo. Está claro: no sólo en el cielo. La salvación tiene un carácter cósmico; como el pecado, afecta a todas las realidades del mundo y no sólo a la intimidad de las conciencias. Juan Pablo II y Francisco han tenido distintas agendas y han atendido a su respectivo contenido.
Francisco (como antes lo hizo Juan Pablo II hacia la izquierda) ha dicho a la derecha que la Iglesia no se conforma con hablar de los ángeles y que el cristianismo es algo del más allá que comienza en el más acá; si bien culmina en el otro mundo, se realiza en éste. Ése fue el aporte que el actual papa valora en las teologías de la liberación y que tanto asusta a los conservadores norteamericanos.
Ahora están claras dos cosas. Primero, que a partir de su increíble impacto mundial, Francisco ha superado el liderazgo del propio Obama. Segundo, que Francisco no es Superman, pero tampoco es el abuelito de Heidi.La administración Obama ha tomado nota de ello. Esta entrevista lo verifica.
Cuando León XIII dio a luz la encíclica Rerum Novarum , algunas señoras gordas pensaron que el papa se había vuelto comunista y empezaron a rezar por su conversión. Cuando Pablo VI publicó la Populorum Progressio , en Wall Street dijeron que era marxismo recalentado. Con Evangelii Gaudium volvemos a las andadas. El Departamento de Estado ha prestado atención a ese chisporroteo republicano y se propone aprovechar el desconcierto para adelantarse a sacar a bailar a la más linda.
Así como hubo una cierta empatía entre Kennedy y Juan XXIII, que fue más evidente entre Juan Pablo II y Reagan, hay quienes han comenzado a identificar a Obama y a Francisco como un solo corazón. Papas y presidentes no pensaron lo mismo, pero supieron establecer acuerdos.
En cualquier caso, hablar de alianzas responde una mirada apresurada y entusiasta de cierto socialismo liberal o liberalismo de izquierdas. El actual presidente no es como el cuáquero Nixon o el bautista Carter o el episcopaliano Bush. Para el presidente norteamericano, la fe es como el jazz: informal, ecléctica y, aunque suele tener un leitmotiv, lo más rico está en la improvisación de una jam session . La religiosidad de Obama es antitradicional y sincretista, y por lo tanto muy alejada de criterios morales inconmovibles. Él prefiere la religión civil del Manifest Destiny, pero en su versión jazzística.
El Muro de Berlín ha sido abatido. ¿Qué pasará con el Muro de Jefferson? Francisco, el abuelito sin misiles de los zapatos viejos, ha revalidado títulos para sentarse a discutir de igual a igual con los grandes poderosos del mundo. Habrá que ver hasta qué punto Obama está dispuesto a canturrear: "Abuelito, dime tú..."
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