Obama, Cuba y la larga era bolivariana
MONTEVIDEO.- No cayó el Muro de Berlín, pero algo está pasando. Quienes comparan la reanudación de relaciones entre Estados Unidos y Cuba (y el eventual levantamiento del embargo) con aquel hecho histórico de 1989 olvidan que en aquella ocasión cayó también un régimen despótico y totalitario. No pasó así ahora.
El fracaso de la estrategia a la que aludió el presidente norteamericano, Barack Obama, refería a que por esa vía no habían logrado terminar una dictadura. Quizás ahora sí lo logren. Una apertura implica abrir ventanas, dejar entrar aire. Y es posible que eso genere añoranzas de libertad en un pueblo no sólo sometido, sino también anestesiado. Muchas cosas pueden ayudar a derribar un régimen autoritario, pero una sola es decisiva: la presión puesta por el propio pueblo.
La movida de Obama es interesante, además, porque el contexto latinoamericano ha estado cambiando. No mucho y no donde algunos quisieran que cambie. Pero hay cosas que ya nada tienen que ver con las que revolvían al continente en 1999, cuando Hugo Chávez comenzaba su largo reinado.
Con su llegada, comenzó un período en que una parte de América latina se fue alejando de aquel entusiasta vuelco hacia la democracia que se inició en la década de los 80. Este alejamiento no fue para volver a los regímenes castrenses, sino para crear nuevas formas de autoritarismo legitimadas por los votos.
Es temerario sostener que la oleada bolivariana que desde Venezuela contagió a Ecuador, Bolivia, Nicaragua y tal vez rozó a la Argentina es de izquierda. Quisieron que lo parezca, pero ni Chávez ni Rafael Correa han sido de genuina izquierda, y Daniel Ortega hace rato que dejó de serlo. Por su histrionismo y su retórica, su nacionalismo patriotero y militarista, el venezolano más bien evocó parecidos a Benito Mussolini.
Chávez murió y su sucesor Nicolás Maduro no la tiene fácil. Heredó un país con graves problemas, que derrochó reservas y ahora afronta una baja del precio del petróleo que no hará más que aumentar las tensiones. Cuba ya no puede recostarse en la Venezuela generosa de Chávez. La situación no le permite a Maduro hacer caridad.
Pese a todo, los presidentes autoritarios siguen siendo reelegidos. Sucedió con Correa y con Evo Morales. Nadie se anima a pronosticar qué sucederá en la Argentina. Cristina Kirchner no podrá ser reelegida pero tratará de encontrar alguna forma de continuidad. Dilma Rousseff volvió a ganar en Brasil y el Frente Amplio, en Uruguay.
Es cierto que tanto en Brasil como en Uruguay los nuevos gobiernos anuncian, en lo económico, gabinetes prudentes. Se preparan para lo que se viene. Ya en Ecuador, Correa venía tomando medidas que hubieran espantado a Chávez. Pero sigue gobernando con su estilo patotero y autoritario.
Es posible que la oleada bolivariana que empezó hace 15 años sufra modificaciones que surjan de su propio seno. Los procesos sufren sus ciclos y luego desaparecen. Pero el actual ciclo de dictadores votados viene siendo largo y su desaparición no está asegurada. Sólo se vislumbran cambios mimetizados, protagonizados por los propios responsables. Tal vez una estruendosa partida de Maduro modificaría esa sensación. Pero pese al mal clima que se vive en Venezuela, él sigue aferrado a su silla.
La oleada bolivariana melló las convicciones democráticas de muchos latinoamericanos (si es que alguna vez las tuvieron) hasta tal punto que poco les importa si hay genuinas instituciones detrás de estos gobiernos. Instituciones que garanticen las libertades, el respeto a las minorías y formas de contralor a quien ejerce el poder.
Por eso se protesta poco cuando se acomete contra la libertad de prensa. Hay gente que cree que es una libertad que pertenece a otros, que no le concierne y prefiere vivir con el relato oficial antes que saber lo que de verdad ocurre.
El modo en que se celebró el acuerdo logrado entre Obama y Cuba confirma esta tendencia: para esta forma de entender el mundo, es bueno que haya paz entre ambas naciones, es loable que Cuba haya resistido el largo embargo comercial. No se pretende que caiga la dictadura y nadie se solidariza con los perseguidos, los presos políticos, los disidentes que viven en la isla. Sin embargo, es posible que la sola decisión traiga cambios en la única dirección posible: la de una mayor apertura que abra espacios de libertad.
El autor, periodista, es columnista político del semanario uruguayo Búsqueda