Nunca se paró sobre el pedestal de la arrogancia
Hace muchos años que me une a Jorge Bergoglio una profunda y sincera amistad. Mantuvimos conversaciones fluidas que nos enriquecieron espiritualmente. Nunca utilizamos eufemismos, forjamos un léxico directo y transparente. Escribimos un libro con nuestros diálogos acerca de todos los temas que conciernen al hombre, y acerca del Creador. Me ha elegido, por otra parte, para prologar el libro que narra su vida. Compartimos momentos de regocijo y de dolor. En su despacho, entre las fotos de sus seres queridos, colocó una en la que se nos ve juntos. En mi despacho se halla encuadrado el mensaje que brindó a la comunidad Benei Tikva en ocasión de compartir un momento de oración muy especial, con su dedicatoria. Grabamos el ciclo televisivo: "La Biblia, diálogo vigente". Y tantas cosas más. Siempre nos preguntábamos: "¿Qué más hacer para encender chispas de espiritualidad en nuestro derredor?"
Los profetas guiaban nuestros análisis sociales. Sabíamos que debíamos emitir un claro mensaje, con nuestras palabras y acciones. Entendimos bien que allí donde hay iniquidad, injusticia social y desprecio del individuo se mancilla la imagen de Dios. Siempre nos guió el concepto bíblico de que el hombre es la imagen del Creador sobre la faz de la Tierra. Que se comienza a orar a Dios a través del respeto al prójimo.
Bregamos por señalar mediante nuestros encuentros que sólo a través del redescubrimiento del sentido del diálogo profundo, comenzaremos a hollar una senda de cordura, paz y espiritualidad. En medio de una realidad llena de suspicacias, segundas intenciones y prejuicios, caminamos juntos, acentuando todo aquello que nos une y sabe hacernos más humanos. Reprobó duramente expresiones de antisemitismo y fundamentalismo de todo tinte. Definió con claridad la peculiaridad del drama de la Shoá.
La expresión "hermano mayor en la fe" no fue nunca una mera fórmula en sus labios y esquelas. En sus silencios, y mucho más a través de sus gestos, me ha demostrado el profundo sentido que le daba a la misma.
Su compromiso con el diálogo interreligioso y el profundo respeto por los diversos credos se manifestaron en múltiples ocasiones.
Conozco su humildad, inspirada en el profeta Miqueas, cuando dice que más allá de toda ofrenda, lo que Dios espera del hombre es hacer justicia, amar la piedad y caminar con humildad junto a Él. Nunca lo vi pararse sobre el pedestal de la arrogancia. Coincidimos que el título no dignifica a la persona, sino la persona al título. Que el respeto auténtico no se adquiere por imposición sino a través del duro camino del reconocimiento del otro de las virtudes que uno demuestra poseer.
Hoy lo he visto salir al histórico balcón del Vaticano ungido Papa. Recordé las veces que hablamos acerca del papado, del significado del liderazgo espiritual. De la fortaleza y el valor que deben caracterizar a un líder. Del enorme desafío que significa elaborar un profundo mensaje espiritual en el seno de una realidad vaciada de valores, escéptica, frustrada y, sin embargo, tan dramáticamente necesitada de fe. De las falencias en la Iglesia y las rectificaciones que debían hacerse. De lo arduo de la tarea y sus enormes desafíos.
¡Cómo nos venía a la mente, entonces, el imperativo de Dios a Josué: "Sé fuerte y valeroso"!
Hoy es su turno de actuar con toda la fuerza espiritual adquirida a través de una vida que sabe de la introspección, la oración y el compromiso. Aquella fuerza, que al decir del profeta Zacarías, no se halla en las huestes, ni en el poder físico, sino en el espíritu de Dios. La fuerza que perdura en el tiempo, la lozanía que no marchita con los años, tal como describe el Deuteronomio la figura de Moisés, aún en su último semblante.
A partir de hoy, millones de personas pondrán sus miradas en él y mantendrán en alto la esperanza de que su guía habrá de traerles paz y sosiego a sus existencias. Su palabra tendrá eco en la mente de muchos líderes de pueblos y naciones. Es el tiempo de su voz.
Y si flaquea, por temor a Dios o por dudar de si ha de poder cumplir plenamente con el mandato de tamaña tarea, ojalá tenga presente, como le solía decir en nuestras despedidas, que estará por siempre en mis oraciones. Y junto a mí, sin dudar, en la de muchos, muchos más.
© LA NACION