Nunca más un loro
"Alberto me llevó a volar por primera vez en helicóptero".
(De Dylan, el perro presidencial, en su cuenta de Instagram.)
La anécdota no es nueva, pero tiene el valor de que nadie nos la contó: estábamos ahí para dar fe del relato. Cuando era presidente, Carlos Menem tenía un pájaro de la India, bautizado Negro. Un bicho hablador como pocos y un gran imitador de la voz humana. Sabía decir "River campeón" y silbaba la marcha peronista con una entonación admirable. Absorbía todo lo que le enseñaban y lo que no también. Copiaba hasta los estornudos, pero lo más incómodo era que decía muchos insultos y piropos subidos de tono. Cuando Menem recibía oficialmente alguna comitiva, el pájaro era retirado de la escena o le tapaban la jaula con una manta.
Un día despistó a un funcionario del gobierno. Menem se estaba bañando. El hombre golpeó a la puerta de la casona. "¿Quién es?, ¿quién es?", escuchó. "Carlos, soy yo", insistía el visitante creyendo que Menem no lo oía. Era el pájaro, que había aprendido a imitar la voz del amo.
Resulta muy entendible que la mayoría de los jefes de Estado prefieran perros antes que aves parlantes. Así evitan el papelón de que el bicho revele lo que dicen cuando se les suelta la lengua en la intimidad del hogar. Gracias a las redes sociales, las mascotas del poder hoy cuentan solo lo que los políticos quieren que se sepa. No solo Dylan, el perro de Alberto,tiene una cuenta en Instagram donde relata que viajó por primera vez en helicóptero y que conoció el mar. También las tienen Prócer y Kaila, los hijos de Dylan. Todos "se manifiestan" muy felices de compartir sus vidas con el compañero Alberto.
Salvo el amargo de Trump, que nunca permitió el ingreso de mascotas a la Casa Blanca, se hicieron famosos los perros de Macron (Nemo), Putin (Koni, Yume y Buffy), Obama (Sunny y Bo), Rajoy (Rico), Trudeau (Kenzie) y, entre nosotros, los caniches de Perón (Canela, Tinola y Puchi), el can bolivariano que el hermano de Chávez le regaló a Cristina (Simón) y Balcarce, el perro que Macri sentó en el sillón presidencial, pero que en realidad no era de él, sino de una funcionaria que terminó adoptándolo porque parece que no tenía buena relación con el gato de la casa y que exigía firmar decretos de lo agrandado que estaba.
Junto con Biden, acaban de ingresar en la Casa Blanca Champ y Major, dos ovejeros alemanes. El Servicio Secreto se prepara ahora para escuchar otro tipo de ladridos.
No hay dudas. Los pájaros son un peligro. Cómo olvidar en los 90 el día en que el Negro le dijo "bicho feo" a la esposa de un diplomático y "charlatán" a un obispo.