Nunca más a la tentación hegemónica
Sabe Dios qué habría pasado si Scioli se hubiera alzado con la presidencia. Quizás habría propiciado la reinserción de la Argentina en el mundo en busca de inversiones. O hubiera atacado el déficit fiscal y la incorporación de militantes a un Estado ya dispendioso. A juzgar por la situación en que dejó su provincia, las perspectivas no resultan tan auspiciosas. Menos aún cuando su nombre integra un espacio rebautizado que, mientras gobernó, pretendió llevarse todo puesto y ahora pelea por los votos.
Otros prefirieron distanciarse para no quedar pegados a una época cuyas secuelas, con sólo mirar el almanaque judicial, no dejan de sorprender. El domingo veremos quiénes seguirán en carrera, pero, en tanto se resuelva esa cuestión, sería deseable que los oficialistas de ayer que quieran curarse en salud aprendieran la lección más provechosa que nos dejaron esos doce años, paradójicamente expuesta por la ex presidenta cuando, al conocerse su ventaja del 0,21% en las PASO, llamó a "poner límites a la concentración obscena del poder".
Se trata de una enseñanza que todo el arco político tendría que asimilar como parte de un consenso básico que nos libre de cualquier tentación hegemónica. A este fin, es necesario que el poder se reparta equilibradamente entre ramas que se fiscalizan unas a otras. Pero a esto debe sumarse la celosa vigilancia de los ciudadanos, dispuestos a hacer valer sus derechos y a premiar o castigar con su voto sobre la base de una decisión responsable.
El peronismo, encerrado en el espectáculo recíproco de sus líneas internas, jamás se llevó bien con estos principios que parecen haber vuelto para quedarse en las predilecciones mayoritarias. Por eso la llamada "década ganada" debería ser vista como una especie de frontera en su historia partidaria, de manera que más y más peronistas los abrazaran no por cálculo electoral, sino por verdadero convencimiento. No creo que exista mejor forma de despojarse de algunos vicios que hoy ahuyentan adhesiones y que resultaron lesivos para su capacidad de movilización.
Las modernas repúblicas representativas fueron creadas bajo la presunción de que generarían gobernantes idóneos para discernir el interés general por encima de las consideraciones facciosas. Sin embargo, no se ignoraba que el efecto podía resultar inverso en la medida en que hombres con "planes siniestros", como decía Madison, consiguieran granjearse el favor del pueblo para luego traicionarlo. De ahí las previsiones que defendía, entre las cuales, cabe señalarlo, se encuentran las elecciones frecuentes que conspiran contra la posibilidad de que, en la mente de los representantes, el recuerdo de su procedencia se desvanezca con el ejercicio cotidiano del poder.
Ojalá tengamos en cuenta estos conceptos. En este caso, es posible que logremos evadirnos de la polarización diciendo nunca más a "la concentración obscena del poder" con sus correlatos de obsecuencia, desprecio por la legalidad y corrupción endémica. Entretanto, el peronismo en general y quienes hayan desertado del kirchnerismo deberían ser más explícitos a la hora de reconocer el lado oscuro de una etapa que los tuvo como protagonistas y como cómplices, aunque más no fuera por omisión, de tanta arbitrariedad.
"A veces, en medio de las batallas, se han oído voces de fauno." A Ortega y Gasset le gustaba recordar este pasaje de Cicerón alusivo a esos seres mitológicos que, desde el fondo de las selvas, ululaban vaticinios. En medio de nuestras actuales batallas, no hacen falta vaticinios que pronostiquen lo obvio: tarde o temprano, el kirchnerismo quedará reducido al aislamiento. ¿Ocurrirá lo mismo con su forma de concebir y ejercer el poder? ¿Podrá nuestra democracia fortalecer de tal modo sus instituciones para frenar todo nuevo intento de monopolizar la representación de los ciudadanos? El peronismo tiene una enorme responsabilidad en este desafío. Los presagios dependerán de sus próximos pasos y de cuántos de nosotros continuemos cultivando el escepticismo.