Nuevas y viejas derechas: híbridos ideológicos, pragmatismo y carisma
Mientras continúan las entendibles repercusiones por el triunfo de Alternativa para Alemania en Turingia, se acentúa la polémica sobre la fortaleza, los atributos y el eventual impacto de mediano y largo plazo que los movimientos de la nueva extrema derecha tendrán sobre los sistemas democráticos de Occidente. Esto se vincula con el debate político argentino, donde tiende a consolidarse el liderazgo de un Javier Milei que, hasta ahora, demuestra en la práctica una combinación singular de elementos tradicionales de la vieja derecha con otros aggiornados e incluso relativamente vanguardistas para nuestro acervo cultural. Se trata de un híbrido entre heterogéneo y contradictorio, según el tópico de referencia y la hora del día: sus tuits nocturnos muestran su cara más despiadada. Conviene recordar al neurocientífico Matthew Walker: “El mejor puente entre la desesperación y la esperanza es una buena noche de sueño”.
El crecimiento de partidos y candidatos de la “nueva derecha” constituye un hecho irrefutable. Algunos observadores lo consideran parte de un proceso de reversión democrática relacionado con el cuestionamiento a algunos de los valores o principios hasta ahora considerados fundamentales, como la tolerancia frente a la diversidad étnica y religiosa, ligada en particular a la inmigración. Otros rescatan que se trata de fuerzas que compiten dentro de las reglas del juego existentes, que no buscan en principio reinventarlas y que canalizan demandas e intereses que el resto de sus competidores habían ignorado, con lo que se evitan o se limitan los problemas de representación a los que se hace frecuente referencia.
Si amplios sectores del electorado apoyan a un candidato determinado, participan del proceso político y se involucran en el debate de ideas… ¿El sistema como tal es más fuerte o más débil? Puede que al establishment político “dominante” los valores que estos grupos defienden les parezcan erróneos o descabellados. ¿Acaso no pasaba lo mismo a fines de la década de 1960 y comienzos de 1970 con la cuestión ambiental o hace un siglo con los derechos laborales y la ampliación del voto a las mujeres? Si se respetan la letra y el espíritu de las normas que garantizan las libertades individuales y el pleno ejercicio de la democracia, bienvenidas sean las corrientes de aire fresco que oxigenan el debate de ideas y políticas, más allá de su origen o su componente ideológico.
Es cierto también que en varios casos recientes las fuerzas de derecha sufrieron fracasos o retrocesos: España, Francia, Australia y, sobre todo, el Reino Unido, donde el Partido Laborista acaba de lograr un triunfo histórico. Más aún, ajustado por población y PBI, en nuestro continente predominan los gobiernos “progresistas” (de norte a sur: Canadá, Estados Unidos, México, Colombia, Brasil y Chile). Sin embargo, no pueden negarse la resiliencia y la profundidad del “fenómeno Trump”, que excede la polémica personalidad de su líder (que le permitió recuperarse de su dura derrota electoral de hace cuatro años). Lo mismo puede afirmarse de Bukele, Bolsonaro y el propio Milei. Todos estos líderes comparten un elemento: carisma y facilidad para comunicar sus ideas a un electorado muy amplio.
Un atributo relevante de las nuevas derechas es el cuestionamiento frontal a los excesos de la “cultura woke” o “progre” en la que muchas democracias cayeron en las últimas décadas. Esto genera fuertes tensiones en la campaña electoral en los Estados Unidos, en especial por las protestas en contra de Israel que se generalizaron en varios campus de prestigiosas universidades y que parecen reiniciarse con el retorno de las clases, si bien en la convención demócrata en Chicago las manifestaciones propalestinas fueron mucho menos masivas e influyentes de lo que se esperaba. Es indudable que algunas políticas de “acción afirmativa” tuvieron efectos no deseados: fallos de la Justicia obligan a instituciones como el MIT a revisar los criterios de admisión, abandonando las polémicas cuotas para determinadas minorías.
Más controversial y preocupante es reivindicar el pasado autoritario de líderes o experiencias traumáticas históricas, como hacen Vox, con el franquismo en España, o las formaciones neonazis con el negacionismo del Holocausto. Una polémica que salpica a La Libertad Avanza, a la luz del escándalo por la visita de diputados de esa fuerza a la cárcel de Ezeiza para entrevistarse con represores condenados por crímenes de lesa humanidad. En parte, esto precipitó el aislamiento de Victoria Villarruel en esta materia por parte del Poder Ejecutivo. Buenas noticias: el consenso en relación con el Nunca Más es más sólido de lo que algunos suponían.
Autodefinido libertario, Milei es el único integrante de esta nueva generación de líderes de derecha con esa inclinación en materia económica. Esta originalidad lo acerca aún más a la familia Bolsonaro: Paulo Guedes, ministro de Economía y la figura más importante de la anterior gestión brasileña, fue el impulsor de atrevidas reformas promercado similares a las que pretende implementar el gobierno argentino. Las ideas económicas de Trump, en cambio, son drásticamente diferentes: rechaza la globalización y el libre comercio, está dispuesto a imponer tarifas altísimas a las importaciones chinas (aunque se mostró comprensivo con TikTok, hasta hace poco objeto de severas críticas por parte de toda la política de su país) y a proteger a sectores de la industria doméstica. Goldman Sachs estimó que, en caso de ser elegido, esto le podría costar a la economía norteamericana casi medio punto de su producto.
Las diferencias con la fórmula republicana son más profundas e incluyen sensibles cuestiones valóricas. Si bien existe coincidencia en rechazar el derecho al aborto, el GOP tiene una postura férrea a favor de la familia, un elemento ausente en la narrativa de Milei. Más aún, J.D. Vance, candidato a vice de Trump, lanzó una severa y riesgosa observación sobre Kamala Harris por el hecho de no ser madre en un país donde en 2023 se vendieron más cochecitos para mascotas que para bebés. Pues bien, ni Javier Milei ni su hermana Karina tienen descendientes humanos.
La conflictiva relación con la prensa es otro elemento característico de la nueva derecha. Milei parece disfrutar de sus diatribas como si no tuvieran costos reputacionales ni electorales significativos (o como si no le importara asumirlos). ¿Se arrepentirá en el futuro? Tal vez sea cierto que, en tanto las demandas económicas predominen en la agenda ciudadana, estas cuestiones pueden pasar a un segundo plano. Pero el mandatario también construye un legado en el que, innecesariamente, ensucia su presidencia con modos típicos de caudillos inescrupulosos y de tiranos de países bananeros: ya no es el candidato que desde los márgenes de la opinión pública buscaba instalarse en las redes sociales y en los medios masivos. Así como admite la necesidad de aumentar el volumen político de su gestión, con innovadores encuentros con legisladores dialoguistas o con el propio Jorge Macri para completar el traspaso a esta ciudad del transporte de pasajeros (cosa que su primo, inexplicablemente, no hizo durante su gestión), debería reflexionar sobre las formas y el contenido acordes con la magistratura para la que fue elegido. Lo mismo ocurre con los negativos y probablemente inconstitucionales cambios dispuestos en relación con el derecho a la información pública, otro error no forzado que implica una regresión de gravísimas consecuencias institucionales y que Guillermo Francos prometió reconsiderar.