Nuevas hipótesis para el fracaso argentino
La democracia y el desarrollo económico son dos objetivos que la mayoría de las sociedades modernas se empeñan en alcanzar. Pero la historia muestra que la armonización de ambos objetivos no ha sido sencilla.
El gran salto al desarrollo económico lo dieron unas pocas sociedades que se caracterizaban por una clase social pujante que controlaba tanto las relaciones de producción como al Estado, que utilizaba para poner el monopolio de su coacción física al servicio de un régimen de trabajo inhumano. Y todo esto bajo la bandera de una ideología (el "liberismo") que decía rechazar la presencia del Estado en los procesos económicos.
Consolidado ese proceso productivo, la relación entre democracia y desarrollo fue tomando diferentes formas. En la Rusia de 1917 se inició un proceso revolucionario que proponía una nueva forma de organización social, la que socializaba los medios de producción al calor de una ideología ubicada en las antípodas del "liberismo". Pero al igual que en el capitalismo primitivo esto se hacía con ausencia de democracia y un Estado que pasaba a manos de actores que controlan tanto lo político como lo económico. Con la diferencia que el desarrollo se hizo esquivo y que la "clase social" que controlaba ambos procesos se ubicaba en las antípodas de la sociedad burguesa.
Por su parte, aquellas sociedades que habían alcanzado el desarrollo económico con la revolución industrial pasaron a armonizarlo con una democracia sólida y duradera; mientras otras sociedades que habían alcanzado la democracia antes que el desarrollo encontraron serios obstáculos para alcanzarlo. La nuestra entre ellas. Veamos.
Hacia 1880 nuestro país es gobernado por líderes que pese a llegar al poder con procesos poco democráticos, lograron muy buenos resultados tanto en lo institucional como en lo económico. Las cosas cambian a partir de la segunda década del siglo pasado, cuando el logro de la democracia a partir de la ley Sáenz Peña coincide con un cambio internacional que pone en jaque el modelo agroexportador. Y desde entonces los gobiernos que se sucedieron no acertaron en una política que llevara al desarrollo económico.
Las hipótesis que buscan explicar ese fracaso son varias; a ellas queremos agregar los desafíos que enfrenta la democracia cuando el conjunto de los ciudadanos se convierten en electores. Comienza entonces un juego poco virtuoso entre representantes y representados, cuando las expectativas de los ciudadanos, convertidas en cultura política y alimentadas por una simplificación de ideologías importadas, ponen en jaque la capacidad de respuestas de la clase política. Expectativas nacidas al calor del éxito económico que nuestro país mostró hasta la Primera Guerra Mundial y que perduran en el subconsciente colectivo. A ello se suma un sentimiento anticapitalista que anida en un sindicalismo dominado por comunistas y socialistas, y del cual el peronismo se va a apropiar con un discurso que dice combatir al capital mientras persigue a las fuerzas de izquierda.
La clase política no supo encauzar esas expectativas hacia un plan económico de largo plazo, y entonces, por incapacidad, por haber incorporado esas ideologías, o simplemente por su afán de ganar elecciones, optaron por ofrecer a los ciudadanos medidas cortoplacistas que sólo sirvieron para el estancamiento económico y la pobreza.
Las frustraciones ciudadanas llevaron a descontentos que favorecieron los golpes de Estado, los que no sólo no mejoraron las condiciones económicas sino que interrumpieron posibles cambios en esa dirección, como ocurrió con el golpe de 1955, que frena la nueva perspectiva económica del Perón de 1952, así como el que derrocara a Frondizi en 1962; en ambos casos con la complicidad de la Iglesia católica, la que siempre tuvo una posición antidesarrollo (es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos), ahora fortalecida con el papado de Bergoglio y sus arengas en favor del "pobrismo".
Y así llegamos a una democracia con estancamiento económico, desvirtuada además por la apropiación del Estado por parte de los "representantes", los que hacen uso de él para: el enriquecimiento ilícito; "lotearlo" para pagar lealtades políticas; crear empleo público innecesario y otras variadas formas de asistencialismo social, con las cuales y al son de un nuevo relato ideológico, compran la voluntad de un número suficiente de "representados" que les garantice su continuidad en el poder.
Sociólogo. Club Político Argentino