De no creer. Nueva fecha patria: el Día de la Cristinidad
Tres ovaciones históricas hubo esta semana, y las tres involucraron a Cristina Kirchner. Ella siempre ha tenido la concupiscencia de los aplausos, porque los ha buscado, los ha encontrado y los ha extrañado. Mi amor, dicen que cuando dejó la presidencia los echaba tanto de menos que una y otra vez recurría a YouTube para escucharse y, sobre todo, para escuchar los estallidos que provocaban sus palabras. Si la abstinencia le provocaba falta de aire, el pulmotor de YouTube se lo devolvía; una terapia casera muy barata en esos tiempos sin tráfico de bolsos.
El amor desordenado por el reconocimiento popular puede hacer estragos en las personas. Un ejemplo perfecto es Alberto, que no tiene un corpus de ideas: tiene tantos discursos como públicos debe enfrentar. Se percibe como un Papá Noel que le regala a cada uno lo suyo. Nunca pregunta qué tiene que decir, sino a quién le va a hablar. Esa generosidad no siempre es recompensada: micrófono en mano acaba de contar que la llama seguido a Milagro Sala, algo que ella, poco empática, negó en forma terminante. Me pregunto si es más grave que el Presidente mienta o que llame seguido a una persona condenada por robar y por ejercer violencia física sobre decenas de personas. Son los dilemas geoestratégicos a los que nos suele conducir Alberto: optar entre Guatemala y Guatepeor.
Nuestro querido profesor es un caso, muy estudiado por la ciencia, de palabra apresurada, versión verbal del gatillo fácil. Sus colaboradores estudian fórmulas asimilables a las pistolas Taser: que todos sus discursos sean leídos (incluso, leídos por otra persona), o hacerlo acompañar por un ventrílocuo, o prohibirles a los auditorios que lo aplaudan, o convencerlo de que entre los incontables dones que ha recibido no está la oralidad. Como que su pase sanitario sería no abrir la boca.
La ovación tributada a Esteban Bullrich después del discurso en el que renunció a su banca de senador fue, probablemente, uno de los momentos más emotivos que haya vivido el Congreso de la Nación en toda su historia. Su lucha contra la ELA y su testimonio de fortaleza resultaron conmovedores; sus lágrimas y la asistencia de su mujer, desgarradoras, y su mensaje final, la invocación al consenso, el mayor alegato antigrieta que un dirigente político haya pronunciado. El recinto lo homenajeó de pie. Salvo Cristina, la única que se quedó sentada. La presidenta de la Cámara y vicepresidenta del país eligió no pararse. Si alguien no lo vio y quiere perder el aire, que lo busque en YouTube.
También Angela Merkel recibió una inolvidable despedida al dejar su cargo de canciller después de 16 años ininterrumpidos. En toda Alemania –calles, plazas, balcones–, el aplauso duró seis minutos. Como es sabido, si alguien se le parece es Cristina. No solo porque va hacia los 16 años desde que llegó con Néstor a la Casa Rosada. Puede hablarse de vidas paralelas: mujeres de carácter que se eternizan en el poder, con una fuerte impronta personalista y obsesión por la estética; Angela gustaba de repetir sistemáticamente la ropa, y Cris, de estrenarse algo cada día. Si no se habla de almas gemelas es por un puñadito de diferencias. “La Dama del Mundo” y su marido tienen un solo departamento y es tan módico que Cris sentiría que las paredes se le vienen encima; al no contar con personal de servicio, cocinaban y hacían la limpieza ellos todos los días; los diarios le llegaban por debajo de la puerta y no por avión; no designó en el gobierno a ningún familiar, tuvo suerte porque zafó del lawfare y más suerte porque la sucede su ministro de Economía, que no intentó quedarse con la imprenta donde se hacen los euros. La excanciller está escribiendo ahora sus memorias, que ya tienen título: Angelamente.
Ayer, la tercera gran ovación de la semana fue para Cristina. Vaya si la merecía: hizo llenar ómnibus que llenaron la plaza, le refregó esa multitud en la cara al conato de albertismo, cotejó su capacidad discursiva con el balbuceo gritón e inconducente del profesor, y convirtió el Día de la Democracia y el Día Internacional de los Derechos Humanos en el Día de la Cristinidad. Genia y figura hasta la… escultura.
Demostración de poder tan contundente como esta del kirchnerismo justifica, creo, la fortuna que costó organizarla. Justifica también lo bravo que se puso Bolsonaro con la invitación a Lula, con el que seguramente competirá en las elecciones del año próximo. Cualquier esfuerzo y contratiempo valen la pena si lo que está en juego es demostrarle a Alberto que es Alberto, y que Cristina sigue siendo Cristina. Ella se movió por el escenario como dueña; él, como inquilino que no tiene los pagos al día.
Pobre profesor, ayer fue notificado de los límites que tiene en la negociación con el FMI. Ayer se enteró de que si convalida el ajuste, la propietaria del espacio estará en la vereda de enfrente y le sacará el pueblo a la calle.
El encendido aplauso que coronó el discurso de la vice fue perfecto. Aunque llevaban horas cantando y bailando, la aclamaron de pie.
A nadie se le ocurrió quedarse sentado.