Reseña: Los nombres epicenos, de Amélie Nothomb
La fascinación de Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) por los cuentos de Charles Perrault no es ningún secreto. En la última década se dio el gusto de volver a narrar dos de ellos sin siquiera cambiarles el título: Barba Azul y Riquete el del copete. Su novela previa, Golpéate el corazón, es en cierto modo un cuento de hadas freudianas y lo mismo puede decirse de su nueva ficción, Los nombres epicenos. La diferencia entre ambas radica en el lugar que ocupa el monstruo dentro de la familia. En la anterior el ser horrendo que abominaba a su hija era la madre; en ésta, es el padre.
Los nombres epicenos es la historia de una joven de provincia que vive sin saberlo entre dos tentativas de venganza, una fallida, la otra exitosa. Con astucia y oficio, Nothomb consigue que el lector adopte el punto de vista inocente de Dominique que, al igual que su siniestro marido Claude y su hija Épicène, tiene un nombre que puede designar a personas de uno u otro sexo, o sea epiceno.La cuestión onomástica no es un asunto menor. Por ejemplo, Claude significa "rengo" en latín, es decir, lo opuesto a alguien recto, y Épicène, cuyo prefijo de origen griego "epi" significa "por encima de", es la que pasa sobre el río Sena (Seine) cuando se ve obligada a mudarse, dejando atrás sus afectos.
Para infundir dramatismo a este cambio de orilla parisina, Nothomb hace un paralelo con el cruce de la laguna Estigia que realiza Orfeo para rescatar a Eurídice. Claro que además de la anécdota mítica este evento tiene un fuerte componente sociológico, por no decir balzaciano, ya que la ambición de Claude es la misma que abrigan unos cuantos personajes de La comedia humana: vivir en un barrio chic de la orilla izquierda.
El estilo de Nothomb, que tanto se parece a una falta de estilo –frases cortas, adjetivos banales, diálogos rasos–, somete la prosa a una depuración que podría hacer creer que la autora es algo aniñada. No obstante, hay en la trama una eficacia técnica –aprendida tal vez de su admirado Stephen King– que incita al lector a devorar el libro en una sentada.
Los episodios se suceden como en una fotonovela, dejando elipsis insalvables entre una imagen y la siguiente; y el final, que llega después de varios zigzagueos, cierra la fábula con solvencia y cierta picardía. De hecho, cuando a modo de coda alguien se le acerca a la protagonista para confesarle que "el secundario era Claude", intuimos que, en una acrobacia metaliteraria, Nothomb le está contando al lector un secreto al oído.
LOS NOMBRES EPICENOS
Amélie Nothomb
Anagrama
Trad.: Sergi Pàmies
25 págs./$895