Nuestro 148° aniversario
Durante casi un siglo y medio, LA NACION ha intentado preservar una identidad y una conducta ética, por encima de cualquier interés material
Restan dos años para que LA NACION cumpla un siglo y medio de existencia. Tal circunstancia nos convoca a observar el largo camino recorrido y pasar somera revista a los sucesivos contextos que atravesó la misión periodística de informar con integridad y opinar según los dictados de una doctrina que se prolonga desde 1870.
Reafirmamos hoy la voluntad de prolongar, tanto desde el papel como mediante las nuevas tecnologías, la responsabilidad asumida por Mitre de dotar al país de un diario que fuera, por sobre todo, confiable. Lo hizo dos años después de dejar la presidencia y con la veteranía de haber protagonizado otros emprendimientos periodísticos: primero, en su lucha por las libertades públicas contra el caudillismo prepotente y retrógrado, y luego, como un abanderado de la organización constitucional que dio paz, orden y progreso a la República. Desde sus albores LA NACION asumió la fisonomía de una publicación de interés general, abierta a todas las expresiones del conocimiento. Con los años fue desprendiéndose de las connotaciones partidistas que le había impreso su fundador como una continuación por otros medios de su denodada acción política. Hace no menos de un siglo que se define como diario independiente y que se reserva el juicio crítico aun frente a las administraciones políticas en las que puedan reflejarse mejor que en otras sus definiciones editoriales.
En los primeros treinta años de este diario la voz del fundador gravitó en la mirada estratégica con la cual debía trazarse el rumbo de la incipiente república liberada ya de la anarquía que había hecho fracasar el modelo rivadaviano de apertura al mundo y los primeros intentos de asegurar un orden constitucional. LA NACION fue así una fuerza intelectual de constantes incentivos a la inmigración de origen diverso, y fundamentalmente europeo, con la que se articuló el país y difundió la cultura del trabajo y del estudio indispensable para estimular la integración y el desarrollo social sostenido. Desde sus páginas se inculcó en la sociedad la comprensión de que sin fronteras seguras y relaciones armoniosas con los países vecinos no sólo habría inestabilidad para la integridad territorial del país, sino que faltaría un criterio regional aunado, a fin de potenciar el interés común de nuestros países ante el mundo. Por eso nuestra insistencia en apoyar algunos proyectos ambiciosos de comienzos del siglo XX, como el de la política del ABC (Argentina, más Brasil, más Chile), o más modernos, como el del Mercosur.
Hubo dos grandes servicios del diario en ese sentido. El del protagonismo de Mitre, a pedido del sucesor, el presidente Sarmiento, en sentar las bases de acuerdos perdurables con Brasil, y el de sus herederos en la conducción efectiva del diario, de evitar una guerra que en 1901, cinco años antes de la muerte de Mitre, parecía inminente con Chile y suscribir de tal modo los documentos que pasaron a la historia con el nombre de Pactos de Mayo. En el orden interno, la prédica moderadora de este diario entre los porteños contribuyó también a facilitar la pacificación al cabo del conflicto cruento que derivó en 1880 en la capitalización de Buenos Aires y que se hallaba irresuelto después de los actos constitucionales de 1853 y 1860.
Desde los días iniciales, este diario tuvo dos ejes indiscutibles. Uno fue la propagación de una cultura nacional abierta a todas las influencias valiosas del exterior. Dos de sus primeros corresponsales fueron Emilio Castelar, el gran político liberal español, en Madrid, y José Martí, cuya correspondencia periódica desde Nueva York definía, en garra y estilo, a un continente dispuesto a asumir conciencia autónoma en las cuestiones universales. Como una sistematización de los esfuerzos culturales que impregnaban a diario sus páginas, LA NACION lanzó en 1920, bajo la dirección de Arturo Cancela, humorista de prosa admirable, el que sería el más célebre e influyente entre sus numerosos suplementos periódicos, dedicado a temas literarios. Sus cuatro densas páginas se editaron los domingos, incluso cuando entre 1951 y 1955 el gobierno de Juan Perón, al cuotificar según pautas de premio o castigo las importaciones de papel en un país que todavía no lo producía, constriñó a LA NACION a salir de lunes a sábado con ejemplares de apenas seis páginas.
El otro eje notorio de LA NACION ha sido el fomento de las actividades agropecuarias y de las industrias asociadas a este sector de la economía, el de mayor productividad en el país. No entender las ventajas relativas que le han sido concedidas por la naturaleza y las aptitudes desarrolladas por sus productores ha sido uno de los mayores despropósitos de las políticas populistas que tanto predominaron en la segunda parte del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Ante esas políticas fundadas en la miopía y la demagogia, que erigieron un Estado enorme, pero dejaron al país sin gobierno eficiente, este diario se ha plantado con invariable firmeza.
En el capítulo permanente de las luchas por las libertades públicas y la decencia cívica LA NACION y sus principales actores corrieron suerte diversa. Con Mitre condenado a muerte, primero, por un consejo de guerra después de la derrota de 1874 en La Verde, en que las fuerzas por él comandadas se habían alzado contra la impureza de los comicios presidenciales, y luego, por la conmutación ordenada por Nicolás Avellaneda de aquel castigo. Con cinco clausuras a lo largo de este casi siglo y medio y su director, Luis Mitre, detenido por la revolución fascista de 1943, a la que se opuso el diario con igual fervor al que manifestó en las conflagraciones de 1914-1918 y 1939-1945 en favor de la causa aliada y más tarde respecto de los acuerdos por los que nacieron las Naciones Unidas. No fue de menor firmeza la crítica constante de LA NACION a la política económica del presidente Hipólito Yrigoyen y al exceso de intervenciones federales que dispuso, una veces por decreto y otras por el voto de la mayoría adicta en el Congreso, y al fraude electoral, con el cual conservadores y radicales antiyrigoyenistas se mantuvieron en el poder entre 1931 y 1943.
Acompañamos con resuelta vocación democrática la restauración institucional de 1983. Quedaba así atrás una era regada con sangre de argentinos. Había sido con la Guerra Fría como telón de fondo y fuerzas foráneas fomentando la beligerancia de bandas terroristas vernáculas a las que dos gobiernos constitucionales, los de Juan Perón y su mujer, y tras ellos el de los militares, doblegaron con no menor crueldad e idéntica violación de leyes humanitarias.
Están cerca las vivencias padecidas durante el período kirchnerista como para que sea necesario refrescar cuál fue la posición del diario en cuanto a tan nefasto fenómeno gestado desde Santa Cruz. Percibimos lo esencial que se avecinaba desde antes de su instalación efectiva en la Casa Rosada, pero la dinámica de los hechos políticos y sociales escapa en general a la posibilidad de su entera anticipación por el periodismo y por quienes reconstruyen, historiadores o no, el pasado para ponerlo al servicio del presente. El kirchnerismo terminó siendo mucho peor de lo que intuíamos.
En casi un siglo y medio se cometen muchos errores. No puede decirse que hayamos sido una excepción en ese tipo de infortunios, y menos, en tiempos en que la velocidad de las transformaciones de todo orden, como en las cuestiones sociales que hoy dejarían estupefactas a generaciones que desaparecieron no hace mucho, obligan a repensar permanentemente los problemas que se abordan.
De lo que estamos seguros es de haber preservado una identidad, y por lo tanto, un comportamiento previsible, por encima de intereses materiales mutantes, tal como lo han reconocido con frecuencia algunos de nuestros más francos y enconados adversarios. Es ése uno de nuestros mayores orgullos.