Novela romántica ¿Placer culposo o feminismo por otros medios?
Sus historias de hombres dominantes y mujeres débiles contradicen una época que subraya la autonomía femenina
Qué tienen en común una señora de 64 años nacida en el estado de Mississippi, una científica especialista en análisis de software de 63 años y una mujer de 40 que vive en Florida? Respuesta: todas ellas son autoras de algunas de las novelas románticas más populares de los últimos años. Charlaine Harris es la responsable de darle vida en las páginas a Sookie Stackhouse, la protagonista de la saga Southern Vampire Mysteries, en la que se basó la exitosa serie de HBO True Blood. Diana Gabaldon es la autora de la saga Forastera (Outlander, en su idioma original), en la cual se basa la serie homónima de la cadena Starz que está arrasando en la TV estadounidense y que pronto llegará a nuestro país. Kresley Cole es la multipremiada autora de la exitosa saga paranormal Inmortales y tantos otros romances históricos; sus novelas han sido traducidas a diecisiete idiomas y aparecen constantemente en la lista de best sellers del New York Times.
Junto con otras escritoras como L. James -la autora de la exitosa serie 50 sombras de Grey- o la clásica y siempre prolífica Danielle Steel, quien publicó su última novela el año pasado, estas mujeres son la cara visible de un fenómeno editorial y cultural con epicentro en la novela romántica en todas sus formas, que va más allá de las fronteras de sus países y que alimenta una industria que crece. El éxito de 50 sombras de Grey, que vendió más de 125 millones de copias en todo el mundo (aquí lleva vendidos 1.500.000 ejemplares en todos sus formatos, según Penguin Random House), o incluso el caso más "moderado" de Gabaldon, con más de 25 millones de copias vendidas en cuarenta países, dan una idea del alcance de esta literatura. En nuestro país, donde se acaba de celebrar la segunda edición del Festival de Novela Romántica en la ciudad de Córdoba, se pueden trazar ciertos paralelismos con autoras como Claudia Barzana, Gabriela Margall, Viviana Rivero, María Correa Lunas, Cristina Loza, Mercedes Giuffré y Gloria Casañas, o sumar otros nombres archipopulares como el de Florencia Bonelli con su exitosa "Trilogía del perdón" integrada por Jasy, Almanegra y Tierra sin mal. Bonelli es una de las autoras más vendedoras de la Argentina, con 240.000 ejemplares vendidos de su trilogía.
Sin embargo, más allá del éxito en las librerías o de las críticas respecto de la calidad literaria de los productos -por lo general menospreciados en el ámbito literario y considerados ficción para "amas de casa aburridas"-, algo más incomoda en el atractivo que estas historias tienen para el público. Parece existir una paradoja entre algunos planteos de esta época en torno a la autosuficiencia e igualdad femenina y estos relatos, en los que suele predominar la imagen del hombre subyugando física o psicológicamente a la mujer. Como si estas propuestas editoriales o televisivas fueran a contramano de lo que sucede hoy en la cultura con una mujer cada vez más autónoma y consciente de sus derechos y posibilidades.
"Estos relatos ?alivian' la tensión existente entre la nueva libertad sexual femenina y la vieja exigencia del cumplimiento de mandatos sociales. ¿Cómo podemos administrar nuestros propios deseos sin correr riesgos, sin el miedo ancestral de quedar excluida, de ser castigada por tenerlos? ¿Cómo podemos usar nuestro poder sexual sin culpa? Fácil: justificándolos con amor", arriesga la periodista y columnista Denise Tempone.
En una línea similar, la escritora y compiladora Lolita Copacabana, autora del reciente Aleksandr Solzhenitsyn y una de las cabezas de la editorial independiente Momofuku, sugiere que si bien estos consumos son un síntoma de cierta necesidad de refugio o alivio, no necesariamente implican una concesión ideológica, sino más bien el retorno de algo reprimido: la diferencia que subyace a la exigencia de igualdad.
"Más allá de los discursos en los que nos montemos y los logros en dirección de la ?liberación', todas sabemos que en las prácticas la pretendida igualdad no suele darse, o bien es relativa. Estos productos culturales son un oasis en el que esa desigualdad subyacente es recompensada, tiene un sentido, y la diferencia-sometimiento se vuelve complementariedad. Un espacio en donde bajar la espada y ?gozar' un poco con esa propuesta con ?final feliz'".
El prototipo de hombre presentado en muchas de estas novelas y sus adaptaciones a la pantalla suele ser dominante y protector a la vez, estar dotado física y económicamente, o proceder de una clase opuesta a la de la heroína; pero quizás más problemático que el estereotipo es que la mujer, por lo general sin demasiados rasgos de autosuficiencia, suele quedar -o buscar- estar a merced de estos hombres. Una situación que graciosamente es considerada romance en tanto se la envuelva en un packaging amoroso o culmine con el "felices para siempre".
"Hoy se ve con mayor frecuencia la existencia de personajes femeninos sometidos a los deseos de un hombre, pero creo que la diferencia radica en que históricamente esa desigualdad se daba frente a una mujer que no tenía los derechos ni los elementos con los cuales defenderse. En cambio, ahora ese sometimiento es elegido por la mujer. Ella decide hacerlo por placer o por gusto. Por eso no creo que se plantee una contradicción entre el género de la novela romántica y la cultura de nuestros tiempos", dice Claudia Barzana, cuyo último libro, La invención del mañana, es uno de los más vendidos de Vestales.
Mostrar la dominación
Un repaso rápido por algunas obras del género editadas en la Argentina por casas como Vestales o Vergara arroja títulos como El coronel y la dama (Veronica Lowry), Cuando decide el corazón (Elizabeth Bowman), No por primera vez (Lola Rey) o Pasión en la isla (Robards Karen). Muchas autoras del género romántico, a diferencia de Harris, Meyer o Cole, que construyen relatos más actuales, recurren a una mezcla entre romance e historia, recreando épocas que evocan obras de Austen o las hermanas Brontë, a quienes reconocen como principales influencias. Pero mientras que para estas escritoras clásicas ésa era la sociedad en la que vivían y las normas sociales a las que debían adaptarse, hoy, en un contexto social diferente, se sigue recurriendo a esos imaginarios como motor para la inspiración y creación. ¿Por qué continuamos hablando de los conflictos de siglos pasados ante los desafíos de época que hoy se le presentan a la mujer?
"A simple vista podría parecer que existe contradicción entre el género y la cultura, pero las novelas románticas, con su carga sexual (sea de erotismo sugerido o sexo explícito) no podrían ser concebidas en otra época que ésta, en la que la mujer se ha hecho cargo de su deseo y se permite disfrutar el placer. Seguramente la novela romántica no está en la vanguardia de la lucha feminista, pero tampoco está tan distanciada como puede parecer. De hecho, muchas novelas románticas escritas en la Argentina y que transcurren en el siglo XIX tienen como propósito demostrar la dominación patriarcal sobre la mujer. Además, no es un género estanco y no todas las escritoras escriben del mismo modo", advierte Gabriela Margall, quien acaba de publicar El secreto de Jane Austen (Vergara).
Parece que escribir sobre heroínas y sus problemáticas hoy resulta complejo, en particular encontrar narraciones donde el rol femenino no esté definido en base al masculino -por acción u omisión-, o en las que el amor no se consolide como corazón argumental y principal. "Creo que como mujer, si escribís, es muy difícil encontrar un posicionamiento que no reivindique ni condene estas tramas. También, como lectora, y más allá de los géneros, siempre me molestó sentir que las escritoras que me encontraba reincidían en lo que yo llamo una ?literatura de interiores': el amor, lo doméstico . Cuando escribí mi novela me interesó generar heroínas cuyos dramas, cuyas aventuras, se corrieran de ese lugar, pero sin renegar. Me interesan más los sujetos -mujeres o varones- que pasan igual o más tiempo pensando su relación con la ley que con el sexo opuesto. Como lectora, me llena de felicidad cuando encuentro un personaje femenino con el que me puedo identificar en esa dirección", explica Copacabana.
Por otro lado, el prejuicio de considerar al género romántico como menor, y el acto reflejo de las propias consumidoras de hablar de esta literatura como "un placer culposo", abre el interrogante de si este género puede funcionar como un espacio para tratar los deseos y la sexualidad femenina.
Ningún género menor
Ediciones B tiene una larga trayectoria en novela romántica, ya que el sello Vergara es el que comenzó a publicar en nuestro país novelas de amor con nombres como Lisa Kleypas (la reina de este género), Jude Devereaux o Amanda Quick. "A nivel local la autora que mejor representa el género y las ventas es Gabriela Margall. También cabe destacar a Anabella Franco y Mariana Guarinoni. Las lectoras son casi en su totalidad mujeres, aunque Margall, por su corte más histórico está traccionando también a los varones. La edad promedio es cuarenta años, pero el segmento de Young Adult se está animando a conocer a estas grandes autoras. Mal llamado género menor, el volumen de títulos, ventas y lectores que mueve la novela romántica es fenomenal", explican desde la editorial.
En una nota de 2012 al medio Salon, Patty Marks, la CEO de Ellora's Cave (una de las primeras editoriales de romance erótico en Estados Unidos), fundada hace doce años, señaló que le llevó varios años al medio darse cuenta de la demanda y necesidad de relatos eróticos, como subgénero de la novela romántica, por parte del público femenino. La mayoría de los libros de esta índole que contienen escenas de sexo explícito primero se editaban en formato digital, pero paulatinamente fueron volcándose al formato impreso y se convirtieron en el multimillonario negocio actual. Incluso existe una cantidad de estilos dentro de la erótica, entre ellos "romance multicultural/interracial", "romance intergeneracional", "suspenso romántico", viajes en el tiempo y lo paranormal, explica Marks.
Sobre el tratamiento que recibe la cuestión erótica en el género romántico, Barzana sostiene que puede haber dos tipos de reacción en las lectoras. "Dentro de la novela romántica siempre se han tratado los temas de sexualidad, en sus distintas variantes. Muchas veces existe una identificación de la lectora con lo que se cuenta en la novela, o justamente por contraposición a eso, le gusta leer todo aquello que no haría. Pero también sería bueno aclarar que el género de la novela erótica no nació a partir del boom de 50 sombras de Grey. En varias de las obras de Henry Miller, desde los años 30 del siglo pasado, el voltaje de erotismo era altísimo."
Por su parte, Margall defiende el espacio para hablar de sexualidad femenina que la novela romántica viene a ocupar. "Hay una contradicción que hace rato me provoca ruido. Hace unos años las burlas a la novela romántica tenían que ver con ?lo rosa': el amor, los suspiros, las puntillas. En este momento la novela romántica se ha transformado y se ha vuelto más sexual, e incluso tiene un subgénero, el de la novela erótica, que también recibe desprecio. ¿Entonces? La verdad es que la novela romántica y sus variantes son una especie de nueva educación sentimental a través de un género popular. Cómo y en qué términos esa sexualidad es narrada depende de cada autora, así como el enfoque que se les da a sus protagonistas y al tipo de historia que se busca contar".
¿Es posible soslayar que muchos productos culturales siguen ensalzando roles tradicionales para las mujeres? Quizás mirar el fenómeno sólo desde ese lado condicione la respuesta, porque hay otra manera de considerarlo. De hecho, algunas autoras afirman que la fascinación por estas ficciones no proviene tanto de la quita de poder a la mujer como de todo lo contrario: el empoderamiento se hace más claro por contraste, cuando se muestra y se escribe sobre su falta. Puesto de otra forma, hay que tener poder para cederlo.